Mabel Cañada, fundadora de Lakabe, municipio autogestionado: «Los cambios sociales deben partir del espacio de cada uno»

Corría el 1980 cuando Mabel Cañada y otros activistas del movimiento insumiso vasco marcharon al campo para iniciar un nuevo proyecto de vida. En el municipio navarro de Arce, pusieron los cimientos de la comunidad rural autogestionada Lakabe, considerada la decana de las ecoaldeas existentes en la Península Ibérica. Desde este lugar rehabilitado, la veterana feminista de 60 años, madre de cuatro hijos, experimenta la relación directa con la naturaleza y un sistema de trabajo cooperativo donde las decisiones horizontales marcan el día a día. Punto de encuentro para militantes del decrecimiento y amantes del ecologismo, en este entorno, Mabel confiesa "haber encontrado el equilibrio de vivir en la distancia sin permaneció en la indiferencia".

¿Cuando te empezaste a implicar en las luchas sociales?
A partir del contexto político que viví durante la adolescencia, en pleno tardofranquismo. Entonces, los sectores disidentes se reunían en las parroquias, donde la policía no tenía autorización para entrar.  Aquella vivencia y observar la pasión con que luchaba la gente de la izquierda abertzale fortalecieron mi conciencia.  Sin olvidar, tampoco, la aproximación a los países pobres, sobre los que, hoy, se apoya un mundo que pretende silenciar esta realidad.
¿Qué te empujó a crear Lakabe?
Vino de colaborar con un grupo que asistía personas marginadas por culpa del alcohol y la pobreza. Allí, contacté con gente de mi edad y, a raíz de un campamento en Vizcaya, me implicó en el movimiento por la objeción de conciencia y la desobediencia civil no violenta, donde conocí Pepe Beunza y otros activistas de la época.  Íbamos a Italia a descubrir las prácticas del Partido Radicale y en Francia a participar en los encuentros de Combate no violenta.  La apuesta de crear Lakabe es fruto de esta concatenación de experiencias.
¿Pesó mucho el desencanto con la realidad?
No pretendíamos huir, sino dar un salto en las formas que ya conocíamos, como era la insumisión.  Una decisión que respondía al reto de vivir con una estructura económica común y lo suficientemente autónoma para que cada uno pudiera expresarse libremente.
¿Es imposible esto en la ciudad?
La presión que ejerce el poder lo condiciona todo e impide que exista una vida sostenible.  En la ciudad, las personas terminan quemadas y, aunque a nivel intelectual encuentras gente interesante, el número de activistas que transforman la realidad es escaso.  En el campo, en cambio, entras en contacto con la naturaleza y los ciclos de los tiempos.  Vivos de otra manera.
¿Los espacios liberados que funcionan en una urbe lo tienen complicado?
Los gobiernos crean sus mecanismos para controlar la población.  Por eso considero que las ciudades deberían organizarse en estructuras separadas entre sí y lo suficientemente autónomas para autogestionarse en el ámbito económico y cultural, no supeditadas a los grandes monopolios.
¿Desde Lakabe se hace pedagogía de este modelo?
Explicamos este estilo de vida basado en la perspectiva de género, la simbiosis con la naturaleza y la inexistencia de la dicotomía dirigentes-dirigidos. En una ciudad, por el contrario, este modelo de trabajo vecinal es casi impracticable, ya que los espacios están muy segregados.  Considero que, colectivamente, deberíamos relocalizar el territorio y encontrar formas de convivencia más justas y armónicas.
Hasta qué punto no correo el peligro de la autoexplotación por pura supervivencia?
Para que no ocurra, interaccionamos con la realidad de fuera y creamos instrumentos que eviten que caigamos en las dinámicas productivistas que impregnan el sistema patriarcal.  Si hemos llegado hasta aquí es porque no nos contemplamos de forma aislada, sino como parte de una comunidad humana, aparte de que hemos adoptado el compromiso de vivir según los criterios de equidad y de respeto hacia el entorno. Desgraciadamente, hoy, los movimientos contestatarios están más preocupados por reivindicar que por practicar sus alternativas, cuando los cambios sociales deben partir del espacio de cada uno.
¿La acción cotidiana debe ser coherente con esta idea?
Exacto.  Y, si hay que luchar veinte años contra el pantano de Itoiz, se hace. Mis hijos nacieron sufriendo-lo y han crecido convencidos de su impacto, así como del de las centrales nucleares, el TAV y otras infraestructuras viarias.  Debemos dejar de tener tanto respeto por el poder y le tenemos que decir: "Pienso quedarme aquí y hacer mi vida".  Es el objetivo de las ecoaldeas, que tienden a la autosuficiencia energética y humana, y de las ocupaciones que desarrollan un proyecto social con un alto compromiso político.  Lakabe es una mezcla de las dos y, sobre la base del decrecimiento, buscamos que nuestra manera de trabajar se pueda extrapolar.  Estamos en este camino.
Fuente: La Directa n º 303