«Zauria(k)-Herida(s), el documental sobre salud mental que nos cura

Yo no salgo mucho, por no decir prácticamente nada. Ayer, gracias a que una amiga de otra provincia vino a pasar el finde en mi casa, tuve que obligarme a hacer el esfuerzo de ver, ser vista y socializar. Llevo años (¿seis?, ¿siete?, ¿ocho?, no sabría poner un número fijo) sin salir a la calle a estar con gente que no es mi amiga de forma regular. Hubo una época, empezando en los 16 y terminando en los 26 aproximadamente, que salía cada sábado (y hacia el final, cuando vivía en el extranjero, incluso martes, jueves o viernes) “de fiesta”. ¿Qué es salir de fiesta? Pues supuestamente es sinónimo de pasarlo bien. O eso pensaba yo.  Para mí el ritual de salir de fiesta consistía en adornarme como no hacía a diario con maquillaje y ropa diferente; comprar alcohol, cuyo sabor nunca me ha gustado, beber hasta desinhibirme  con mis amigas en una casa o bar sin demasiados estímulos, y cuando habíamos perdido toda vergüenza acercarnos a los bares de moda de cada momento, a supuestamente socializar. ¿Qué era/es socializar? Traduzco: charlar, ligar o coquetear con quien se ponga a tiro, gente a la que no sueles ver habitualmente con un mayor nivel de alcohol en sangre. En la vida nunca jamás he conocido a nadie de fiesta, porque para cuando solía llegar a la zona de socializar yo estaba exageradamente ebria y lo único que quería era bailar, cantar muy alto, gritar y desfogar. “Nadie se acerca a alguien que actúa así”-me aleccionaban. “¿Por qué?”- preguntaba yo. “Porque pareces una loca”- era la respuesta. Nunca entendí que lo que yo hacía al estar contenida y lo que hacía al dejarme llevar después de beber alcohol fuera tan diferentemente juzgado. Que la línea entre ser superdivertida o ser una loca fuera tan fina. ¿¡Quién demonios pone esa línea!? En fin. Mis amigas hablaban con gente desconocida, cosa que yo nunca he sabido hacer, debido a que no sé qué decir a la gente que no conozco. No se me ocurren temas de conversación y cuando hay alguno que me interesa siempre me da la sensación de que cambiaban de tema demasiado rápido. Si resulta que quiero seguir hablando del tema de hace dos minutos, es que me obceco y soy una pesada. “Qué intensa eres, María”. Así que cuando estoy en la calle con gente que no conozco, me aburro. A veces incluso tenía discusiones con mis amigas. Yo decía que hablaban con otras personas y pasaban horas sin que nos hiciéramos el menor caso entre nosotras. Recuerdo que les echaba en cara para qué salíamos juntas si parecía que el objetivo era ver a otra gente. “Es que eres asocial”. Ahora sé que mi reflexión de los 17 años tenía toda la razón del mundo por una parte y cierta envidia de no saber relacionarme de manera estándar por otra parte. Lo que no tengo claro es si la envidia la sentía porque ellas hablaban con gente, y yo no, o porque gente random me quitaban la posibilidad de estar bailando, cantando y gritando “como una loca” con mis amigas, que es lo que más me gusta en el mundo. Antes pensaba que era la primera, ahora cada vez me decanto más por la segunda opción. Subrayo que siempre he tenido muy buenas amigas.  Tengo unas amigas que yo no sé cómo he conseguido, pero son la hostia. Mis amigas son  MUY buenas personas, genuinas y SUPERdivertidas. Nunca hemos sido las más guays, ni las más listas, ni las más nada. Y me siento super afortunada. Sé que de haberme rodeado de otras personas, hubiera estado bien jodida.

