La protesta verde llega a Santander

El pasado 15 de marzo se concentraron, frente al Ayuntamiento de Santander, unas 200 personas, sumándose así a la protesta mundial contra el cambio climático. La movilización estuvo protagonizada por estudiantes de instituto, quienes hicieron huelga ese día y salieron a la calle en las principales ciudades del Estado español. El 29 una manifestación volvió a reunir un número similar de personas, que recorrieron parte del paseo marítimo y acabaron en la Plaza Pombo. Los medios de comunicación progresistas, en un alarde de optimismo, han bautizado la protesta como el “15M verde”, aunque está por ver si alcanzará las dimensiones de las acampadas de 2011.

Tuvimos la oportunidad de acudir a las dos convocatorias, con sentimientos encontrados ante lo que vimos y escuchamos. Por un lado no podemos sino alegrarnos ante el hecho de que se vuelva a salir a la calle, con varias movilizaciones recientes en Santander (manifestación antifascista contra el partido ADÑ el 16 de febrero, huelga feminista el 8 de marzo y estas dos manifestaciones por el clima). Por otro lado, nos decepciona el tono descafeinado que está teniendo esta protesta y que se refleja en algunas de las consignas coreadas, como, por ejemplo, “queremos más inversiones en [energías] renovables” o “es una emergencia, lo dice la ciencia”. Tampoco es que esperáramos mucho del movimiento “Fridays for future” cuyos objetivos, desde el principio, han sido “concienciar” y “reclamar soluciones” a los dirigentes políticos y las instituciones (es decir, delegar la solución del problema en quienes han responsables de haberlo creado). Aunque en algunas ciudades hay personas que han sabido darle otro enfoque a la protesta, mostrando que ecologismo y capitalismo son incompatibles. Profundicemos un poco en nuestras críticas.

Creemos que la denuncia de la problemática del cambio climático tiene que estar ligada a la crítica al sistema tecnológico, científico e industrial en el que vivimos, que se sustenta en la idea de progreso (también llamado “crecimiento económico”). Un sistema cuyos cimientos se encuentran en la producción y el uso de energía. Sin la producción industrial de energía el sistema se para. La necesita. El mundo gira alrededor de ella: guerras, devastación ambiental, la economía… Esta producción industrial de energía […] es la responsable del cambio climático. Para producir energía es necesaria la devastación de la naturaleza, […] Es necesario un mundo que requiere un crecimiento infinito en un planeta que en realidad es finito (Anarquistas contra toda nocividad). En ese sentido, cuando se reclama “más renovables” deberíamos hacernos la pregunta de ¿para qué? ¿Para seguir manteniendo el ritmo de producción y consumo actual? Si lo mantenemos, aunque sea basándonos en energías 100% renovables, nos vemos abocados igualmente al desastre.

Hay que tener en cuenta que la energía fósil no es en exclusiva la que está provocando el cambio climático. La llamada energía “verde” también contamina, ya que es dependiente de la extracción minera para la fabricación de molinos, placas solares, baterías, etc. La instalación de un molino eólico industrial requiere de varias toneladas de cemento para ser fijado al suelo. Además, estos molinos se instalan de forma masiva, devastando territorios que, generalmente, son rurales. Por poner un ejemplo, en Creta, grandes empresas energéticas internacionales han proyectado la construcción de 800 molinos con la idea de convertir la isla griega en una gigantesca fábrica de electricidad que alimente al continente europeo (6.5000 MW frente a un consumo medio de la isla de 250 MW). Vemos con ello cómo las empresas energéticas evolucionan y se van adaptando a un previsible futuro de petróleo escaso, para seguir manteniendo sus monopolios (sostenibles).

