Lo que hoy se entiende por izquierda es algo tan banal como caricaturesco

Los amigos de Ludd. Colectivo de crítica anti-industrial y anti-tecnológica.
Extraido de Eutsi. Pagina de izquierda antiautoritaria.
 
1. En vuestro último boletín explicáis las razones de autodisolveros como publicación y valoráis el mayor o menor cumplimiento de vuestros objetivos. Un aspecto a destacar es el abandono de la etiqueta antiindustrial, lo que se une a vuestro esfuerzo por aclarar una de las principales críticas que se os ha hecho: la de idealizar ciertos aspectos del mundo pasado. Por un lado, vemos el peligro de que el antiindustrialismo se banalice y se convierta en una nueva moda intelectual y, por otro, una aparente dificultad de asumir o comprender vuestra crítica...
 
En primer lugar, no es tanto la banalización del llamado antiindustrialismo lo que puede preocuparnos, sino su instrumentalización ideológica, que pasa por un discurso reducido a lemas y fórmulas simplonas propias de la cantinela rutinaria del estudiante de bachillerato. Por supuesto, si eso ha ocurrido, no ha traspasado las fronteras de dos o tres grupúsculos ácratas, realmente, no creemos que se pueda hablar de moda... De hecho, la etiqueta antiindustrial, que nosotros sepamos, no ha sido adoptada por nadie por estos lares. Pero lo que importa es la calidad, no la cantidad. Por eso, aunque fuera a escala minoritaria, preferimos dejar claras cuales eran nuestras exigencias intelectuales. De ahí, como consecuencia secundaria, el abandono de toda etiqueta.
 
Segundo, es verdad que la crítica que hemos desarrollado -con muchas aportaciones de fuera, y algunas propias- es difícil de asumir, pues su denuncia radical a la sociedad actual es patente: en realidad ¿qué se puede esperar? ¿en qué se puede creer? Cuando la democracia parlamentaria no tiene, desde sus orígenes, nada de verdaderamente democrática y cada día más descubre su rostro parlamentarista tras el cual se esconde -¿se esconde?- una tecnocracia mercantil con fines propiamente totalitarios, que opera mediante el adoctrinamiento de masas y el embrutecimiento consumista; cuando partidos, sindicatos, grupos ecologistas y otras asociaciones obran juntos por el progreso económico y tecnológico de la sociedad (o institución estatal), esto es, por la gestión del desastre; cuando el impresionante sistema de producción acarrea todo tipo de efectos nocivos y estragos (ahora tangibles a escala planetaria) y ha acabado con la autonomía material de muchos pueblos; cuando nos empuja a una terrible emergencia universal; cuando la moral cívica se resume en una cobarde ceguera sobre las consecuencias de la vida moderna y prefiere sacrificar lo necesario en aras de lo superfluo. El hundimiento existencial y moral de muchos individuos es un hecho consumado. Como mucho, algunos se sienten pringados, pero no van mas allá. En realidad, todos lo estamos en mayor o menor medida. Esta es la desmesurada victoria del sistema actual.
 
2. ¿En qué momento histórico nos encontramos?
 
El momento histórico en el que nos hallamos es difícil de definir. Renunciamos a dar una caracterización que pretenda abarcarlo todo. Nos centramos obviamente en lo que para nosotros es fundamental. Creemos que los años venideros traerán una radicalización de las tendencias actuales.
 
Estas tendencias se expresan en los nuevos conflictos bélicos, en la emergencia climática y el caos ecológico que se manifiesta ya de mil maneras, en la inquietud por las fuentes de energía y la búsqueda de agua... Muchos dirán que la situación no es muy diferente de la que se vivía a principios de los años setenta. Cierto, pero ahora nos encontramos con acentos inquietantes. Por ejemplo, las previsiones que se hacían entonces con respecto al calentamiento del planeta o al agotamiento de recursos energéticos se anuncian ahora como hechos probados. El triunfo de la economía moderna, industrial, desarrollista se impone en naciones como China o Polonia, que antaño contaban con una fuerte base campesina. Después de los conflictivos años setenta, hemos asistido a un resurgir paulatino de la esperanza tecnológica: desarrollo de la informatización, de las comunicaciones, del papel de la ciencia en el desarrollo... Pero, de nuevo, este aire progresista e innovador de la nueva sociedad es lo que vuelve más temible la dimensión de sus avances destructivos en otros terrenos.
 