En fin. Sigamos. Esto de no relacionarme bien, no sólo me pasaba en la calle. Me pasaba prácticamente en todos lados. La gente tenía/tiene unos códigos y unas prácticas al relacionarse que yo no sé reproducir. Sin un ápice de soberbia y con bastante ingenuidad, me pasé años pensando que de puertas de casa para afuera todo el mundo mentía constantemente. Ni siquiera voy a decir “menos yo”. Yo también miento todo el rato en mis interacciones sociales. Ni tengo unas pestañas negras azabache con grumos que miden dos centímetros, ni los labios granates, ni mi cuerpo gordo es uniforme si no es por una camiseta de licra apuchurrada a la tripa que me pongo debajo, ni nací con flores de tinta en los hombros, ni soy dulce siempre que hablo, ni tengo siempre buen humor, ni verborrea la mayoría del tiempo, ni relleno silencios sin parar, ni exagero situaciones para impresionar, ni quiero sentir que me quieren a toda costa y busco aprobación con miradas y comentario cómplices, ni necesito hacer impacto 24/7 en quien tengo delante. Con experiencia y tiempo he aprendido que eso sólo lo hago cuando estoy en compañía de gente con la que me siento incómoda. En entornos de no confianza. En sitios donde me siento insegura porque al no entender cómo funcionan tenía que tirar de postureo para encajar.” ¿Qué sitios son esos?”- me pregunté al descubrirlo. Pues todos menos mi casa, las casas de mis amigas, las playas no modernas sin gente joven ni guay y el monte en el que paseo con las perras. De repente corté por lo sano y cualquier lugar de ocio en el que tuviera que alterar quien soy y mi forma de relacionarme en confianza para encajar, pasó a ser lugar non grato. Vamos que me encerré. Así que dejé de salir a la calle a lugares “normales”. No tengo claro si fue una saturación puntual y volveré a poder hacer ciertas actividades que realmente echo de menos y deseo hacer siendo la nueva yo que soy hoy . Escribo esto y me rio sola. La nueva yo es la misma que antes pero susurrándome en el oído: es normal que te sientas así, no necesitas impresionar a nadie, no es obligatorio que hables, nadie piensa nada malo de ti y si piensan algo malo de ti no debes preocuparte más de la cuenta, si no quieres hacer eso no lo hagas, espera a juzgar las situaciones, respira, respira otra vez, cuenta hasta tres, no te tomes eso personal… o a veces: date la vuelta y pírate sin remordimientos que menude gilipollas. Vamos, que soy la mujer que se susurraba a sí misma en el oído. Yo no sé si esto lo hace más gente. Tengo otra amiga que sé que sí, que tiene ocho ventanas abiertas en la cabeza y mientras vive una cosa, piensa otra, dice otra, fantasea con la de más allá y le revolotea por las entrañas aquello de acá. Ella tiene diagnóstico psiquiátrico. ¿A vosotras os pasa? Bueno, pues como decía, que no sé si podré volver a la vida “normal”, o  si no puedo encarar situaciones concretas porque simplemente no son para mí. Me da mucha pena y me da mucha rabia en algunos casos.  No he vuelto a una manifestación, no he vuelto a una concentración. No he vuelto a una asamblea. No he vuelto a un poteo. No he vuelto a un terraceo. Esto último al menos no sobria. En algunos momentos puntuales, MUY puntuales, me he hecho la concesión a mí misma de permitirme salir a una terraza con dos o tres personas extra que no sean amigas íntimas, pero siempre he tenido que beber antes. Curiosamente, sin ningún tipo de sustancia ni mindfulness ni nada de nada, he podido seguir dando charlas o talleres de manera salpicada, porque soy capaz de hablar en público. Uno de mis tantos privilegios. Me sorprende mi suerte. También sigo haciendo teatro. Pero es porque al subirme a un escenario, me disocio. ¿Cómo? En vez de escucharme, me apago. No me hago caso. No soy la yo que yo soy conmigo en mi casa, y entro en personaje. Una personaje que parece que no está incómoda ahí subida. Me crezco. Me invento una Yo nueva para eso casos. Ahora bien: al bajar me tiembla todo y sólo quiero salir de allí corriendo y encerrarme en mi casa tres días. Pero lo sigo haciendo. Me compensa. Afortunadamente puedo ir a diario a trabajar. Soy profesora de adolescentes. Y mi forma de vivir no difiere mucho de la de quienes tengo alrededor, por lo tanto me entiendo bien con gente de 12 a 18 años. ¿Por qué? No suelen fingir. Y si fingen, reconozco sin esfuerzo lo que hacen y lo entiendo perfectamente.

