La metrópoli colonizadora

La metrópoli colonizadora

Henos, pues, aquí: a costa de crisis «económicas», «medioambientales», «sociales» y existenciales, ha acabado por desplomarse cualquier telón que impidiera observar en todo su explendor la catástrofe que es Occidente en su expansión a escala mundial. Desde esta perspectiva, se comprende el viraje histórico que nosotros hemos dado, que consiste, por un lado, en abandonar toda credulidad hacia las fachadas y los rituales de una política que ya ha sido, con sus banderas, sus instituciones y sus incautos girando en torno a una actividad muerta por inanición ontológica, y, por el otro, en comenzar a poblar, aquí y ahora, los horizontes geográficos donde se torne posible la elaboración autónoma de un tejido de realidad en secesión, bastante más rico que ese otro acartonado que administra la nueva cibernética social metropolitana. Ruptura, por tanto, con cualquier avatar del paradigma de gobierno en favor de un paradigma del habitar, durante mucho tiempo punto ciego de los revolucionarios, que por miseria, cobardía o indecisión se han limitado a refugiarse en las pocilgas del enemigo: desde la demanda militante de garantías hasta el reformismo armado de distintas agrupaciones guerrilleras pasando por cualquier otro programa constituyente de la política que busque modelos «alternativos» de producción antes que arrancarse de toda red de producción. Recordando que la felicidad no es el premio de la virtud, sino la virtud misma, la política que viene está completamente volcada al principio de las formas-de-vida y su cuidado autónomo antes que a cualquier reivindicación de «abstracciones jurídicas (los derechos humanos) o económicas (la fuerza de trabajo, la producción)» (Agamben, «Europa debe colapsar»).

La actual recomposición imperial del mando capitalista no solo impide seguir buscando un gran centro del «Poder», también anula todo intento de seguirnos «localizando» a nosotros mismos al margen de la catástrofe mundial, pues nos inscribimos en un campo de batalla sin línea del frente definida, un campo de batalla que coincide con todas las capas de la Tierra. La multiplicación y proliferación de luchas como la de la ZAD en el bocage de Notre-Dame-des-Landes, la del NO TAV en el Valle de Susa o la del Frente de Pueblos Indígenas en defensa de la Madre Tierra en el Bosque Otomí-Mexica, manifiestan con sus grandes distancias, la naturaleza no exclusivamente local sino global de la conflictualidad política presente. Se trata siempre de constatar que el poder no puede seguir siendo asignado a este o a aquel lugar privilegiado, identifcado homogéneamente con una clase, una institución, un aparato o con el conjunto de todo eso. Desprovisto ya de todo centro que restrinja su compulsión a colonizar extensivamente cada rincón de la Tierra, el poder ha acabado por confundirse con el ambiente mismo. Los megaproyectos infraestructurales, los planes urbanísticos de embellecimiento, la expansión incontenible de dispositivos de control, sea en la franja de Gaza o itsmo de Tehuantepec, son algunos de los modos de aplicación de un mismo programa global de metropolización.

En todas partes vemos repetirse la política de destrucción creativa practicada por el capitalismo desde sus orígenes coloniales, la cual, por un lado, acaba con los usos y costumbres tradicionales, reprime ese « dominio vernáculo» de los cuidados que está fuera del mercado, neutraliza los tejidos éticos y la memoria colectiva, y, por otro, formatea y diseña su propia sociedad según los modelos de la productividad, hace de la valorización y la gestión la única relación imaginable con el mundo, trasforma la acción autónoma en una serie de conductas gobernadas, conquista las mentes y los corazones a base de economía, derecho y policía. La continua ostilidad de las metropolis de hoy nos muestra que no podemos seguir entendiendo el colonialismo como un suceso que ocurrió de una vez por todas, como un «hecho» depositado en los anaqueles de la Historia, sino como una progresión continua de explotación y dominación que requiere un ordenamiento aún más permamente de los espacios-tiempos para seguir colonizándolo todo, desde las capas tectónicas más profundas hasta las regiones atmosféricas más distantes. La metrópoli global integrada es el proyecto y el resultado de la colonización histórica occidental de al menos un planeta a manos del capital. En una época en la que todo lugar posible sobre la Tierra se ha vuelto «colonia», toda colonia tiende a convertrse en «metrópoli», revelándose ambos momentos en su lógica correlación, como atestigua cualquiera de los discursos de la gobernaza imperial, en los que la metropolización de espacios-tiempos es celebrada como el principal eje tecnológico de actuación.

Más de la mitad de la población del mundo vive en condiciones cercanas a la miseria. Su alimentación es inadecuada. Son víctimas de la enfermedad. Su vida económica es primitiva y está estancada. Su pobreza contituye un obstaculo y una amenaza tanto para ellos como para las áreas más prosperas. Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y el talento para aliviar el sufrimiento de estas personas. [...]

* Extraído del libro «Un habitar más fuete que la metrópoli» escrito por el Consejo Nocturno