El poder alcanzado hoy por las élites dirigentes ha hecho palidecer las décadas que siguieron a la posguerra, ya que hoy no existe en ningún lugar del mundo algo que se parezca a una oposición política consecuente y que tenga suficiente peso. La acumulación de poder en occidente no ha seguido un rumbo autocrático, como muchos podrían creer, sino que simplemente se ha fortificado en el asentimiento de masas enteras de la población, y esto es algo que debería hacer reflexionar a aquellos que pretenden reavivar una práctica política que se ha quedado privada de toda base. La tensión bélica y policial de nuestro presente se dirige, sobre todo, a asegurar el control sobre mercados, fuentes de energía y materias primas, elementos de los que depende nuestra existencia diaria. Para nosotros no basta hablar de guerra imperialista para denominar los nuevos fenómenos de control global y agresión internacional, lo que realmente debe llamarnos a la reflexión es el hecho de que el occidente industrializado no puede renunciar a dicho control sin destruirse a sí mismo, y esto incluye, claro, los más minúsculos hábitos de cualquier habitante de los llamados países desarrollados. Lo más terrible de nuestra época no es la dimensión que se ha alcanzado en el desastre, sino la ausencia de un esfuerzo colectivo por comprender y actuar.
 
3. ¿Cuál es vuestra crítica al izquierdismo-progresismo?
 
Lo que se entiende hoy por izquierda es algo tan banal como caricaturesco. Lo que resulta más triste es que a los que no participamos del izquierdismo activista o del sindicalismo, se nos reproche una actitud cómoda, abstracta o inoperante. Nosotros respetamos en general las actitudes de izquierda que son comunes a miles de personas en este país, pero no compartimos sus obsesiones ni sus causas.
 
Vamos a citar un ejemplo bien conocido hoy: el discurso sobre la llamada «precariedad». Para nosotros, bajo la lamentación tan actual de muchos izquierdistas bienintencionados con respecto a la precariedad, lo que se esconde es el lenguaje mismo del Estado de bienestar, que no permite que se expresen otras críticas si no es en la forma de las falsas necesidades que el Estado establece. El discurso de la precariedad es el canto apologético al sistema de hoy, que ya ha establecido mediante la propaganda y la coacción, como debe ser administrada la «abundancia envenenada» del capitalismo industrial. El precarismo origina el discurso ramplón sobre «viviendas dignas» para los jóvenes, empleos fijos y estables, etc.
 
Todas estas peticiones traducen la sensación colectiva de que es imposible escapar al chantaje del sistema. El sindicalismo ha creado el lenguaje de la precariedad y lo ha adoptado como lenguaje propio. No podemos negar que en otras épocas las reivindicaciones puramente materiales o económicas, de derechos laborales, etc., fueran parte de la estrategia de lucha de las masas obreras, pero entonces, en los años treinta del pasado siglo, la situación era muy diferente, ya que todo ello convivía con una cultura de lucha obrera y con un conflicto vivido masivamente. Pero habría que ver a qué han conducido las luchas por las mejoras en el medio proletario y qué es lo que realmente implicaban desde una perspectiva amplia. En el artículo de Michael Seidman, «La maternidad del week-end», editado por el colectivo Etcetera en forma de folleto, es interesante ver cómo las derivas de las luchas obreras de aquella época por conquistar el fin de semana como tiempo libre, junto con otras mejoras, estaban ya dentro de una estrategia de adaptación a la sociedad de consumo. Seidman describe cómo el tiempo libre conquistado por los obreros podía ser pronto asimilado al consumo turístico y la industria de ocio. Los sindicatos franceses empiezan entonces a gestionar las vacaciones obreras, hablan de ocio y piden el «derecho a la nieve» para sus trabajadores.
 
