¿Alternativas al dinero? De la moneda social a la criptomoneda

¿Alternativas al dinero? De la moneda social a la criptomoneda

Un interlocutor resaltando las bondades del Bitcoin en un programa de “Radio 3”, propuestas de presentaciones de libros sobre el Bitcoin en centros sociales autogestionados, ensayos anticapitalistas proponiendo la compra de Bitcoin… No cabe duda de que el tema de las criptomonedas, que hace tiempo se coló en los medios de comunicación generalistas, está empezando a penetrar en los espacios “alternativos”, y a generar debate en su seno. Parece haber bastante consenso, entre quienes abogan por otro tipo de sociedad alternativa a la capitalista, que el dinero tal como es usado en la actualidad, tiene que ser abolido. En esa dirección, la creación y difusión de las llamadas monedas sociales hace unas décadas, y la popularización de las criptomonedas virtuales, hoy en día, son contempladas, por algunas personas, como medios de combatir el sistema monetario imperante. Otras opiniones, en cambio, son más críticas con el supuesto potencial transformador de estas monedas. Sea como sea, la cuestión nos parece lo suficiente relevante como para ser abordada en las páginas que siguen.

Las monedas sociales son herramientas creadas y utilizadas en comunidades, colectivos, vecindarios, con el fin de intercambiar bienes, servicios y conocimientos. Son sistemas monetarios que se suelen caracterizar por estar basados en la confianza y la reciprocidad, y por estar circunscritos al ámbito local. Algunas monedas sociales tienen además como característica la “oxidación”, esto es, la pérdida de valor progresivo, con el fin de evitar la acumulación. Hay muchos tipos y formas de monedas locales, que van desde el clásico billete mientras que otras son completamente virtuales. También difieren en sus fines, distinguiéndose así, por un lado, las monedas complementarias (al dinero legal), que pretenden complementar las deficiencias de este, dinamizando el comercio local de proximidad, el autoempleo y la optimización de los recursos locales; y por otro lado, las monedas alternativas, que buscan romper con el sistema monetario legal. Existen infinidad de monedas sociales repartidas por todo el mundo, algunas de las cuales han tenido más aceptación y repercusión que otras. En Cantabria, destacan en la actualidad el Saja, orientada a la zona occidental, y el Roble, orientada a la zona oriental.

El funcionamiento de las criptomonedas es bastante más complejo de entender y explicar que el de las monedas sociales. Se definen como un tipo de moneda digital, que no existen de forma física, pero que aun así sirven como moneda de intercambio, permitiendo transacciones instantáneas a través de Internet. Se basan en las técnicas de la criptografía y en las cadenas de bloques (blockchain), lo que en teoría las hace muy seguras y garantizan el anonimato de las transacciones. Esta tecnología permite además que sean monedas descentralizadas, esto es, que no sean controladas por estados, bancos u otros tipos de instituciones. En el año 2009 apareció la primera criptomoneda completamente descentralizada, el Bitcoin, que a día de hoy sigue siendo la más famosa y la más empleada en el mundo, hasta el punto de que países como Panamá, o el Salvador, se plantean adoptarla como moneda de curso legal. Aunque su popularidad no se debe tanto a su utilidad como sistema de intercambio, que a día de hoy no deja de ser anecdótico, como a que su valor (medido en dólares o euros) no ha dejado de multiplicarse a lo largo de la última década, lo que ha llevado al Bitcoin a sumirse en una espiral especulativa tan característica de la economía de casino de nuestros días.

Hasta aquí las definiciones. Vayamos ahora con la crítica. En un artículo publicado en 2014 en la revista Argelaga, el Grupo por la defensa del territorio del Alto Palancia se muestra muy escéptico con el fenómeno de las monedas sociales, en una crítica que se enmarca en otra más amplia al movimiento decrecentista inspirado por Serge Latouche y las Cooperativas Integrales. Para los autores, no es posible una salida del sistema “en positivo”, sin conflicto, como la que hipotéticamente se produciría por la acumulación de iniciativas “alternativas” entre las que se incluyen las monedas sociales. Al contrario, es bastante frecuente que dichas monedas sean vistas con buenos ojos por las instituciones estatales e incluso sean apoyadas o impulsadas por éstas. Consideran así que “los responsables en lanzar la iniciativa respiran un positivismo casi patológico (del de mirar hacia otro lado para que el problema desaparezca), generando la creencia de que si la gente se suma a la propuesta y el uso de la moneda se generaliza, la alternativa ya estará en marcha, borrando de un plumazo todo el proceso de conflicto”. A esta afirmación se podría contestar que la puesta en marcha de iniciativas alternativas no tiene por qué implicar una huida del conflicto, y es probable que muchas personas compatibilicen el uso de monedas sociales con las barricadas.