La confianza ciega en la ciencia como solución a nuestros problemas es otro punto que queremos poner en cuestión aquí. Que esto es una “emergencia” ya lo sabemos, sin necesidad de que vengan unos expertos científicos a contárnoslo. Lleva siendo una emergencia desde hace décadas para las habitantes del Delta del Niger, cuyas aguas ya no se distinguen del petróleo (véase el libro “Delta en revuelta. Piratería y guerrilla contra las multinacionales del petróleo”); para las poblaciones campesinas de la Asia o América rociadas a diario por el herbicida Glisofato; o para los arruinados pescadores del lago Victoria en Tanzania (véase el documental “La pesadilla de Darwin”). Puede que muchos expertos medioambientales tengan buenas intenciones e incluso propongan soluciones interesantes. Pero no olvidemos que la ciencia no es neutra, sino que está al servicio del poder y de sus intereses. Por ello, en general, lo que tratarán de hacer los investigadores es poner parches cuidándose mucho de no alterar el status quo. Por ejemplo, crearán coches menos contaminantes (pero sin poner en cuestión la industria y la cultura del automóvil), inventarán nuevas técnicas de cultivo ecológicas (pero manteniendo los monocultivos y la concentración de tierras en unas pocas manos) o descubrirán medicamentos contra el cáncer (en vez de paliar las causas que nos llevan a contraer tal enfermedad).

Igual de erróneo nos parece confiar la solución a nuestros problemas a una casta científica que a una casta política. Una de las consignas estrella del 15M fue el “no nos representan”, que denotaba (con razón) un hartazgo y desconfianza absoluta hacia los políticos de todo signo. El “15M verde”, por el contrario, carece de ese tono crítico y confía en que gobiernos y organismos internaciones escuchen su voz. Aquellos mismos gobiernos que se reúnen para mercadear con cuotas de emisiones, que son uña y carne con las empresas energéticas y la industria extractivista, o que firman acuerdos de libre comercio para saltarse sus propias normativas medioambientales. La realidad es que “no hay Estado “verde” posible, porque ningún Estado que se precie va a actuar en contra de sus intereses, y estos pasan por la explotación intensiva de los recursos naturales más que por el decrecimiento. La detención de la catástrofe implicaría la del desarrollo, con temibles derivaciones como la erradicación del consumismo, el desmantelamiento de las industrias, las autopistas y la gran distribución, la desurbanización del espacio, la disolución de la burocracia, la descentralización total de la producción energética y alimentaria, el fin de la división del trabajo, etc., todas contrarias al carácter del Estado producto de la civilización industrial. Por eso el ecologismo del Estado preferirá distraer a su público con pequeños gestos superficiales de responsabilidad ciudadana. No irá más allá de los impuestos, los decretos y las comisiones de seguimiento; no sobrepasará la recogida selectiva de basuras, la limitación de la velocidad a 80 Km/h, el fomento de la bicicleta, la promoción de los alimentos orgánicos, el alumbrado de bajo consumo o la prohibición de determinados envases de plástico, nada de lo cual contribuirá visiblemente al cambio ecológico o a la democratización de la sociedad” (Miguel Amorós, ¡Cuidado con el ecologismo de Estado!)

En conclusión, aunque esperanzador en algunos aspectos, nos parece que este movimiento está muy verde todavía, por lo menos en Santander. No por ello dejaremos de participar en las manifestaciones (que se repetirán cada dos viernes) aunque de momento nos quedaremos en un segundo plano. Nos sentiremos más cómodos, en cambio, cuando la protesta deje de parecerse a un anuncio promocional del capitalismo verde y empiece a incorporar en sus críticas conceptos como decrecimiento, antidesarrollismo o defensa del territorio. Pero también cuando deje de reclamar soluciones a terceros y empiece a buscar soluciones por sí mismo mediante la acción directa. “Marchar en defensa del clima para pedir a la clase dominante una política más ecológica no es más que una excelente gimnasia de obediencia. Mueven sus piernas para confiar en los parlamentarios, agitan sus brazos para depender de los ministros, sacuden sus cabezas para inclinarse ante los gobernantes. Comenzamos a movernos, pero solo para celebrar (y ser atrapados por) una fiesta” (¿Para qué sirve la energia? Por Enemigos del TAP).