Es verdad que Seidman da una valoración positiva a las luchas por el week-end en aquella época, señalando su potencial subversivo, pero para nosotros es fácil observar ahí uno de los muchos pasos hacia la justificación del bienestar obrero como causa última. Por otro lado, hay que ver cuál es el trasfondo de las peticiones obreras, ya George Orwell en su época se quejaba de que los aumentos salariales de los mineros británicos, logrados por la lucha sindical, suponían un grado de explotación más sobre el proletariado colonial de la India. Esto no es hacer demagogia, a menudo se dice que las reivindicaciones económicas de los trabajadores son el único terreno de lucha concreta desde el que es posible construir el antagonismo. ¡Esto sí que es teoría! Después de más de treinta años de sindicalismo, radical o no, en este país, se ve claramente que las luchas de los trabajadores sólo han llevado a la glorificación del sistema tal y como lo conocemos: división del trabajo, tecnificación, alimentos sucedáneos, urbanismo masificado, alienación en el ocio, educación y salud gestionadas por el Estado o el capital privado... Hay que constatar que todo lo que el trabajador puede conseguir hoy con su salario le ata más fuertemente al sistema de alienación y embrutecimiento, y le hace partícipe de la explotación neocolonial y la destrucción de la naturaleza. Al luchar por la supervivencia individual es imposible no caer en esta trampa, todos estamos presos en ella, pero lo que denunciamos es que el bienestar laboral y económico se convierta en causa política.
 
Sin embargo, este es sólo un aspecto del izquierdismo. En años recientes hemos tenido que asistir al renacimiento de una izquierda autoconsiderada utópica y radical, que coronó los llamados movimientos antiglobalización o de resistencia global. La retórica de este movimiento carecía de articulación social visible, se trataba de un movimiento con una cresta intelectual perfectamente prescindible (los Toni Negri, Susan George, Bové, Klein, Ramonet, Manu Chao, etc.,) y con una representación militante compuesta por activistas vocacionales. Y cabe precisar: no es sólo en términos cuantitativos que la base social de este movimiento ha estado ausente, sino sobre todo en lo cualitativo, en efecto, ¿qué es de la vida cotidiana de cada uno de los manifestantes en contra de la guerra o de la catástrofe del Prestige? Hubo descerebrados que colgaban pegatinas de «no a la guerra»... ¡en sus automoviles todoterreno! Muchas personas que participaban en las manifestaciones no estaban dispuestas a establecer ninguna relación con la guerra y su particular modo de vida, estaban ansiosos por descargar su desesperación sobre el gobierno, Bush o las multinacionales y, desde luego, las organizaciones de izquierda se aprovechaban de ese sentimiento vago de indignación ciudadana para conducirlo hacia sus fines partidistas. No somos tan puristas como para exigir una absoluta coherencia entre las ideas que uno defiende y su modo de vida, ya que nosotros somos los primeros en estar atrapados en este sistema, pero lo que realmente nos interesa es que las luchas políticas revelen de la forma más honesta posible la dependencia que todos tenemos de este sistema.
 
Por otro lado, y del lado de la verdadera contestación radical, algunos escritos como los de Miguel Amorós o Carlos García, ya en aquel momento, pusieron los puntos sobre las íes, mal que les pese a muchos, para demostrar que el movimiento anti-guerra se reducía al plano simbólico y era incapaz de recurrir siquiera a instrumentos de lucha social como la huelga general...
 