Como quien haya llegado hasta aquí habrá podido percibir, he sido socializada de una manera peculiar y además sospecho que tengo alguna neurodivergencia sin diagnosticar. Mi terapeuta de ahora, (a la tercera va la vencida) no cree en diagnósticos fijos, por lo tanto tuve que literalmente presionarla a que me hiciera un test absolutamente genérico, en los que ella no cree, para ver cómo de loca estaba yo. Se lo pedí llorando, prácticamente rota. Le rogaba: “Necesito saber qué me pasa, es que no lo entiendo, necesito ponerle nombre a lo que me pasa”. Accedió. A veces las etiquetas, las categorías y las definiciones de una desde fuera, ayudan a entender y a sanar. Otras veces estigmatizan, limitan y patologizan. Yo en ese momento necesitaba comprender y sentirme parte de algo.  El test consistía en hacer equis en respuestas a un número concreto de preguntas. Cuando terminé y mi terapeuta analizó y evaluó mis contestaciones, hicimos una sesión de intentar contextualizar el resultado, no le dimos más bombo y seguimos con lo que estábamos haciendo. Quiero añadir que mi psicóloga es feminista. Tengo mucha suerte de tener la terapeuta que tengo ahora. También doy gracias a mi cuerpo, a mi cabeza y a los astros, porque soy muy afortunada de no haber brotado en momentos en los que alguien que no entendía nada de la fiesta, hubiera podido intentar “ayudarme por mi bien”, jodiéndome bastante más. A veces me siento culpable por preocuparme tanto de ciertas cosas y me digo que son problemas “del primer mundo” y que qué asco doy. En fin. Pero vamos a lo que vamos y hablemos de lo importante porque yo lo que quería era hablaros de que el pasado 23 de febrero, el golpe de Estado lo han dado las locas con esta panacea máxima de documental. Voy a ello:

Maier Irigoien Ulaiar, Isabel Sáez Perez e Iker Otz Elgorriaga llevan tiempo trabajando en Zauria(k)-Herida(s). Desde el 14 de febrero de 2019, llevan presentando este proyecto sobre locura, cuerpo y feminismo. Si has llegado hasta aquí, es porque posiblemente sientas como yo, o entiendas cómo siento yo. En ese caso, te pido por ti y por todas tus compañeras, que si tienes la ocasión de pasarte a ver este documental, vayas. Vas a salir de allí emocionada. En el panfleto que te dan al entrar, las creadoras de esta necesaria fabulosa maravilla dicen lo siguiente:

“El proyecto Herida(s), es un documental sobre la locura, los malestares y la salud mental de una perspectiva feminista. Trata de [mostrar] la intersección entre la salud mental/sufrimiento psico-social y las vivencias de género, mediante la realidad de nueve mujeres* (…) Utiliza expresiones artísticas como la narrativa audiovisual, la ilustración y la poesía. ”

Voy a tratar de explicar qué he sentido al verlo. Para empezar, puedo admitir y admito que mientras escuchaba los relatos de las participantes he llorado alrededor de tres veces. También he soltado bastantes carcajadas. Me he sentido terriblemente identificada con lo que se cuenta. Cada una de las nueve participantes aporta una visión diferente y complementaria de lo que había sentido y experimentado en su contacto con la locura. No sé si esto que voy a decir es neurotipicismo. Si así fuera, avisadme y lo borro ahora mismo: ¿Cuál mierda es el imaginario que tenemos de la gente loca? ¿Por qué imaginamos a gente gritando, fuera de sí, como si hubiera perdido la cabeza, poco razonable, desubicada, intratable…? Me da la sensación de que al salir de ver el documental, la forma en la que ves la locura cambia radicalmente. Si no eres neurodivergente o nunca te has relacionado con una loca a nivel íntimo, haber visto a nueve mujeres perfectamente elocuentes, hablando con aplomo y convicción, sin ningún tipo de tabú explicando su vida, hace que descubras que es el sistema el que problematiza comportamientos que podrían ser perfectamente comprensibles si se tuviera una visión global y contextualizada de lo que nos rodea. Una de las participantes lo ilustra que da gusto: ¿una persona desahuciada de su hogar con menores a su cargo y sin ningún lugar adonde ir “brota” (repentinamente) y es fallo suyo porque está loca? ¿En serio esa persona está tarada y ha fallado?  ¿O es el sistema el que realmente está enfermo si permite que la gente no tenga techo bajo el que cobijarse y además personaliza las situaciones y le culpa y la señala estigmatizando a quien “pierde los papeles” en un caso de tal calibre? Por cierto, ¡¿puede explicarme alguien qué hostias es perder los papeles?! ¿Que alguien se resista de manera activa a que la policía se la lleve de su casa en camisón para que  la aten con cuerdas en una camilla durante días “hasta que se tranquilice” en contra de su voluntad es perder los papeles? ¿Qué sería lo cuerdo? ¿Acceder a que las instituciones que desconocen todo aspecto de tu vida y en ningún caso cuestionan el sistema heteropatriarcal capitalista colonialista tomen decisiones por ti y colaborar con ellas permitiendo que te tengan inmovilizada hasta que consideren oportuno? ¿Permitir que te saquen de tu portal en pijama delante de todo tu vecindario y te lleven escoltada hasta la ambulancia sería cuerdo? ¿Quién suele hacer esas llamadas? ¿El familiar cuerdo que posiblemente lleve torturándote psicológicamente? ¿Algún analfabeto emocional? ¿Algún hijo sano del patriarcado capitalista que considera que te has pasado de la raya y que has llorado demasiado o has gritado demasiado o has follado demasiado? ¿No quejarte cuando vas al médico de cabecera porque tienes otitis y en tu historial se vea que has tenido anorexia y te hace análisis de sangre de todo tipo y recomendaciones fuera de lugar sería lo correcto?

