Manuel de Cos Borbolla. Fotógrafo de la represión

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Manuel de Cos Borbolla. Fotógrafo de la represión

Son varios los archivos fotográficos de la guerra de España del 36 recientemente descubiertos con negativos imprescindibles. Hace unas semanas se “descubría” a Guillermo Zúñiga, que ha sido comparado con Robert Capa al haber sido capaz de obtener imágenes de valor incalculable, tanto en su contenido documental como en calidad fotográfica, del mismo Robert Capa se encontraron en México el año 2008 miles de negativos perdidos y ese mismo año los hijos de Agustí Centelles localizaron una caja de galletas olvidada en el laboratorio familiar que contenían escenas de la II República y de la Guerra.

El Intruso incómodo

Manuel de Cos Borbolla, nacido en Rábago (Cantabria) en 1920 no es otro fotógrafo de esa guerra, pero su archivo, de valor incalculable, documenta la evidencia de la represión y de diferentes aspectos de la sociedad a partir de los años cuarenta. Manuel se considera a sí mismo un “intruso”, argumentando que no tiene ninguna formación periodística ni es un profesional de la imagen, pero lo cierto en es que su obsesión por documentar todo lo que va en contra de la libertad, la igualdad del ser humano o la ecología, desde la década de los cuarenta hasta la actualidad -en que sigue siendo uno de los fotógrafos activos del movimiento 15M- lo convierte en un personaje único que ha dedicado su vida a luchar desde la imagen y la palabra, acumulando un archivo de más de cincuenta mil instantáneas y más de dos mil horas de vídeo sobre la represión franquista, la deforestación en Cantabria, la desaparición de la vida rural o los movimientos sociales desde la transición a la actualidad, un archivo la mitad del cual él mismo considera que no puede mantener y por ello corre un grave peligro de perderse.

Los porqués de la lucha de este “objetor, insumiso, comunista y vegetariano” radican en la admiración que profesa en personajes como su padre, Donato de Cos Gutiérrez, un cántabro con vida de novela que había recorrido medio mundo, que participó activamente, por ejemplo, en la construcción de los primeros rascacielos de Nueva York. Un hombre ejemplar, de grandísima conciencia social, implicado en ayudar a los perseguidos que llegó a ser teniente alcalde y que sin embargo vio su final en los hornos de Mauthausen en 1941.

La infancia de Manuel se acaba con la llegada del terror a Cantabria. Falangistas que hacen y deshacen con impunidad, guardias civiles que torturan a su antojo. Personajes solidarios y avanzados a su tiempo que huyen o mueren, o ambas cosas, como su padre. Manuel, cuya vida hasta entonces había sido el trabajo en el monte, elige aprovechar la simbiosis perfecta que tiene con la naturaleza en ayudar como enlace a los guerrilleros, esas personas que todavía no se habían dado por vencidas y luchaban gracias a la ayuda de una gran red de personas, entre las cuales había muchas mujeres que fueron brutalmente represaliadas y a las que se “enquistó un profundo miedo que nunca logramos quitarles”.

Esa fue la principal actividad de Manuel en la resistencia, pero la verdad que su día a día jamás ha dejado de ser eternamente solidario. Sus ojos, acostumbrados a ver y sufrir la represión desde día en que después de tallarlo para el servicio militar fue apaleado, o el día que fue condenado a muerte “por quemar una iglesia y todas sus imágenes” (cuando en realidad lo que había hecho era ponerlas a salvo) o el día que no pudo ayudar a aquella mujer que dos guardias civiles apaleaban y vejaban con un palo hasta deshacerla, han retenido siempre las acciones de la solidaridad de un pueblo herido pero genialmente valiente -“En la cárcel de Bilbao llegamos a ser 22.000 hombres. El pueblo vasco se volcó con nosotros en una red de solidaridad para que nunca pasáramos hambre, evitando nuestra muerte.”- con su siempre especial atención a las mujeres: “Estas mujeres, las renoveras, enviaban nuestros mensajes de mano en mano, de mercado en mercado, desde Bilbao a Cantabria, de forma que muchas veces pude hacer llegar noticias a mi familia sin que fueran censuradas.”

Y en medio de la lucha y del trabajo Manuel se quitaba del sueño el tiempo para fotografiar todo lo que admiraba o repudiaba, sin pedir nada a cambio, sin aspirar a vender las imágenes ni a que se vieran, movido sólo por el hecho de conocer, de denunciar lo que no está bien. La tala indiscriminada de bosques centenarios en Cantabria o el negocio de la venta de armas fueron los primeros temas a los que se acercó, ocasionando con ello la respuesta de las autoridades que le velaban carretes y llegaron a amenazarle: “Es que puede ser usted de ETA y por eso no puede fotografiar la fábrica” –le advertían- “¿Me dice que soy yo el terrorista, ellos son los que están fabricando armas y les tendrán que dar una salida, o me va usted a decir que eso se va a quedar en un almacén?” Su amor por la naturaleza lo llevó a descubrir las cuevas del Chufín y del Soplao, donde se descubrieron pinturas rupestres de hace 20.000 años. Documentó decenas de testimonios de la represión franquista en Santander y con ellos también la desaparición de un modo de vida rural que ya no volverá a ser. En resumen un archivo fotográfico espectacular creado no por un profesional pero sí por un personaje excepcionalmente comprometido y cuya visión tiene un valor incalculable.

Manuel de Cos, sin embargo, no es ni mucho menos un fotógrafo conocido ni valorado. Su integridad y carácter le han hecho criticar mordazmente la actuación de los políticos, que nunca han protegido todo lo que él amaba. Siempre recuerda el día que escribió el poema “A un panal de rica miel / dos mil moscas acudieron / que por golosas murieron / presas de patas en él” debajo de una fotografía de las mayores figuras políticas de Cantabria. Estas cosas, claro, cierran puertas, pero Manuel nunca perdió oportunidad a la denuncia y argumenta que por ello hoy su archivo de 35.000 imágenes sobre la vida rural todavía no tienen sitio en ningún archivo de Cantabria (ni en otro) a pesar de haber sido respaldado en su calidad por organizaciones como Ecologistas en Acción.

Actualmente el fotógrafo -y vamos a llamarlo así aunque él diga que no lo es- sigue trabajando a pie de calle, con su confianza puesta en el movimiento 15M: “Ha ocurrido, lo voy a ver por fin, antes de morirme” –nos dijo cuando esto comenzó, y desde entonces ha pasado semanas en la Puerta del Sol. Todavía lo vemos haciendo miles de fotografías, porque Manuel sabe que todavía tiene mucho que aportar. Porque Manuel sigue confiando todavía en que las cosas pueden cambiar, en que un día lleguen “las madres que consigan enjendrar a los hijos que hagan de ésta una buena sociedad”, justa y humana, aquella que su padre ya estaba construyendo cuando volvió de Nueva York.

Fuente: DateCuenta. Proyecto de comunicación y educación libre

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