Este anti-capitalismo de los anti-guerra y los anti-globalización era en verdad una revisión hecha de leninismo, tercermundialismo y ecopopulismo, pero todo ello remozado con el discurso de las nuevas libertades del mundo red y el asistencialismo de Estado (no en vano, la vanguardia intelectual del movimiento de resistencia global exigía, entre otras cosas, la renta básica, el software libre y la libertad de movimientos transfronterizos, como si de consignas revolucionarias se trataran, cuando en realidad todo ello traduce muy bien los mecanismos de funcionamiento que el sistema necesitará -y necesita ya- para dirigir y regular la nueva economía...). En España el límite máximo de la tontería se cruzó en las elecciones de marzo de 2004, donde toda esa izquierda banal, que además había sido llevada al estrellato por los media en la oposición, se desinfló en la nada. Todavía hay cretinos que creen que la derrota del Partido Popular fue un éxito para algo, y que los teléfonos móviles fueron el medio técnico subversivo que contribuyó a tan glorioso fin...
 
4. También oponéis en buena medida a la ecología con el ecologismo...
 
Nosotros apreciamos la ecología como ciencia de la tierra, como disciplina enfocada a estudiar la historia y el equilibrio de los sistemas naturales. De hecho, pensamos que sin ecología no cabe pensar ninguna política futura. Lo que rechazamos es el ecologismo, es decir, la serie de movimientos ciudadanos que desde los años cincuenta en Estados Unidos, y después en Europa, se han adueñado de la cuestión ecológica, separándola de la cuestión social, en muchas ocasiones, o uniendo ambas, previo vaciado de contenido de dicha cuestión social, opción ésta todavía de peores consecuencias.
 
Ciertamente, los que se apropian hoy del concepto de «ecología social» sólo ejercen un tímido izquierdismo reivindicativo, muy conveniente para el Estado y sus instituciones. La visión integral de una sociedad organizada sobre otras bases y dispuesta de otra manera con respecto a la naturaleza, visión que se alcanzó en algunos momentos de las primeras décadas del siglo XX dentro de algunas corrientes libertarias, se ha perdido por completo.
 
Y las organizaciones ecologistas, que negocian con el Estado las condiciones «medioambientales» en las que debemos vivir, son las primeras interesadas en que esta visión integral de lo ecológico y lo social no se recupere. En parte porque el medioambientalismo se ha convertido en una forma de vida para ellos, en parte también por pereza o ignorancia. El ecologismo institucional, del que Ramón Germinal ya hizo una crítica precisamente en las páginas de Ekintza, junto con el sindicalismo, son hoy los dos grandes pilares donde se apoya la propaganda capitalista para obnubilar la conciencia e impedir que se formen expresiones de crítica radical.
 
Por otro lado, el papel del ecologista institucional se confirma como el experto medioambiental del futuro, dentro de la nueva fase de caos ecológico y social que se avecina: menos biodiversidad, grandes sequías, desorden del clima, escasez energética... En medio de todo ello, el ecólogo, el cronista medioambiental, tendrá su lugar, ya lo tiene, como experto oficial en el que las clases en el poder se apoyarán para interpretar los procesos destructivos en términos aceptables para el control de la población.
 
5. ¿Qué luchas o iniciativas os parece que pueden ser interesantes en los tiempos actuales?
 
Muchos nos lanzan el reproche cínico de que nuestras ideas conducen al derrotismo o la parálisis. Por el contrario, bien interpretadas, nuestras ideas son casi una llamada desesperada a empezar a hacer cosas, aunque, claro, no las cosas que les gustan a los intelectuales de izquierda, a los sindicalistas o a los activistas de la red.
 