Por nuestra parte, también somos bastante escépticos con el potencial transformador de las monedas sociales. Nos parece que, en cierto modo, es empezar la casa por el tejado. Quizás sería más interesante centrar los esfuerzos colectivos en impulsar estructuras económicas alternativas, sólidas y viables, y una vez creadas, intentar coordinarlas a través de una moneda propia. Como esas estructuras son, a día de hoy, inexistentes, es habitual que las monedas sociales tengan un corto recorrido o una existencia agonizante, siendo las más exitosas las que, efectivamente, cuentan con apoyo institucional y, por ende, solo sirven como “bonos” para comprar en comercios capitalistas. Otra cuestión discutible sería si realmente es posible la creación de dichas estructuras económicas en el marco actual sin acabar siendo absorbidos por el sistema, pero entrar en ello no es objeto de este texto.

Nos da la sensación de que ese optimismo por las monedas sociales parece haber sido desplazado en los últimos años, y en ciertos ambientes, por la nueva fe en las criptomonedas. O por lo menos, las segundas son las que están dando más de qué hablar últimamente. Lo primero que constatamos al respecto es que, aunque son muchas las personas que hacen uso de la criptomonedas (un uso que se reduce mayoritariamente a un interés especulativo), a la mayoría les importa poco el supuesto potencial transformador de éstas. En cuanto a la minoría restante, se compone en gran parte de personas con ideas cercanas al anarcocapitalismo o liberalismo, y en menor medida de personas con ideas anticapitalistas. Esto lleva a que, a diferencia de lo que sucede con las monedas sociales, las personas que hacen uso de las criptomonedas son muy heterogéneas, a todos los niveles, pero sobretodo a nivel ideológico, lo que provoca que, en torno a ellas, se generen muchas opiniones e intereses diferentes. Dado que es difícil separar el grano de la paja, lo prudente es ser escépticos con dicho optimismo que profesan algunas personas respecto de estas nuevas monedas. Al respecto, es muy común leer proclamas mesiánicas que apuntan a que el Bitcoin va a liberarnos del yugo de las monedas estatales, lo que nos recuerda a aquellas que anuncian la caída inminente del sistema, una caída que nunca llega. Y mientras tanto, a seguir viviendo (vendiendo) de esperanzas.

Desde una perspectiva anticapitalista, son muchas las críticas que se han hecho a las criptomonedas, y en particular al Bitcoin, como por ejemplo el alto consumo de energía que requiere para ser “minada”, es decir, creada, o la dependencia que tienen de Internet y las nuevas tecnologías. Recomendamos en particular, el artículo “Política, Criptomonedas: quién se beneficia del Bitcoin” de la Union Communiste Libertarie, o el artículo “Las criptodivisas y los movimientos sociales. Crítica de las posiciones libertarianas” de José Luis Carretero. Pero más allá de reproducir aquí dichas críticas, queremos preguntarnos el porqué, en ambientes anticapitalistas, se aboga por usar Bitcoin y otras criptomonedas. Al respecto, cabe diferenciar, por un lado, a aquellas personas que las contemplan como un medio de aquellas que buscan en ellas un fin. Entre las primeras se encontraría por ejemplo Paul Mason, pseudónimo del autor del ensayo “Acción Directa Económica”, quien contempla con buenos ojos la compra de criptomonedas para escapar de la inflación y para reinvertir los posibles beneficios en financiar proyectos autogestionados. La segunda corriente, siendo escéptica con los fines del Bitcoin, pero seducida por la idea de las transacciones digitales, propone la creación de criptomonedas alternativas, enfocadas directamente a los movimientos sociales. Sería el caso, por ejemplo, de los creadores de la criptomoneda de origen gala “G1”. Una propuesta a primera vista atractiva pero a la que, en nuestra opinión, se le pueden poner las mismas pegas que a las monedas sociales físicas.

Podemos concluir, en definitiva, que no todo es blanco y negro en el mundo de las “alternativas” al dinero. Lo que sí parece evidente es que, así como las monedas sociales tradicionales no parece que vayan a tener mucho más recorrido del que han tenido hasta ahora, las criptomonedas, en cambio, han venido para quedarse, y como tal, creemos que van a dar mucho de que hablar en los próximos años. Creemos importante que, desde los movimientos sociales, sepamos hacer un análisis de dicho fenómeno, sin dejarnos seducir acríticamente por las posturas tecno-optimistas pero tampoco cerrándonos en banda tildando las criptomonedas de capitalistas, a la vez que, alegremente realizamos “bizums” a nuestras amigas y confiamos en la “seguridad” de los bancos y la “garantía” de las monedas estatales.

Artículo publicado en el Boletín Briega en papel nº29 Diciembre 2021.