Cuadro de la sociedad

Un caos de seres, de hechos e ideas, una lucha desordenada, violenta y despiadada; una mentira perpetua, por la que arbitrariamente unos se elevan al pináculo y otros quedan aplastados sin piedad en los bajos fondos.

¡Cuántas imágenes que describirían la sociedad actual, si en realidad pudiera hacerse!…

El pincel de los más celebrados artistas y la pluma de los más notables escritores se quebrarían cual frágil cristal, si se empleasen en representar siquiera un eco lejano del tumulto y la refriega que produce el choque de aspiraciones, apetitos, odios y abnegaciones en que se encuentran y mezclan las diversas categorías que dividen a los hombres.

¿Quién podrá explicar exactamente la interminable batalla librada entre los intereses particulares y las necesidades colectivas; entre los sentimientos del individuo y la pseudológica de la generalidad humana?   

Todo lo que constituye el desbarajuste de la actual sociedad no basta aún para hacer reflexionar a las gentes y escapa fácilmente a la penetración de su conocimiento.

Una minoría que posee la facultad de hacer producir y consumir, o la posibilidad de existir a título parasitario bajo diversas y numerosas formas, y en frente una inmensa mayoría que no tiene más que sus brazos, o su cerebro, u otros órganos productivos, que se ve forzosamente obligada a alquilar, o prostituir, no solamente para procurarse lo indispensable a fin de no morir de hambre, sino también para permitir a este pequeño número privilegiado, detentador de la potencia propiedad, o valor de cambio, vivir a costa del esfuerzo ajeno, más o menos beatíficamente.

Una masa, ricos y pobres, esclavos de prejuicios seculares hereditarios: los unos porque en estos atavismos encuentran su interés; los otros porque, sumidos en la ignorancia, no quieren salir de ella; una multitud cuyo culto es el dinero y su aspiración el hombre enriquecido; una gran mayoría embrutecida por el abuso de los excitantes o por la conducta viciosa; la plaga de degenerados de arriba y de abajo, sin aspiraciones profundas, sin otro fin que el de alcanzar una situación de goce y saciedad, para poder aplastar, si es preciso, a los amigos de ayer y elevarse sobre sus costillas.

Lo provisional, que amenaza sin cesar con transformarse en definitivo, y lo definitivo, que no parece dejar de ser jamás provisional.

Vidas que mienten a sus convicciones aparentes y convicciones que sirven de trampolín a bajas ambiciones. Librepensadores que se revelan más clericales y devotos que los mismos curas y devotos que dejan entrever el más grosero materialismo.

Lo superficial, que quiere pasar por profundo, y lo profundo, que no consigue hacerse valer por serio.

Repetir que todo esto es el cuadro vivo de la sociedad es poner en evidencia una verdad que nadie osará contradecir.

Cualquiera que sepa reflexionar comprenderá, perfectamente, que la pintura no es exagerada, sino que más bien queda muy por debajo de la realidad.

 

* El texto es el comienzo del libro «El anarquismo individualista. Lo que es, puede y vale»