Los objetores de conciencia y la Primera Guerra Mundial


Capítulo 10 de “Breve historia de la Noviolencia”, Jesús Castañar Pérez.
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Desde los primeros momentos de la objeción de conciencia ya había habido una distinción entre los objetores de conciencia que no pretendían una transformación política y sólo rechazaban coger un arma ellos mismos y los que sí la buscaban, y, por eso mismo, rechazaban además del servicio militar las propuestas de servicio civil alternativo. Los objetores que simplemente rechazaban coger las armas por coherencia personal con su filosofía de vida no tenían problemas en realizar servicios alternativos, como hizo Gandhi organizando un cuerpo de camilleros en la guerra de los Boers o reclutando indios en la Primera Guerra Mundial. Los objetores que con su negativa a coger las armas querían protestar además contra la injusticia de la guerra, rechazaban otras alternativas de colaboración con el Estado y la cárcel era la única opción para ellos. Para estos la cuestión no era el tomar las armas o no, sino el colaborar con la violencia del Estado o no, y alentados por Thoreau y Tolstoi, poner en jaque esa misma violencia al extender y legitimar su opción. Tolstoi denominó “insumisos” a estos objetores y en el Reino Unido fueron llamados objetores “absolutists” al negarse de forma absoluta a cualquier tipo de colaboración con la guerra.
La Primera Guerra Mundial dio carta de naturaleza a este debate (sobre si la objeción era una cuestión de coherencia personal o de estrategia política) a gran escala, al forzar a convertirse en soldados a casi todos los varones adultos de los países implicados. En ese momento, tanto activistas, como teóricos, religiosos o apolíticos tuvieron que posicionarse, y los que militaban en movimientos obreros, con marcada vocación internacionalista, tuvieron que elegir entre el ideal revolucionario o el nacionalismo patriótrico, muy extendido también por influencia del movimiento romántico del siglo XIX. Fue este desencuentro lo que llevó a la disolución de la Segunda Internacional, organización de corte socialdemócrata surgida con la idea de seguir los fines de la Primera Internacional, disuelta como es sabido por diferencias entre comunistas y anarquistas. El caso es que sindicatos y partidos obreros se fueron posicionando en posturas favorables a sus respectivos gobiernos y fueron incapaces de llevar a cabo acciones concretas contra la guerra, a la que muchos de ellos apoyaron.
No obstante, a pesar del triunfo de la propaganda patriótica, la crueldad de la guerra también había traído el rechazo a los horrores de la misma, y fue la primera vez en que la objeción de conciencia al servicio militar se practicó de forma masiva. De la oposición a la misma surgieron nuevos movimientos, como fueron los movimientos pacifistas y feministas que se estructuraron después. Así en los años de escalada militarista previos a la Gran Guerra conocidos como la Paz Armada, marcados por la división de Europa en bloques miltitares antagónicos, ya se habían elaborado propuestas, como la del ya citado anarquista holandés Domela Niewenhuis, para transformar la guerra que se avecinaba en una situación revolucionaria mediante el empleo de la huelga general y objeción de conciencia generalizada en todos los países implicados32. Hay que señalar que realizó estos llamamientos en las primeras conferencias de la Segunda Internacional, que como acabamos de mencionar no fue una organización a la postre muy “internacionalista”. El holandés convocaría además, en 1904, un Congreso Antimilitarista en Ámsterdam. donde se expondrían estas ideas, y se fundó la International Anti-Militarist Union (IAMV Unión Internacional Antimiltarista).
Una vez desencadenada la guerra, no se consiguió esa huelga general por el fervor patriótico que contagió a los obreros, pero este tipo de llamamientos influyó en que muchos de los llamados a filas en todos los países implicados para que se negaran a participar en ella, unos por motivos religiosos procedentes del razonamiento ético, pero otros muchos por motivos estrictamente políticos, al justificar la violencia de la revolución proletaria. Estos últimos, procedentes de movimientos obreros, ya fueran socialistas, anarquistas o comunistas, mantuvieron sus posturas internacionalistas a pesar de la oleada de militarización y nacionalismo que recorrió Europa y que, finalmente, serviría de sustrato para los fascismos posteriores. Es importante señalar, por tanto, que, a pesar del triunfo del patriotismo en los movimientos obreros, muchos miles de activistas se mantuvieron fieles a sus ideas y no se incorporaron a filas, o lo hicieron de mala gana y provocaron amotinamientos en cuanto pudieron.