En un primer caso, habría que resaltar como imprescindible la actividad teórica, comprensiva y de difusión de ideas. Las ideas que hemos defendido en nuestro boletín ya habían sido lanzadas al aire por otros antes que nosotros. A nuestro juicio, hay dos textos claves que aparecieron a finales de los años noventa. Uno sería «Los destructores de máquinas» de Christian Ferrer, del año 1997, si no nos equivocamos, que debe ser uno de los primeros textos en castellano que recupera el referente de los ludditas; el otro es el panfleto, bastante conocido, «¿Dónde estamos?» de Miguel Amorós, de 1999, compendio indispensable que resume muchas de las posiciones teóricas que nosotros hemos adoptado después. Creemos que era necesario hacer mención a estos dos escritos. Más allá de ello, están las revistas veteranas como la misma Ekintza, o la del colectivo Etcétera de Barcelona, que son reductos aún del pensamiento libertario. Otras publicaciones han aparecido como Ecotopía, Buruz Buru o Pimiento verde, dispares entre sí, desde luego, pero que tenían el ánimo común de aunar crítica ecológica y crítica social. Tambien es de agradecer la labor editorial de iniciativas como Alikornio, Octaedro, Muturreko, Virus, con.otros, Pepitas de Calabaza, que con pocos medios, en general, han puesto a disposición de la gente textos importantes para la crítica de la sociedad industrial. Finalmente, mencionaremos la revista Resquicios, que desde Bilbao trata de continuar la senda de la crítica antiprogresista.
 
En fin, todo esto por lo que se refiere a la difusión de ideas. También creemos que hay que prestar atención y apoyo a las pocas luchas anti-desarrollistas que se libran en el estado. Los ejemplos de Itoiz o la Punta, en Valencia, mostraron hasta el final la brutalidad del sistema imperante. Otras luchas han continuado también en la sombra, como la Asamblea anti-TAV, en Euskadi, o la lucha anti-transgénica llevada a cabo por elementos de Transgenics Fora!, en Cataluña. Todas estas luchas tienen que ser, por fuerza, minoritarias, pero hoy son de los pocos ejemplos de una oposición anti-desarrollo que conocemos.
 
Finalmente, nosotros prestamos especial atención a los proyectos constructivos basados en el cooperativismo, apoyo mutuo, autogestión... En la zona de Madrid tenemos los ejemplos de comunidades cooperativas como el BAH o los Apisquillos, que desarrollan un trabajo muy interesante. Las cooperativas de producción y consumo son un paso importante para la construcción de la autosuficiencia y la recuperación de saberes olvidados. Igualmente, la organización de escuelas libres, las redes de intercambio y de trueque, la autogestión de la salud forman puntales para el diseño de una sociedad autónoma en el futuro.
 
El problema es que, como ya hemos dicho en más de una ocasión, todas estas iniciativas son todavía minúsculas, sobreviven en el subterráneo. Falta un lenguaje común e independiente que pueda unificar todas estas experiencias, falta continuidad entre ellas, falta también que muchas más personas se comprometan, desde las ciudades, pequeñas o grandes, desde los pueblos y las aldeas, para llegar a formar esa gran comunidad de prácticas e ideas que necesitamos.
 
6. Vosotros desecháis la idea de la revolución, pero rescatáis la necesidad de la utopía...
 
No es que rechazemos totalmente la idea de revolución, sino que las circunstancias que hemos examinado anteriormente hacen imposible que se pueda producir una revolución. Otra cosa sería examinar lo que han significado históricamente las revoluciones en el pasado, ya que bajo ese término englobamos fenómenos muy diferentes... No tienen nada que ver, o muy poco, las revoluciones previas al siglo XIX, como la americana o la francesa, con lo que fueron las revoluciones sociales desde 1848 en adelante, y que fueron cada vez más definiendo sus medios y sus objetivos: Comuna de París, 1905 en Rusia, la revolución alemana de los consejos... El punto culminante se alcanza, para nosotros, entre 1936 y 1937, durante la guerra civil española, concretamente en Cataluña y Aragón, donde todas las fuerzas de la reacción -burgueses, estalinistas, fascistas- se unieron de alguna forma para aplastar la revolución social de signo libertario.
 
