Soy Lola y soy intersexual

Nota: La historia de Lola y las otras historias que se mencionan en este artículo hablan de experiencias de personas reales. Para proteger la identidad de las mismas se han cambiado sus nombres.

«Soy Lola, soy intersexual, y os voy a contar mi historia». Esas fueron las primeras palabras que aquella mujer, de cabello largo y pañuelo violeta, pronunció antes de contar su historia. Vestía camiseta ancha de tirante, y un pantalón negro ajustado que permitía ver los deditos que asomaban por sus sandalias. Era menuda y bonita. Y tenía una enorme sonrisa que llenaba de alegría toda la sala. Se llamaba Lola, estaba nerviosa, y acababa de decir que era intersexual. ¿Qué significa?, ¿tendrá que ver con la biología, con la identidad de género o con la orientación sexual?

«Lo primero que le dijeron a mi madre en el hospital donde nací fue: tiene vulva, es una niña. A partir de ahí comenzó todo ese proceso de socialización en la feminidad: asignarme un nombre de niña, educarme como a una niña, ponerme ropa y vestidos de niña, comprarme juguetes de niña, etc. Así durante toda mi infancia. Crecí siendo una niña normal, como cualquier otra. Pero el conflicto llegó en la adolescencia. Cuando cumplí los catorce estaba muy preocupada, todas mis amigas tenían ya la regla y estaban totalmente desarrolladas, pero yo no. Mis pechos eran pequeños, era más alta que las demás, y no tenía apenas vello ni en las axilas ni en la vulva. Fue entonces cuando mamá me llevó al endocrino y empezaron las pruebas. Unos días después nos dijeron que yo, que hasta ese momento había sido socializada como cualquier otra niña normal, tenía unos cromosomas XY, como los de un niño».

El silencio era absoluto. Nadie se movía. Todas mirábamos a una tímida Lola sin pestañear, sin entender, pero con muchas ganas de seguir escuchando su historia. ¿Qué raro, eh?, ¿una niña (XX) que tiene cromosomas de niño (XY)?, ¿será más habitual de lo que pensamos?

«Siguieron las pruebas y ahora además de ser Lola, físicamente una mujer, pero XY, también me dijeron que no tenía útero, ni tampoco trompas. Sí tenía vagina pero era más corta de lo habitual y también tenía unas gónadas que no se habían llegado a desarrollar ni como ovarios ni como testículos. Por eso no me bajaba la regla, y por eso también soy estéril».

¿Cómo?, ¿no se han formado ovarios pero si tienes gónadas?, ¿y tampoco tienes útero?, o sea, ¿no puedes tener bebés? Había expresiones de todo tipo entre las personas que estábamos allí, escuchando atentamente. Mientras que algunas personas asentían con firmeza otras estaban totalmente bloqueadas. Nos hacíamos millones de preguntas. Y aquella valiente joven, cada vez menos nerviosa, nos estaba ayudando a encontrar todas las respuestas.

«Según los médicos yo tenía un síndrome (el de un tal Morris), también se conoce como insensibilidad a los andrógenos (SIA). Me dijeron que había muy pocas personas como yo y me pusieron de ejemplo a una preciosa actriz de cine, supongo que para hacerme sentir mejor. En definitiva, que no teníamos que preocuparnos. Según ellos estos eran los pasos que había que dar: extirpar las gónadas cuanto antes porque es probable que en el futuro puedan desarrollar un tumor, alargar la vagina para poder tener relaciones sexuales normales y placenteras, y empezar a medicar con estrógenos (hormonas femeninas) de por vida».

Se notaba la ironía en el tono de voz de Lola, y su cara reflejaba frustración y montones de dudas. Las mismas que tuve yo al escuchar aquellas últimas palabras. ¿Es necesario extirpar esas gónadas o tienen alguna función?, ¿cuánta probabilidad hay de que se genere un tumor?, ¿por qué no pueden revisarse cada cierto tiempo si ya lleva catorce años con ellas en su cuerpo? Y en cuánto a la vagina, ¿es necesaria una cirugía?, ¿quién da por hecho que necesites una cavidad vaginal mayor para tener relaciones sexuales placenteras?, ¿qué alternativas hay?

«Fue entonces cuando mi familia y yo, totalmente perdidos, por algo que jamás habíamos oído, nos encontramos sin más información que la que nos dieron los médicos, y seguimos sus pasos porque la palabra tumor nos asustaba y no teníamos otros puntos de vista diferentes ni conocíamos a otras familias. Y así de fácil, con unas “simples” operaciones, se solucionaba el problema. Pero eso sí, por si acaso mejor mantenerlo en secreto, no vaya a ser que la gente de mi entorno empezara a pensar que ya no era una chica normal. Como me sintiera yo poco importaba. ¿Sabéis qué es lo más duro?, el silencio. Ese maldito silencio que nos hizo vivir todo esto como un drama: con angustia, con dolor, y lo más triste, en soledad».

