Frontera norte: las otras redes del puerto de Bilbao

 

 

  • (Nota de Briega): Publicamos este artículo del periódico El Salto por ser un oasis periodístico en medio de un desierto economicista de noticias sobre la llegada de personas migrantes a ciudades como Bilbao y Santander.Este artículo se centra en la capital vizcaína, pero guarda mucha relación con lo que está pasando aquí también. La visibilización de un tejido de redes de solidaridad y de la versión de las propias migrantes, contrasta con la criminalización de la inmigración irregular  que el negocio securitario, fronterizo y militar necesita para engrasarse, y que es fácilmente encontrable en el resto de artículos de prensa relacionados con la cuestión.

 

Unos 70 jóvenes, en su mayoría menores de 25 años y procedentes de Albania, viven en el entorno del puerto de Bilbao. Su objetivo es llegar al Reino Unido, vía Portsmouth. Una red ciudadana solidaria se ha formado para ayudarles.

migrante puerto bilbao

Uno de los jóvenes, en el puerto de Bilbao. Laura Caorsi

Laura Caorsi

 

 

 

El puerto de Bilbao es escenario de numerosos movimientos, algunos más exitosos que otros. Allí, donde parten puntualmente buques cargados de armas con destino a Arabia Saudí, se estancan los migrantes que intentan montarse en los ferris con destino a Reino Unido. En la actualidad, unas 70 personas.

Desde que en 2017 se incrementó la llegada de estos jóvenes, su presencia en los alrededores del puerto comenzó a ser más evidente, y también aumentaron las medidas de seguridad. El objetivo prioritario ha sido disuadir su llegada y dificultar su acceso a la zona de parking donde aguardan los camiones que van a embarcar. El muro de cemento que bordea esa parte del puerto y que se levantó en tiempo récord es el ejemplo más tangible.

De lo que allí sucede se ha dicho (casi) de todo. Se ha hablado de mafias organizadas y de sanciones, de campamentos improvisados y de precariedad. No han faltado expresiones alarmistas —del estilo "asaltos de inmigrantes"— ni tampoco algunas cifras concretas, como los cuatro metros de altura que mide el muro que rodea el puerto, los 3.815 intentos de acceso al recinto que la Guardia Civil frustró durante el año pasado, o los 2.200 euros de multa que deben pagar los transportistas si desembarcan en Portsmouth con un polizón en su vehículo.

Menos se ha hablado, en cambio, de quiénes son estos jóvenes, de por qué vienen aquí o de cuántos son en realidad. Y todavía menos se menciona la potente red de solidaridad ciudadana que se ha tejido en estos meses para ayudar a los migrantes que, una y otra vez, intentan acceder al puerto: chicos que, en su mayoría, proceden de Albania y que no superan los 25 años de edad.

nula sensibilidAD

"La red de solidaridad, que mantiene el espíritu de Ongi Etorri Errefugiatuak, está formada por unas cien personas, más o menos", calcula Merce Puig Zuluaga, vecina de Portugalete y miembro de esta organización que conecta a personas de Vizcaya, Cantabria y Navarra. "Si los Gobiernos normalmente tienen poca sensibilidad con los inmigrantes, con los que están en tránsito es nula —denuncia—; las instituciones no solo no hacen nada, sino que ponen barreras. Aquí se han gastado entre 300.000 y 500.000 euros en la construcción del muro, frente a los cero euros que se invierte en salvaguardar los derechos de las personas".

La precaria situación de los jóvenes que aguardan una oportunidad en los alrededores del puerto fue lo que despertó la acción vecinal. "Empezamos hace un año, muy tímidamente, con tiendas, materiales, comida, un pequeño camping gas… Nos dimos cuenta de que eran unos chavales y de que, para comer, tiraban de latas y de bocatas. Pensamos que es muy duro pasar el invierno con una cena fría, entonces empezamos a darles una cena caliente a la semana", relata.

