Contra los turismos

En la Francia anterior a la segunda guerra mundial las luchas de los obreros por conseguir la semana de las 40 horas (ocupaciones de fábricas, huelgas de brazos caídos, luchas contra las horas extraordinarias, etc) paralelamente al ascenso del Frente Popular (1936-1938), fuerza en la primavera de 1936 el acuerdo de Matignon por el cual la patronal cede al aumento de salarios, las vacaciones pagadas y la semana de 40 horas, que equivale a disponer del fin de semana festivo.

Siguiendo la lógica del desarrollo del período Fordista (producción en masa consumo en masa), la organización del tiempo libre se convierte en uno de los principales sectores de la economía del Frente Popular francés, lo que imprime un gran desarrollo a la industria del turismo. El sindicato de la CGT crea su propia agencia de turismo, el Centro de Esparcimiento y Vacaciones de la Unión de Sindicatos o la subsecretaría de Estado de los Deportes y Esparcimientos, son algunos ejemplos de este desarollo, al tiempo que aparecen nuevas reivindicaciones como el "derecho a la nieve" o "la Costa Azul para todos". Desde entonces esta actividad no ha hecho más que crecer y se ha convertido en la industria de crecimiento más rápida del mundo. Fenómeno que nos puede dar una idea (y del que España es un magnífico ejemplo) de las mutaciones a las que ha sido sometido nuestro entorno, transformando paulatinamente nuestro hábitat en el espacio del capital por excelencia, restrigiendo su uso a ser escenario de las actividades mercantiles y a consumirse como cualquier otra mercancía.

La industria turística consiste en un proceso goblal de mercantilización, de apropiación por desposesión del patrimonio material e inmaterial, mediante el cual ciertos bienes son transformados en valores de cambio. Procesos orientados a producir y transformar espacios para ser consumidos como mercancías. En su evolución se ha pasado del modelo Fordista a gran escala a una diversificación de la producción basada en la sostenibilidad, el consumo responsable, el ecoturismo, la excelencia de la experiencia ...

La industria de la turistificación es actualmente la responsable de producir las "ciudades fantasías" que después de expulsar a sus viejos habitantes (según los economistas, entre el 80  y 90 por ciento de la población residente en los "centros" de las ciudades será empujada hacia la periferia), reacondiciona los centros históricos para reconvertirlos en espacios dysneificados para el consumo. Estos "espacios de simulación" son logrados mediante campañas de promoción de contenidos históricos, culturales, arquitectonicos, paisajísticos; orquestados por los agentes económicos involucrados, las instituciones locales y el Estado, dirigidos a alimentar el voraz e insaciable fetichismo turístico.

Espacios trastocados por la mercancía, calles que no son sino escaparates del súper mercado, plazas cuyo uso ha sido prácticamente privatizado, ciudades-mercancía, no lugares. Producción del espacio que no habría podido llevarse a cabo sin una transformación igualmente radical de las relaciones sociales "entre los hombres", acotadas en el marco de las relaciones mercantiles de compra-venta. Cambios acontecidos en las relaciones de explotación del trabajo asalariado, que corren paralelamente al ascenso del "tiempo libre" y nos remiten a considerar brevemente la dominación del tiempo de las personas.

La disposición de "tiempo libre", históricamente, no se puede considerar al margen del tiempo de trabajo que es el tiempo que vendemos a cambio de un salario. Dado que en la sociedad capitalista solo disponen de "tiempo libre" aquellas personas que poseen los "medios" de subsistencia, aquellas otras desposeídas deben tratar de vender su tiempo o emplearlo para obtenerlos. Entonces para poder determinar la naturaleza de aquel que llamamos "libre", sería conveniente analizar su contrario, teniendo en cuenta que no nos referimos al tiempo de descanso que discurre para volver al trabajo.

El tiempo vendido a cambio de un salario no es libre, no nos pertenece, está sometido a la voluntad de aquel que paga por él, a los imperativos definidos por el mercado, al marco regulador, etc.; es el tiempo de la persistente desposesión. Bajo la condición de desposeídos del tiempo, la dimensión que adquiere el calificativo de libre no nos parece nada desdeñable, aunque deberemos considerarla en profundidad más adelante, cabe preguntarse qué supone el "tiempo libre" cuando nos referimos a un tiempo que contínua inscrito en la lógica de mercado y qué relación tiene con el consumo de espacio y de experiencias.

El mercado es el que determina el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cualquier mercancía, aquello que se podrá vender y lo que no, el tiempo de producción y el tiempo de trabajo. El contenido del "tiempo libre" vinculado al consumo de mercancías de ocio está definido y queda circunscrito a las posibilidades y expectativas del mercado. De tal manera que el mercado extrecha el círculo del tiempo, corre hacia su materialización como mercancía (valor). Desde el tiempo de trabajo vendido al consumo de tiempo libre, la experiencia del tiempo acaba por ajustarse a lo realmente posible en terminos capitalistas.

Librarnos del tiempo sometido sin más tiempo fuera del alcance del mercado, de sus relaciones y su fetichismo, reduce el horizonte de aquello que podemos desatar con nuestro tiempo y nos aboca directamente al consumo del espacio. A la "conquista", facilitada por la técnica de los transportes, de lo exótico, lo mundano y lo genuino, y de cualquier espacio expresamente acondicionado para ello: ciudades-turísticas, espacios confinados para la contemplación, espacios de excepción.

En el consumo de espacio parece encerrarse la clave de las expectativas de libertad. Lo podríamos titular: redención del tiempo a través del espacio. Finamente la gran evasión consiste en una huida controlada y cíclica que facilita el retorno atenuado de la servidumbre.

Habiendo reducido las expectativas del tiempo, también sus posibilidades de liberación, el horizonte humano fijado por el mercado, colocado a la vanguardia de las necesidades, sigue abriendo nuevos segmentos de negocio dedicados a multiplicar la oferta de experiencias con las que olvidar o superar la anodina existencia. Ahora podemos saborear la diferencia y experimentar aquella situación bajo ambiente controlado y mínimo riesgo. Mercancías simbólicas a las que se suman nuevos lugares y viejas experiencias y que ya nos permiten atravesar algunas favelas o experimentar el recorrido de los "espalda mojada".

El "tiempo libre" realizado en el mercado sigue fielmente la lógica del tiempo de libre mercado, un tiempo fetichizado que consume representaciones del "otro" y de lo "otro", que transcurre en espacios especializados donde las relaciones sociales están desligadas del lugar, donde los turistas se apelotanan y contemplan, consumiendo mercancías simbólicas que permiten adquirir "experiencias de lugares" detentadas como capital simbólico en sus repectivos espacios sociales.

El mercado capitalista se amplía nutriendo la fetichización de la mirada turística que recorre el mundo y nuestro tiempo, colonizando aquello que hasta ahora había escapado a su dominio, lo impensable, estrujando y consumiendo tiempo, siempre a la búsqueda ... El viaje es otra cosa.

CS. Junio 2017