Mediante el exterminio y la disgregación forzosa de los elementos revolucionarios de aquella época se ha borrado toda memoria del proyecto social de emancipación del anarquismo ibérico, lo que constituye una atroz victoria del sistema actual de dominación. Lo que vino después, las sublevaciones en los países bajo el estalinismo, o las revueltas del proletariado autónomo, constituyeron las últimas algaradas de la lucha antipoder, que ya se veía acorralada en las mismas contradicciones del sistema técnico-capitalista y en los mecanismos de consumo y compensación, industria del ocio, etc. Todo ello forma un marco insuperable para cualquier revolución al viejo estilo, nos guste o no. Pero del hecho de que la revolución se haya hecho casi inimaginable no se sigue que debamos renunciar a conservar un ideal social deseable. Sin este ideal social, cualquier lucha carecería de sentido. Este ideal como ya dijimos en nuestro último boletín, constituye un horizonte al que debemos siempre dirigir nuestros esfuerzos, incluso aunque sepamos que es inalcanzable. Este es para nosotros el sentido de la utopía.
 
7. Os quisiéramos plantear un ejemplo concreto a la hora de abordar la dificultad de llevar la crítica a la práctica. La globalización económica ha generado en occidente fenómenos como la reconversión o la deslocalización industrial. Ante un hecho tan problemático como éste, vemos cómo la defensa del puesto de trabajo y el miedo al desempleo es, por lo general, el único elemento movilizador de trabajadores y sindicatos (incluidos los más radicales). Sin embargo, en muchos casos, lo que se elabora en estas empresas son automóviles, armas, químicos y otros productos innecesarios cuya desaparición parece ser una de las condiciones para generar otro tipo de sociedad ¿Cómo creéis que se puede empezar a romper esta lógica y abrir nuevas perspectivas?
 
Intentaremos ser concisos. Nosotros consideramos que el lugar de la lucha y de la reflexión sigue siendo el trabajo, pero no a la manera de las ideologías de izquierda, en cuanto a la dialéctica capital/trabajo. Por el contrario, consideramos que esa perspectiva está agotada, las luchas laborales, obreristas, sindicales, etc., las luchas que han alimentado durante décadas a la izquierda son, para nosotros, un terreno nulo de acción y reflexión. Nosotros creemos que la reflexión sobre el trabajo comienza, justamente, a partir de la negación o superación de esas cuestiones... Es por eso que esta lógica de la que habláis es tan difícil de romper. Nosotros mantenemos una creencia que es muy antipática e impopular para la izquierda, la de que la mayoría de los individuos de esta sociedad, más o menos explotados, comparten en buena medida los valores de sus dominadores y que, por tal razón, están más sujetos al sistema por creencias que por una verdadera necesidad material. Millones de empleados obsesionados con pagar sus hipotecas, con pagar un montón de mercancías y servicios absurdos para ellos y sus hijos no pueden ser tomados en serio cuando se lamentan de las apreturas del sistema...
 
Frente a todo ello, nosotros hablamos de restablecer la vida humana en un marco de trabajo cooperativo, autogestionado, de hacer más sencilla la producción sin oponerla al metabolismo de la naturaleza, de recuperar saberes que pueden ayudar a la autonomía... Pero somos realistas: la mayoría de la gente no está dispuesta a reinventar nuevas vías, seguirán protestando y luchando, los que luchen, para consolidar y asegurarse las mismas cosas que les están esclavizando y destruyendo: producción nociva, alimentación industrial, trabajo asalariado, mejores sueldos, vacaciones pagadas, viviendas horrorosas, etc. No queremos convertirnos en cargantes predicadores de lo que la clase trabajadora tiene que hacer para salvar sus vidas. En nuestras vidas diarias seguiremos intentando ser coherentes -lo que no siempre es fácil- y seguiremos buscando el modo de establecer contactos con todos aquellos que han elegido ideas y caminos afines a los nuestros. Entre todos, tenemos que hacer un gran esfuerzo para preservar los valores de auténtica emancipación social de otras épocas, conjugándolos y contrastándolos con nuestras experiencias y conocimientos de hoy.