El desprecio del anarquismo por la ruralidad. Un error de un coste colosal

Dice José Peirats que “se produjo la paradoja de que siendo Barcelona la capital del anarquismo español, la región agrícola le fuese hostil casi siempre y llegase a crearle un verdadero problema, en especial desde 1936 a 1939”.

“Los anarquistas no conseguimos ganarnos las simpatías de los campesinos”. “No dimos con la fórmula que hubiera podido romper el hielo entre la ciudad y el campo”. “Los anarquistas de Barcelona dejaron siempre descuidado el campo…”.[1]

El que fue redactor del periódico Solidaridad Obrera, miembro voluntario de la columna Durruti, por dos veces secretario general de la CNT y autor de los tres famosos volúmenes de La CNT en la Revolución Española daba en el clavo en su análisis sobre la poca atención, e incluso desprecio, que el anarquismo prestó a la ruralidad. Peirats señala una de las principales carencias del anarquismo de ayer y del anarquismo de hoy.

El anarquismo nace de la Ilustración y del progresismo y por eso muestra un menosprecio hacia lo rural y lo ve como atraso. Un lugar y unas gentes de las que nada se puede aprender, sólo llevarles el anarquismo. Y llevarles un anarquismo en castellano. “La mayor parte de nuestra propaganda -afirma Peirats- se hizo en castellano, despreciando las lenguas vernáculas, y esto hizo que se viera el anarquismo como un producto de importación, algo extranjero”[2].

Muchas colectividades -dice Peirats- fueron impuestas. Vale decir que no brotaron, en Cataluña al menos, por generación espontánea. Tuvieron que ser impuestas porque carecíamos de elementos anarquistas entre la payesía, entre la ruralidad”[3].

El anarquismo mostró una mentalidad colonial que busca salvar (civilizar) a los indígenas sin los indígenas. El tradicional despotismo ilustrado de la burguesía.

¿Por qué no se formaron guerrillas campesinas en la retaguardia rural del franquismo? Pues porque las gentes de la ruralidad no se sentían identificadas con una II República que había continuado con la expropiación del comunal y la destrucción de la comunidad. La guardia civil había sido durante el Bienio Azañista y durante los seis meses de Frente Popular igual o más represiva que la monarquía. Asesina, torturadora y presidiaria, especialmente con las gentes del campo[4]. Se ha de recordar que Durruti y una parte importante del anarquismo pidió el voto para el Frente Popular y que a partir de 1936 el anarquismo se hará Estado con cuatro ministros.

Continúa José Peirats diciendo que “de haber sabido conquistar, por ejemplo en Cataluña, al campesinado con una propaganda menos demagógica y desenfocada, sin amenazas revolucionarias para sus pequeños intereses [se refiere a las expropiaciones de la legítima pequeña propiedad privada] hubiéramos ganado la guerra. Esto hemos podido comprobarlo -continúa Peirats- durante la época de la posguerra, cuando los campesinos allegados a los Pirineos prestaban muy buenos servicios a los activistas que se aventuraban a a cruzar la frontera, desgraciadamente, siempre con la monomanía de llegar a Barcelona o a los centros urbanos vecinos para llevar allí la lucha contra el franquismo dueño de la Península.

Salvo anarquistas como Isaac Puente, Federico Urales o Felipe Alaiz que mostraron interés, respeto y aprecio hacia la ruralidad ibérica, en el anarquismo mayoritario hubo un desprecio completo por el mundo rural popular tradicional.

Uno de las mayores desprecios y calumnias contra la ruralidad ibérica ha sido el propagandístico documental Las Hurdes. Tierra sin pan de 1933. Este documental fue enteramente financiado por un famoso anarquista oscense llamado Ramón Acín. Este largometraje de Luis Buñuel es un montaje horrible con actores pagados, cabras despeñadas a la fuerza, burros drogados, enfermos de cretinismo traídos para la ocasión… Todo para “probar” que los rurales eran monstruos semihumanos y justificar la intervención del Estado para civilizarles. Un discurso que encajaba con la ideología progresista urbana.[5]

Seguro que el lector está pensando en que también eran rurales los jornaleros andaluces o los trabajadores agrarios del Aragón oriental que tenía altas afiliaciones a la CNT y potentes movimientos anarquistas. Cierto, pero aquí no estamos hablando del mundo rural ya proletarizado, asalariado, adscrito al latifundio o a polos industriales, sino del mundo rural que estudió Joaquín Costa: un mundo campesino, no proletarizado, comunal, concejil, colectivista, con economías de fuerte autoabastecimiento… Es decir que aquellos proletarios rurales estaban más cerca del sistema moderno que de la sociedad campesina tradicional; una sociedad, esta última, que empezó a desplomarse completamente en 1953 y de la que quedaron restos en zonas como Galicia hasta 1990 en que ya desapareció al completo.

