A 40 años de la muerte de Claude Eatherly

El 1 de julio se cumplieron 40 años de la muerte de Claude Eatherly, oficial del ejército estadounidense que dio el visto bueno al bombardeo de Hiroshima con una bomba atómica el 6 de agosto de 1945 y que provocó la muerte de 166.000 personas.

166.000 personas, se dice pronto, casi la población de Santander. Padres, madres, jóvenes y viejos, abuelas y abuelos, niñas y niños murieron en ese ataque.

Claude Eatherly fue una pieza de una máquina bien engrasada llamada Ejército estadounidense. Una pieza humana de esa máquina. Una pieza que funcionó a la perfección aquel 6 de agosto y dio paso a un nuevo tipo de horror hasta ese momento desconocido a la humanidad.

Con lo que no contaba el Ejército norteamericano fue con la Humanidad de esa pieza. Sabemos que Claude Eatherly se pasó varios días sin hablar al conocer la magnitud del ataque. Claude Eatherly se negó a ser honrado y condecorado al final de la guerra. Eatherly no podía soportar que las víctimas de su bombardeo se le aparecieran en sueños con rostros ensangrentados, aunque el psiquiatra del ejército le diagnosticara “injustificados sentimientos de culpa”. Qué diferencia con las declaraciones del Presidente responsable de ese ataque que se jactó de “haber dormido como un bebé” la noche que ordenó bombardear Hiroshima.

Ante estos humanos sentimientos, y con la ayuda del filósofo Gunther Anders y del movimiento mundial en contra de las armas nucleares, Claude se convirtió en un activista antinuclear. Claude contribuyó a abrir los ojos a muchas personas sobre la locura de los gobiernos y las posibilidades que tenemos las personas de a pie organizadas para pararles los pies.

Hoy, igual que ayer, nuestros gobiernos siguen perpetrando barbaridades en forma de bombardeos de población civil en Siria o en Yemen, de enjaulamiento de migrantes, de niñas y niños en EEUU, de reclusión forzosa de personas que buscan una vida mejor, libre de guerras y de violencia. En Santander se sigue contribuyendo a esta violencia desde nuestro puerto, que ayuda a cargar las armas para estos países en conflicto. Nosotrxs, habitantes de Cantabria deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos para no permitir tanta violencia y sufrimiento. Debemos darnos cuenta de que exportamos sufrimiento desde nuestro puerto.

Vivimos en una época en la que la bondad es considerada una ingenuidad; la integridad, una estupidez; la compasión una debilidad. Estas virtudes solo gozan de un reconocimiento formal, en la práctica cotidiana poca gente se las toma en serio. En muchas conversaciones cotidianas, si alguien habla de moral, se le considera un presuntuoso, un hipócrita o, en el mejor de los caso, un anticuado. Pues los cínicos, aquellos que se llaman a sí mismos “realistas”, creen haber comprendido por fin cuales son las reglas del juego,l y participan en él con pleno conocimiento de causa. Por más que este juego vaya contra ellos. Porque la exportación de violencia y sufrimiento con el tiempo volverá contra ellos y contra todxs nosotrxs.

Por todo ello creemos necesario recuperar la historia de Claude Eatherly y de su rechazo rotundo a ocultar la llamada de su conciencia ante la evidencia de haber contribuido a causar un gran mal a miles de personas. El caso de Eatherly no es más que un nuevo comienzo del eterno proceso por el que un loco insensato desenmascara y desafía a la capa social dominante y su decadencia moral.

A 1 de julio de 2018 no seamos piezas engrasadas, seamos locos insensatos.