Heri Lago-Lekue: "Donde funcionan las instituciones o hay una ciudadanía organizada no crecen las mafias. La solidaridad actúa como un contrapoder"

No era solo una cuestión de comida. Se trataba, sobre todo, de "devolverles la dignidad", señala Puig. Los viernes, sábados y domingos estos vecinos ofrecen una cena caliente a los migrantes. Entre semana, buscan el modo de darles unas galletas, un café o un colacao. "Ten en cuenta que hemos pasado el peor invierno en muchos años", apunta Puig. "Les hemos dado mantas, sacos, zapatos, chamarras… Hay un grupo que los viernes recoge la ropa sucia y el domingo se la devuelve limpia. Y si llueve mucho, les lavamos y secamos las mantas". 

Hace poco consiguieron que les presten un local: una antigua guardería, en el barrio de San Juan. "El sitio tiene un termo de agua caliente y un baño. Lo hemos modificado un poco; hemos puesto un plato de ducha y abrimos dos o tres veces por semana para que se puedan duchar. Lo habíamos intentado con el polideportivo, pero nos dijeron que no. En cambio, un barrio humilde como este ha sido mucho más generoso".

Mafia y ciudadanía

En los alrededores del puerto hay entre 60 y 70 migrantes acampados. Si bien el año pasado hubo sirios, afganos y kurdos, los que están ahora proceden de Albania. "Son chavales que están rondando la veintena, todos hombres, que tienen como destino Inglaterra. La mayoría tiene familia allí, y de primeras les dan casa y comida, que no es poco. Los que conocemos van a casa de sus tíos, primos o hermanos, no a donde un desconocido", describe Puig.

 

El matiz es importante porque contradice la idea de que estos jóvenes migran ayudados por las mafias, como la que se desarticuló hace apenas un mes. Se trataba, en este caso, de una organización internacional de origen iraquí que, según detalla la Guardia Civil, trasladaba a los migrantes hasta Vizcaya y Cantabria, y les proporcionaba alojamiento y facilidades para acceder a la zona restringida del puerto.

En la actualidad, según datos de la ONU, el 40 % de los albaneses se encuentra fuera de Albania

"Los chavales que nosotros conocemos no tienen nada que ver con eso. Vienen por el boca a boca. No están en pisos. Están en tiendas de campaña y su situación es muy vulnerable. La policía ha desalojado cuatro veces los campamentos. Aparece con un equipo de limpieza y arrasan con todo. Se han perdido pasaportes, medicinas… Y ahí somos nosotros quienes estamos para ayudar a los migrantes: los ciudadanos, no una mafia", subraya. Como dice Heri Lago-Lekue, otro vecino y miembro de la red solidaria, "donde funcionan las instituciones o hay una ciudadanía organizada no crecen las mafias. La solidaridad actúa como un contrapoder".

 

Módulo suscr artículo campaña Hordago

 

 

Al hilo de esto, Puig señala algo más: "Cuando se habla de 'un grupo de albaneses', así, de manera impersonal, se transmite la sensación de mafia, de grupo compacto y organizado, con cabecillas y demás. Y la realidad es muy distinta. Es más plural que 'un grupo'. Los chavales se conocen de aquí, de Zierbana, y hay varios perfiles y tropecientas realidades. Está el que dice 'yo lo intento hasta que me deporten' y el que dice 'yo me voy a los tres meses si no lo consigo'".

Los migrantes comparten origen y destino, pero su formación, sus apoyos y sus recursos son muy distintos entre sí. También su suerte. Los casi 4.000 intentos de acceso al puerto no equivalen a 4.000 personas, sino a los mismos jóvenes que prueban una y otra vez —incluso varias veces en la misma noche—, sin éxito. "Todo lo que hacemos nosotros es para que su situación sea menos mala —reflexiona la activista—. Si siguen ahí es porque no tienen otra opción". Y si la tienen, como la tuvo Shefqet Lami, se cuentan con los dedos de la mano.

