Lluvias en Cantabria: del catastrofismo a la (sutil) militarización

Sin duda será la noticia más comentada de enero en Cantabria: varios días de lluvias masivas han provocado el desborde de ríos, inundaciones, destrozo de infraestructuras, evacuación de personas, etc. Gran parte de la región se ha visto afectada. Pero no nos interesa tanto detenernos en los detalles de lo sucedido como reflexionar sobre algunas cuestiones relacionadas con estos hechos. Por un lado, la intervención de un batallón de la UME (Unidad Militar de Emegencias); y, por otro lado, el discurso catastrofista de los medios de comunicación y políticos. Escribimos este texto al calor de los hechos, por lo que quizás se impondrá una versión actualizada más adelante, con una profundización y/o matización de las ideas plasmadas en él.

El jueves 24, el Gobierno de Cantabria y la Delegación de Gobierno movilizaron a la UME, de la cual unos 200 efectivos y 50 vehículos se han desplegado en Cantabria. Según informan desde la prensa, la labor de estos militares es ayudar en las tareas de socorro a personas y de seguridad de las infraestructuras. Es la primera vez que este cuerpo del ejército interviene sobre el terreno en una misión real en la región. Pero cabe recordar que ya estuvo presente aquí en 2017. Entre el 3 y el 7 de abril de aquel año 3.000 militares, de los cuales 1.400 pertenecían a la UME, llevaron a cabo un ejercicio de simulacro de una “catástrofe natural”, y en concreto, la simulación de “la inundación de multitud de viviendas y locales de varias poblaciones, especialmente Torrelavega y Los Corrales de Buelna”.

No es nuestra intención poner en cuestión la principal labor realizada por este cuerpo, es decir, la de socorrer a personas en peligro, pero sí poner en cuestión su existencia y su presencia estos días. Consideramos que la UME es completamente prescindible y que otras instituciones, como por ejemplo la de bomberos, pueden cumplir (y cumplen) idéntica función, más allá de que éstas también puedan ser puestas en cuestión, por otras razones que no expondremos aquí. Pero además de ser prescindible, nos preocupa la presencia de la UME porque consideramos que es una amenaza, no a corto plazo, pero sí de cara al futuro. En primer lugar, porque supone un paso más en el proceso de creciente militarización de nuestras sociedades, en las cuales labores normalmente desempeñadas por civiles pasar a ser competencia de militares. En segundo lugar, porque ahonda en la normalización de la presencia de militares en nuestras vidas diarias (aunque en este caso lo que vemos es la cara amable del ejército, con solados que no van uniformados con traje de camuflaje ni portan armas visibles). Y por último, en relación con los dos puntos anteriores, porque esta intervención va en la línea de la doctrina del informe de la OTAN, “Operaciones urbanas en el año 2020”, cuyo objetivo es la militarización de nuestros entornos con el fin de prevenir y controlar posibles sublevaciones de la población. Un informe que nos contempla (a los civiles) como enemigos y a nuestras ciudades como el campo de batalla donde se desarrollarán las guerras del futuro. Aquí, en nuestras casas, no en nuestras pantallas de televisión. Por lo tanto, los amables señores y las amables señoras que hoy nos tienden su brazo para sacarnos del río, pueden ser los mismos que nos disparen en el momento en que, hundidos en la miseria, nos convirtamos en una amenaza para el poder.

También queremos hacer hincapié en cómo se aprovecha una aparente situación de emergencia para tenernos más controlados. En este tipo de situaciones como la que hemos vivido estos días, hay una tendencia desde los medios de comunicación a emplear un tono catastrofista y a exagerar la situación. No negamos que la intensidad de lluvias de estos días es un hecho bastante excepcional, pero de ahí a presentar la situación como apocalíptica hay un paso. Desde luego sentimos empatía por las personas cuyas viviendas se han inundado, o las que han vivido situaciones de riesgo. Pero no podemos sino sentir indiferencia ante las carreteras o las vías de tren destrozadas, e incluso nos alegramos (como probablemente lo hicieron aquellas que, esos días, no pudieron llegar al colegio o al trabajo). Está claro que para el poder, en cambio, que los flujos de la economía se vean interrumpidos por la naturaleza, aunque solo sea por unas horas, es una gran catástrofe. Aunque de todo se puede sacar provecho, y como decimos, la emergencia puede ser una buena excusa para el control social. Se trata de presentar la situación lo más horrible posible para que luego veamos como héroes a militares, policías y otros cuerpos del estado. Se trata de presentar como crisis cualquier hecho anómalo, ya sean fuertes lluvias, nevadas, pero también conflictos laborales o protestas populares, para que exijamos la intervención estatal (a través de militares y policías) como única solución. Recordemos así que la UME, además de intervenir en casos de incendios e inundaciones, también fue utilizada en 2010 para acabar con la huelga de controladores en los aeropuertos.

Para concluir este texto nos referiremos al libro de Scott Crow, Bandeas Negras contra Molinos de Viento. Historias rebeldes de una tormenta llamada Katrina. (Editorial El Rebozo). En él se aborda una situación de catástrofe, para nada comparable a la hemos vivido aquí, como fue la de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina. Y se nos muestra cómo reaccionaron los vecinos y las vecinas de esta ciudad para sobrevivir ante una situación de total abandono por parte del gobierno, y el papel desempeñado por el ejército estadounidense, que fue todo lo contrario a humanitario. A través de este libro vemos como el (mal) tiempo pone a cada uno en su lugar, aunque, por nuestros lares, todavía traten de disimular.