Que se aparten ellos. Sobre los pinchazos como parte del terror sexual

Que se aparten ellos. Sobre los pinchazos como parte del terror sexual

Encontrado en las calles de Santander, 2022

Un nuevo método de terror sexual a través de la sumisión química se está llevando a cabo en actos festivos a lo largo y ancho del estado en las últimas semanas. Sus protagonistas son hombres. Este método de sumisión química suele ir acompañado de sustancias que se aplican habitualmente como benzodiazepinas, GHB o ketamina, con la problemática de que desaparece en sangre rápidamente. Pero en muchos casos lo que está sucediendo es que los pinchazos no llevan ningún tipo de sustancia química y únicamente se utilizan para generar miedo, confusión y terror en las personas que lo reciben, que generalmente son mujeres.

Según cuenta Vanesa Jiménez, la práctica de pinchar a mujeres en lugares de ocio tiene como origen conocido Gran Bretaña y después se trasladó a Francia. España sería el tercer país europeo en el que se tiene constancia de este tipo de ataques.

Según algunos medios, los primeros casos por sumisión en el estado se han producido en San Fermín, cuando cuatro mujeres acudieron al servicio de Urgencias asegurando haber sufrido pinchazos de personas desconocidas, sentirse mareadas y con sensación de pérdida de conocimiento. Casos de pinchazos han sucedido posteriormente en otros puntos del estado como Bilbao, Barcelona o Santander. En concreto, once personas recibieron asistencia sanitaria por pinchazos de sumisión química en el Reggaeton Beach Festival de Santander. Tras este evento, las pruebas realizadas para la detección de tóxicos resultaron negativas.

Es importante analizar las distintas reacciones a esta práctica de sometimiento patriarcal que se está llevando a cabo en fiestas y festivales y que ha saltado a los medios en forma de alarma social, como no puede ser de otra manera desde el sensacionalismo de la producción periodística actual. También hay que tener en cuenta que la sumisión química como método masculino de control no es nueva y el alcohol es una muestra de ello. Es decir, los pinchazos son una técnica más sofisticada de lo que es una práctica para nada novedosa enmarcada dentro de un problema estructural llamado patriarcado.

Un patriarcado que se reproduce mediante los pinchazos así como a través de las reacciones ante su repercusión mediática. Por un lado, el hecho de que muchos pinchazos no lleven ningún tipo de sustancia química producen una minimización y banalización del problema como si el hecho dejara de cobrar importancia por ello. Sería cierto en estos casos el hecho de que no hablamos de sumisión química, pero sí de agresiones machistas que se aprovechan del terror que puede generar la posibilidad de una intoxicación real. Las declaraciones de la alcaldesa de Santander ante los hechos ocurridos en Santander podrían ser un ejemplo, al mostrar más preocupación por las consecuencias negativas para las fiestas de Santander, la hostelería y los negocios de ocio que pudiera acarrear una «alarma social» que por las
agresiones en sí (fueran químicas o no).

Que los pinchazos ocurrieran en un festival de Reggaeton no es algo que pudiera ser ajeno a quienes se esconden en internet para propagar sus mensajes racistas, dadas las connotaciones que tiene dicho estilo de música. Prueba de ello es la existencia de algún comentario xenófobo en medios que se hacían eco de la noticia de los pinchazos en la ciudad cántabra. No debemos olvidar que la extrema derecha parlamentaria ha empezado a llamar «feminismo español» a su discurso xenófobo y racista  para ganar votos no masculinos debido a los grandes índices de testosterona entre sus votantes con la violencia contra las mujeres como pretexto.

A nivel europeo esto vendría a ser lo que Gabriele Dietze explica como una especie de supremacismo cultural-sexual de occidente; un excepcionalismo sexual occidental que presupone una inferioridad moral de las personas migrantes.

Entre aspirantes a cibertertulianos, figuras políticas y productores de opinión de toda índole, nos encontramos con las respuestas ofrecidas a este problema. Nerea Barjola afirma que los pinchazos reproducen terror sexual en las mujeres que toman el espacio público y el ocio nocturno. Afirma que si la alarma social está fortaleciendo el miedo, lo único que está haciendo es reproducir el terror sexual en el conjunto social. Este es el postulado de nuestra contribución a este tema, la reacción mediática a los pinchazos está siendo tan patriarcal como dichos actos en sí. De ahí que las medidas para evitarlos sean el refuerzo de la seguridad, el aumento de los registros, la dotación de más dispositivos policiales en los espacios de ocio nocturno y la instalación de más videovigilancia. La securitización del
tiempo libre aprovecha cada problemática para presentarse como la solución al problema, sin embargo, una parte del feminismo que no se deja engatusar por la institucionalidad y la gestión neoliberal de los miedos y las inseguridades, sabe que apoyar este tipo de medidas es un callejón sin salida.

En ese sentido, Nerea Barjola piensa que lo que hay que hacer es practicar la autodefensa feminista y delegar el cuidado y protección en las compañeras. «Cuanto más deleguemos nuestro cuidado a los hombres, más desprotegidas estamos y más fácil es que se reproduzca la violencia sexual.»

La necesidad de buscar respuestas nocturnas autogestionadas al terror sexual no sólo nace de pretextos ideológicos y políticos, sino que es una cuestión de practicidad y utilidad, porque antepone el bienestar colectivo de las personas agredidas a la identificación individual del agresor, antepone la puesta en común de la problemática entre iguales respecto a la tutela victimizante de quienes se encargan de controlar el ocio nocturno. De esta manera es más difícil que se reproduzca el terror sexual y las personas agredidas
asuman los roles establecidos de «quedarse en casa», «beber menos por miedo», «no ir a ciertos lugares»,«asumir culpas por juicios externos» y «tener que dar demasiadas descripciones y explicaciones a la hora de sufrir una agresión».

Pero como también dice Laia Serra en «Reflexiones sobre antipunitivismo en tiempos de violencia» la autogestión colectiva de las violencias al margen del Estado es una alternativa que aún está en construcción. Por ello debemos cuestionarnos si resulta ético exigir a las agraviadas que renuncien al proceso judicial cuando, a cambio, no podemos ofrecerles una alternativa sólida. Y no nos engañemos, no existen puntos violeta autónomos en cada festival, ni grupos de compañeras feministas en cada discoteca, ni gente aliada en cada bar de copas.

Como vemos, no hay respuestas fáciles para problemas complejos, pero sí ciertas certezas que pueden orientar los caminos a seguir. Como hemos tratado de reflejar, el cacareo mediático que refuerza el terror sexual, sería la principal referencia a no seguir.

* Texto publicado en el boletín «Briega en papel» del mes de septiembre de 2022