¿O que cuando te haces un esguince en la pierna tu historial explique que tiene cuadros psicóticos y seas tratada diferente -PEOR QUE ALGUIEN QUE NO TIENE ESOS ANTECEDENTES- cuando eso no tiene ninguna relevancia en tu tobillo, te mantengas impasible y bajo ningún concepto te muestres molesta? ¿Eso sería lo normal? Pues si lo cuerdo y normal es tener Isostar en las venas y ser discreta, sumisa, obediente y tranquila ante situaciones de negligencia médica, locofobia, discriminación, ninguneo y maltrato: que le jodan a la cordura y que le jodan a lo normal.

Zauria(k)-Herida(s) ES LA HOSTIA. Un trabajo de divulgación necesario. Una oportunidad escuchar las voces que suelen ser silenciadas. Ha sido francamente tierno, bonito, enriquecedor y muy divertido a ratos, tener acceso a cada uno de los nueve casos. Todos tan personales e intransferibles. Es muy fácil ponerse en el lugar de la interlocutora y sentirte interpelada por lo que oyes en este documental, cuando el discurso es tan real, claro, sin tabús y a la vez se enmarca en un contexto social y político. Compartir testimonios con tanto aplomo, seguridad y lucidez, hace que quien ve el documental cuestione, no la cordura o las vivencias de quienes tiene delante, de las nueve mujeres, sino la validez del criterio con el que cuenta un sistema patologizante de todo lo que no le cuadre como productivo, aséptico y ordenado.

Yo no tengo más que decir. Ya lo dicen todo ellas. Ojalá algún día este documental sea de visualización obligada.  Dan ganas de coger a personal sanitario, a madres, a padres, a profesorado, a escritores del DSM 5, a legisladores, etc. y  con todo el amor del mundo atados de manos y pies, hacerles ver el documental de principio a fin para que no puedan irse de allí hasta que reflexionen e interioricen lo visto. Haría mucho bien. Igual algunos se quedaban allí de por vida. O directamente les explotaba la cabeza. En fin. A vosotras, las que lo veáis motu proprio, no os va a pasar eso, porque quien no entiende lo que se explica en estos nueve testimonios, es que no lo quiere entender. Seguid a Zauriak.Dokumentala en Facebook, @zauriak_dok en Twitter, @zauriak_dok en Instagram para enteraros de las próximas proyecciones y si queréis contactar con ellas escribidles a zauriak.dokumentala@gmail.com.

¡¡Larga vida a Zauria(k)-Herida(s) y larga vida a quienes ponen en entredicho las normas preestablecidas que sólo benefician al statu quo!!  ¡¡¡¡Gracias, gracias y mil gracias por hacer este necesario trabajo de mostrar lo que estaba oculto, dando la oportunidad de que muchas perdamos el miedo a ser nosotras con caras, cuerpos y referentes que cuentan las cosas tal como son!!!! GRACIAAAAAAAAAS. Y recordad este 8 de marzo, que igual en las calles no estamos todas, porque faltan las locas.