La rana, Sísifo, Casandra y...la jodida realidad

Es hora de empezar y enserio.

LA RANA, SISIFO, CASANDRA Y... LA JODIDA REALIDAD
Hace cuatro décadas, observando los niveles de contaminación y la destrucción de la naturaleza a los que se había llegado, el filósofo Günther Anders dijo que la cuestión ya no era cómo viviremos sino si viviremos. ¿Qué pensaría hoy ante los desastres que tenemos, como la emergencia de la tercera guerra mundial, el mundo en llamas, el inminente colapso climático, las pandemias globales, la cada vez mayor desigualdad económica y racial?

Desde entonces al menos, la rana vive en una cazuela cada vez más caliente y se le está acabando el tiempo de poder saltar de ella y salvarse. Todavía la siguen tranquilizando interesados negacionistas de todo pelaje y condición. Reformistas y pragmáticos le piden calma, ya que con las correspondientes reformas, transiciones políticas y ecológicas ... ¡¡¡ vivirá a la fresca !!! También están los que le aseguran que con la “ciencia marxista” estará sana y salva, en cuanto sea creado el auténtico partido obrero, sólo será cuestión de tiempo ... Justamente, lo que le falta a nuestro buen batracio. De todas formas, lo tiene claro nuestra rana si se fía de la ciencia. Pero más aún, si confía en esa “ciencia” marxista que después de 200 años de ensayo y error, ha terminado siempre en “errores” y ha producido tantos horrores. Y como Sísifo, una y otra vez vuelve a intentar llegar a la cima con su pedrusco, para ver una vez más como éste rueda pendiente abajo, en vez de ponerse manos a la obra y empezar a desmontar este sistema asesino. Lo cierto es que cuando han podido, los defensores de esta “ciencia” no han hecho nada por salvar a nuestra rana, más bien al contrario.

En sus sueños, nuestro humilde anfibio se ve rodeado de unos huertos agro-ecológicos, reproduciendo unos insectos sanos y sabrosones y no quiere ni pensar en una huerta agro-industrial repleta de productos OGM. También anhela que el regacho que alimenta la charca no pase por lugares contaminados, o al menos que sus aguas sean recicladas antes y que se eliminen los pesticidas y herbicidas para que las libélulas y las mariposas revoloteen sin cesar a su alrededor y… ¡sí! ¡hay personas dispuestas a crear esos huertos, contaminar lo menos posible y gritan a favor de Ama Lurra! Pero la jodida realidad es que son las menos. Están en lo cierto, pero como a Casandra, casi nadie les hace caso y lo trágico es que... el agua esta en el punto de ebullición.

Pues la jodida realidad es que la devastación ecológica sigue su curso. El crecimiento "verde", el solucionismo tecnológico o la transición ecológica por parte del Estado son mitos reconfortantes que ya empezamos a lamentar. Los Estados perdieron su capacidad para luchar contra el colapso en curso, y hoy nos dan sobradas pistas de por dónde van a tirar. Ante la pandemia, hemos visto a los muy democráticos estados más occidentales adoptar de forma natural las palabras, los métodos y las maneras que se consideran característicos del “despotismo oriental”. Han sucumbido a la irresistible tentación de estrechar su control sobre las masas, que ahora se ha convertido en la única manera de mantener lo que queda de su sistema. El progreso tecnológico en el armamento permite a las élites del planeta formas de control de las poblaciones mucho más intenso y extenso que en crisis anteriores, de modo que esta nueva realidad ofrece a los que tienen el mando un poder sin precedentes.

El tiempo se agota, hay quienes siguen negando la realidad y están las personas preocupadas por las vidas de sus hij@s. Aún así, no están dispuestas a renunciar a las comodidades y a los lujos, sin saber que el consumismo muy pronto ya no será una opción. Nos dirigimos ciegamente hacia nuestra extinción, y no queremos reconocer que ya caminamos entre las ruinas de la sociedad tecno-industrial. O uno u otro, o el colapso de los ecosistemas o el colapso del sistema capitalista. En el primer caso, las condiciones necesarias para la vida de las personas en la Tierra son extremadamente reducidas. Con el segundo, es decir, si el sistema capitalista se derrumba, los ecosistemas vuelven a la vida, las comunidades humanas y no humanas pueden (re)florecer. Toda adaptación al sistema actual es inviable. Sirva de ejemplo: la inversión en infraestructuras verdes en las ciudades como eco-barrios, carriles-bici, zonas peatonales, mercados de productos ecológicos, huertos urbanos, etc. consigue... que aumente el valor inmobiliario y expulse a la periferia a quienes están más preocupados por el fin del mes que por el fin del mundo. Por otra parte, confiar en el despertar de las conciencias de las masas en nombre de la moral o en la bondad de los ricos egoístas es improbable. En el caso de estos últimos, el cristianismo lleva 2000 años predicando en el desierto, y así sigue, en vez de llamar a la insurrección de los pobres y a la cruzada contra la propiedad privada.

Y cuando a nuestra buena rana le vienen predicando que “¡nada de violencias!”, nada de sabotear el fuego o destruir la cazuela que la tiene presa, ninguna acción de auto-defensa contra los culpables de que se esté cociendo, apelando a no se sabe qué principios y derechos, ella les grita: “¡Dejáos de paparruchas! ¡Primero vivir, y luego filosofear!”