Emigración, acogida

Shefqet Lami es albanés. Llegó a Vizcaya hace seis meses y estuvo acampado junto al puerto. Quería viajar a Portsmouth, pero los planes cambiaron cuando conoció a Heri Lago-Lekue y su familia, que le abrieron las puertas de su casa, en Barrika. Heri ha acogido a Shefqet, intenta ayudarle a conseguir trabajo y se plantea, junto a su esposa, contratar a otro de los chavales albaneses como canguro para su hijo. "¿Por qué no? —se pregunta Heri— si nuestro peque le adora".

 

De sonrisa generosa y gesto afable, Shefqet tiene 23 años y las manos curtidas de trabajo. En Manëz, su pueblo, se dedicaba a las instalaciones eléctricas. Trabajaba en la obra con su padre. Se metió en la construcción en cuanto terminó el instituto, y se acostumbró con rapidez a la exigencia del horario. Hacía nueve horas diarias, de lunes a sábado, a cambio de 300 euros mensuales.

Sentado a la mesa, mientras se toma un café, asegura que habría seguido con ello si Albania no fuera un país tan caro. "La vida allí cuesta mucho. La gasolina, la comida, las cosas diarias cuestan más que en España", dice. El salario medio en su país es de 299 euros. Alquilar un apartamento de una habitación en el centro de una ciudad como Tirana cuesta algo más de 200. Salir de fiesta es un lujo. "Con lo que gano en mi trabajo no me alcanza para ir a una discoteca como esta", dice enseñando unas imágenes que busca en internet con el móvil. A él, que le gusta el house, le habría gustado salir con más frecuencia a disfrutar de la música con sus colegas.

Los jóvenes tienen grandes dificultades para independizarse de sus padres en Albania; más aún para formar su propia familia. "Si en una pareja no trabajan los dos, no te alcanza para vivir. Es una mierda", resume Shefqet. Podría ser el relato actual de cualquier joven de España; la diferencia es que su país presenta unas tasas de emigración muchísimo más altas. En la actualidad, según datos de la ONU, el 40 % de los albaneses se encuentra fuera de Albania.

Son 1.200.000 y Shefqet es uno de ellos. El detalle es que, en lugar de emigrar a Grecia o Italia —históricamente, los dos países principales de destino—, decidió hacerlo al Reino Unido, como tantos otros jóvenes de su edad. Con la crisis económica de los últimos años, explica, los países del Mediterráneo han dejado de ser un lugar atractivo para ellos: "Quienes están bien son los albaneses que emigraron hace tiempo; como mi tío, que se fue en 2002 a Caserta (cerca de Nápoles), pero los que van hoy no encuentran nada. Italia está mal".

El Dorado es ahora Reino Unido, donde "hay mucho trabajo en la construcción» y donde, además, la mayoría de estos chavales tienen algún familiar que les espera y les ayuda a empezar.

El Puerto

Desde 2010, los ciudadanos albaneses pueden circular libremente por Europa y permanecer durante tres meses como turistas en cualquier país del espacio Schengen, del que no forma parte Inglaterra. Para entrar allí necesitan un visado especial, un permiso que difícilmente se les concede y que representa una barrera administrativa importante. Por eso, en lugar de ir desde Tirana a Londres en avión, van a ciudades portuarias como Calais, Santander o Bilbao para intentar cruzar escondidos en los ferris.

A 2.500 kilómetros de distancia, en sus pueblos de origen, hay familias que sufren. "Mientras yo estaba acampado, mis padres estaban muy preocupados por mí. '¿Qué haces ahí? Ven aquí', me decían. Pero yo no les hacía caso. Les contestaba que lo tenía que intentar. En Albania no tengo futuro", dice Shefqet. Y esa es, quizás, la barrera más sangrante de todas: proceder de un país con opciones reducidas y portar un pasaporte que abre menos puertas que otros.