Ahora lo recuerdo, Lola. Estaba tan absorta escuchándote que no había caído. Hace unos años vi una película que hablaba de una historia parecida: ‘XXY‘. Aquel largometraje argentino me ayudó a entender que la diversidad de nuestros cuerpos es inmensa y que la idea de corregirlos para encajarlos dentro de este sistema binario significa no aceptar la diferencia. Nos han enseñado que hay personas que tienen pene y testículos, con cromosomas XY, socializadas como hombres, y que otras a las que llamamos mujeres tienen vulva, útero, ovarios y mamas, con cromosomas XX, ¿pero por qué no sabemos que también hay algunas personas que nacen con características sexuales (gónadas, cromosomas o genitales) que no encajan dentro de ese binarismo masculino o femenino?

«Y así fue, desde mi adolescencia y hasta hoy. Y resulta que unos años después empecé a conocer a más personas como yo, con historias similares a la mía y con experiencias muy diversas. Personas como María, que vivió sesenta años en silencio, sin decirle nada a nadie. Otras como Ángela, que al llegar a la adolescencia su clítoris se agrandó y con la excusa de que tenía cáncer de ovario (era mentira) fue intervenida en diferentes ocasiones. También conocí a personas como Laia, que nació con los labios fusionados y ya tendrá elección sobre su cuerpo cuando sea mayor. A algunas, como a Gaby, la cirugía les ayudó a sentirse mejor y a llevar una vida feliz, pero a Leo, que nació con el agujero de la uretra en un sitio diferente al normativo, la cirugía le dejó múltiples cicatrices y eliminó su capacidad para sentir placer sexual. Conocí a personas como Cova, una atleta a la que le prohibieron competir cuando se enteraron que sus cromosomas eran XY, a pesar de ser insensible a los andrógenos, y otras, como Álex, XXY, que hizo hasta un documental de su vida. Y muchas otras a las que seguiré conociendo porque además ahora sé que también hay un grupo de apoyo».

Mientras escuchábamos a Lola hablar sobre otras experiencias, una amiga que estaba sentada a mi lado, me contó en voz baja que hacía tan solo unos días leyó que una top model belga, Hanne Gaby, había hecho pública su intersexualidad. Mi amiga, que era de esas personas que no había parado de asentir con la cabeza desde que Lola empezó a contar su historia, también había leído ‘Cuerpos Sexuados’, de la bióloga feminista Anne Fausto-Sterling y había conocido hace años en una charla en Barcelona al activista intersex argentino, Mauro Cabral.

«Nos definimos de diferentes formas: como intersexuales, mujeres XY, hermafroditas, no binarias, con los diagnósticos clínicos… y otras prefieren no hablar de ello porque, en definitiva, todas somos personas. Aún con opiniones diferentes y experiencias muy diversas, estamos trabajando para empezar a tener más información antes de tomar decisiones, para que los y las médicos trabajen junto a las familias y no lleven a cabo cirugías si no es necesario dándonos siempre elección sobre nuestros cuerpos, para que empiece a haber más conocimiento sobre estas realidades y para que se empiecen a respetar nuestros derechos como personas».

Aquella Lola sonriente e insegura que desde su banqueta empezó a contar su historia tenía poco que ver con la Lola empoderada que estaba a punto de abandonar la sala. Había dejado atrás la timidez y aquellos ojos vidriosos para empezar a regalarnos palabras cargadas de fuerza y de esperanza. Has conseguido atraparnos, Lola.

«Ahora ya no me da miedo a contar mi historia cuándo quiera y a quién quiera porque ahora sé que no tengo ni un problema ni una enfermedad. Igual es este sistema conservador, patriarcal y binario el que está enfermo, el que no quiere abrir los ojos a la diversidad. Y somos conscientes, sabemos que el camino es muy largo y aún hay que dar grandes pasos, pero gracias al trabajo y al respeto entre las diferentes realidades ya empieza a haber más apoyo, más información, y más alternativas».

Es importante que empecemos a entender que el género es una construcción social y que esa socialización, a través de la cultura, es la fuente de todas las diferencias; que las personas que se desvían de las normas heteropatriarcales y que no encajan en ellas son excluidas, corregidas, o estigmatizadas, como decía Foucault. Si aceptamos que el orden social es injusto empezaremos a apostar por un futuro más diverso y equitativo que haga todas las vidas posibles.

«Por eso hoy estoy aquí, por eso os cuento mi historia, por eso me atrevo a decir que yo soy Lola, que soy una mujer intersexual, que me gustan y me enamoro de las personas independientemente de sus genitales y cromosomas (como lo hice con mi actual compañero de vida), que aunque mi vagina fuera más corta tengo un clítoris superplacentero; y que cuento con una familia estupenda que siempre ha estado a mi lado».

Gracias, por haberte atrevido a hablar de tu realidad, por ser la voz de otras Lolas que hoy se podrán sentir identificadas.

*María Gómez es escritora de vocación, graduada en Periodismo e investigadora en Estudios de Paz y Género. En 2016 publicó el trabajo final de máster ‘Intersexualidades. Entender los cuerpos más allá de las categorías binarias’.