Tampoco es baladí o casual la cuestión de por qué en el horizonte mediterráneo y en especial en la Península Ibérica caló tanto las ideas anarquistas y no tanto las marxistas, existiendo ejemplos de lugares con una industrialización mas avanzada y extensa. Y es que hay una base en la cultura popular ibérica que se reconocía en ciertas premisas del anarquismo. Pero esto, los dirigentes del anarquismo no lo supieron reconocer porque la idea del tiempo y del espacio era evolutiva y lineal, es decir que tenía un desarrollo progresivo que va de peor a mejor necesariamente, y por esta sucesión de cosas, el pasado era horrible, y el futuro tenía que ser por necesidad mucho más libre y “avanzado”. Se sentían modernos, cuando sus principios eran más bien cosa de la tradición popular rural. En esa época se asimilaba la tradición a lo que el Poder del Antiguo Régimen emanaba, es decir, catolicismo. Al carlismo de base le sucedió lo mismo que al anarquismo, cuajó profundamente en amplias clases populares porque nacía del mismo sustrato heredado de las libertades medievales[6].

Las ideas de la Revolución Integral vienen a rescatar el mundo libre de nuestro pasado rural tradicional, que el anarquismo no supo ver ni valorar, y a relanzarlas como fuente de inspiración para un futuro revolucionario. Es necesario solventar esta carencia del anarquismo y poner el foco en el los bienes comunales, en el concejo abierto, en el municipio libre rural, en las comunidades de Villa y Tierra o  comunidades de Aldea, en las hacenderas y formas de apoyo mutuo tradicionales, en el derecho consuetudinario, en el mandato imperativo concejil, en el trabajo libre artesanal, en la familia, en la vecindad, en la prevalencia de la aldea frente a la ciudad, en los idiomas vernáculos, en lo positivo de la tradición local, en el bosque y su importancia, en la universalización del trabajo manual, en lo positivo del cristianismo y la diferencia de éste con su manipulador, el catolicismo; en el conocimiento acumulado de las gentes comunes y sus experiencias, en las milicias concejiles…

Muchas veces las contradicciones fácticas se producen por un escaso y mal análisis de la realidad y un peor análisis del pasado. Nos conformamos, equivocadamente, con la historiografía oficial que responde a la necesidad del Poder de controlar nuestra autoconstrucción identitaria e ideológica. Hasta el punto de pelearnos entre los iguales cuando ni nuestras aspiraciones, ni nuestras convicciones, ni nuestros modus operandi son muy distintos.

En definitiva, sin ruralidad no hay revolución que valga. Y la ruralidad no se debe confundir con lo agrario que es sólo una parte. La ruralidad debe ser el todo, sin ciudades, sin Estado, sin capitalismo y sin trabajo asalariado.

María Bueno González y Enrique Bardají Cruz
Fuente: https://revolucionintegral.org/index.php/item/699-el-desprecio-del-anarquismo-por-la-ruralidad-un-error-de-un-coste-colosal

Notas

[1] “De mi paso por la vida. Memorias” José Peirats. Editorial Flor del Viento, 2009.

[2] Ibid.

[3] Ibid.

[4] Los datos sobre la represión del Estado republicano a las gentes rurales se pueden consultar en el libro de Félix Rodrigo Mora “Investigación sobre la Segunda República Española 1931-1936”. Editorial Potlach.

[5] Un texto  breve que explica de maravilla como Las Hurdes no eran, ni muchísimo menos, lo que anarquistas, izquierdistas y franquistas reflejaban en sus panfletos es el texto de Félix Rodrigo Mora El futuro de la cultura popular. Meditaciones desde Las Hurdes. https://felixrodrigomora.org/el-futuro-de-la-cultura-popular-meditacione...

[6] Nada tiene que ver el carlismo reaccionario de las élites que defendían el absolutismo realista de corte conservador y católico; con el carlismo de las clases populares navarras o del maestrazgo que entendían por tradición la “ley vieja” del derecho consuetudinario de elaboración concejil. De hecho, en realidad, la élite carlista y la élite liberal no tenían unas diferencias sustanciales, ya que solo diferían en el cómo llevar al Estado español a mayores cotas de poder.

Por otra parte, en el frente de Aragón durante la guerra civil se dio una situación paradójica. Por un lado estaban los milicianos anarquistas de base que defendían la asamblea como organismo democrático de toma de decisiones y la colectivización de la tierra; y por otro lado los carlistas de base que defendían el batzarre como órgano de toma de decisiones y el comunal. A pesar de ello, el fanatismo y la intransigencia llevaron a los ríos de sangre.