Santander, ciudad de pobres, urbanismo para ricos

Santander ha sido una ciudad compuesta fundamentalmente por gente humilde cuya capacidad de gestionar sus espacios ha sido históricamente negada por un urbanismo sensible a las necesidades de la clase acomodada. Así se forja la ciudad balneario del sardinero en la 2 mitad del XIX. También el palacio de la Magdalena para Alfonso XIII ya entrado el nuevo siglo. De la misma manera se configura la ciudad tras el incendio de 1941, expulsando a la mayor parte de la población envejecida y sin capacidad para hacer frente a los gastos de reconstrucción, hacia la periferia, y remodelando el centro a base de ensanches pensados para el transporte, los negocios y el comercio. Es como nace la Porticada, pero también es como La Albericia, el Barrio Pesquero, Campogiro y otros barrios, se llenan de pobres desplazados de dentro a afuera. Los espacios de mayor calidad ecológica se destinaron a la población pudiente. Los menos atractivos se llenaron de manzanas cerradas y edificaciones aisladas; la ladera norte de General Dávila o la vertiente sur de la calle Alta son ejemplos. Una vez pasadas estas décadas de segregación urbanística, llegan los 80. Los dueños de Santander deciden, desde el ayuntamiento y con la ayuda de empresas como Tecnurban, que el turismo será a medio/largo plazo una de las fuentes principales de negocio y generación de riqueza. Es así como todo el suelo rústico sin protección se pone en el punto de mira de la especulación. El PGOU de 1984 comienza a perfilar la construcción de infraestructuras de comunicación para conectar el centro con la zona norte, y será con el de 1997 cuando Monte, Cueto, San Román, Peñacastillo, la bahía y el paseo marítimo sean algunas de las zonas clave en los planes de extensión y/o mejora del suelo urbano a cargo de un urbanismo entregado al turismo. El ya presente entonces, palacio de festivales, o la planificación del parque de las llamas son sólo dos muestras.

¿Y qué es de hoy? Año 2015. Los planes del ayuntamiento para construir la “Santander-marca” ,“Santander-inteligente”, a través del plan 2020, requieren de la misma fórmula que años atrás brindara el incendio como excusa. En esta ocasión la crisis y, por lo tanto, las promesas de recuperación económica. Desalojos y expropiaciones en Monte y la vaguada de las llamas con propuestas de realojo de alquiler en la Albericia o Nueva Montaña, Inauguración de cadenas de comida rápida de camino a las zonas caras (Valdenoja, el sardinero…), urbanización de Adarzo y previas expropiaciones, destrucción del carácter natural de la senda costera, planes de derribo en el barrio de Prado San Roque y Río La Pila a cambio de viviendas de protección oficial a precios para ricos, expulsión de vecinos de la calle alta para la construcción de bloques de lujo sustituyentes de edificios de valor histórico, puesta en marcha de proyectos faraónicos como el centro Botín, e implantación de innovaciones tecnológicas como los smartsdispositivos que, junto a otras medidas que afectan a las calles, parques y plazas de Santander, hacen más difícil la supervivencia de formas de vida humildes, tradicionales, excluídas y/o no convencionales. (chatarreros, mendigos, recogedores de Caloca, pequeños agricultores, ganaderos, precarios, prostitutas, activistas, migrantes…). Formas de vida peligrosas para este modelo de ciudad concreto.

Si algo ha cambiado el urbanismo de Santander los últimos años, es porque sus gestores han sabido colocar por primera vez a la ciudad dentro de las exigencias estatales y europeas. Sin embargo, las medidas con las que históricamente ha configurado esta ciudad, son similares; Segregación social, desplazamientos forzosos, planificación futura del estado de los suelos, carencia de información a los vecinos desalojados, y especulación urbanística, especialmente, en momentos señalados.