Dadas las circunstancias de violencia extrema, la represión a los objetores fue terrible, y hubo muchos casos incluso de ejecuciones sumarias de objetores, que a veces eran destinados al frente en contra de su voluntad. No obstante, hubo decenas de miles de objetores repartidos por todos los países en contienda y grandes figuras del movimiento obrero internacional encarceladas o condenadas a trabajos forzados, como fue el caso del famoso lider socialista alemán Liebknecht. También hubo otras muestras de resistencia a la guerra menos politizadas, como fueron el caso de las insubordinaciones y rebeliones de soldados franceses e italianos que se negaban a volver al frente. En Rusia, el ambiente contrario a la guerra hizo que estas insubordinaciones acabaran en revolución, como es bien conocido, con lo que se puede decir sin rubor que la oposición a la guerra fue uno de los detonantes del triunfo del bolcheviquismo.
Paradójicamente el triunfo de la revolución proletaria trajo el fin del sueño internacionalista del movimiento obrero incluso en el victorioso comunismo ruso, que alentado por un dictatorial Lenin (y más aún luego con Stalin) pasó a utilizar el nacionalismo como catalizador del movimiento, centrado en el concepto de “socialismo en una sola nación”. La revolución, a partir de entonces, se convertiría en un asunto nacional, no en una propuesta internacional como había sido hasta entonces. En el seno del movimiento anarquista, el alineamiento de su máximo ideólogo, Piotr Kropotkin, del lado de los aliados en la Primera Guerra Mundial, seguido de otras catorce importantes figuras del anarquismo de la época, entre ellas Paul Reclus (hijo de Eliseo Reclus), Jean Grave, Carlos Malato o Federico Urales creó un gran cisma en el movimiento. Todos ellos firmaron el Manifiesto de los Dieciséis (aunque eran quince), un panfleto en el que se alineaban con los aliados, lo que supuso una ruptura con el antimilitarismo tradicional del anarquismo que la mayoría de sus activistas, poco propensos a autoritarismos, no estaba dispuesto a secundar. Tal como cuentan los biógrafos de Kropotkin:
"El Manifiesto de los Dieciseis no hacía sino confirmar la escisión del movimiento anarquista. Ya en febrero un fuerte grupo de anarquistas ingleses, suizos, italianos, americanos, rusos, franceses lanzaban un manifiesto oponiéndose a la guerra. Se incluían entre ellos dos de los tres secretarios de la oficina de correspondencia, elegidos en la asamblea de la Internacional Anarquista de 1907, Malatesta y Saphiro, y así mismo Domela Nieuwenhuis, Emma Goldman, Berkman, Bertoni, Ianovsli, Harry Kelly, Tom Keell, Lilian Wolfe y George Barret, y representaba a a los elementos más activos y militantes de Europa y América. El otro miembro de la oficina internacional, Rocker, estaba arrestado (en Inglaterra por ser alemán), pero se oponía también a la guerra. El manifiesto proclamaba la guerra consecuencia natural de un sistema de explotación, y por tanto no culpa de un gobierno determinado, y que no podía establecerse distinción verdadera entre guerra ofensiva y defensiva. En la Edad Moderna las guerras son resultado de la existencia de Estados. "El Estado nación de la fuerza militar y aún es en la fuerza militar donde debe descansar lógicamente para mantener su omnipotencia" los anarquistas sólo deben admitir una guerra de liberación, desencadenada por "los oprimidos contra los opresores, los explotados contra los explotadores". Deben procurar difundir el "espíritu de la rebelión", organizar la revolución contra todo el Estado y mostrar a los hombres "la generosidad, grandeza y hermosura del ideal anarquista: justicia social a través de la libre organización de productores; eliminación definitiva de la guerra y el militarismo, libertad completa con abolición del Estado y sus órganos de destrucción".33
Si bien esta corriente del anarquismo revolucionario se posicionaba totalmente en contra de la guerra, no puede encuadrarse dentro del pacifismo, pues contiene implícita una teoría de la guerra justa (esta es, la revolución que acabaría entre otras cosas con las guerras). Hay que señalar no obstante que sus propuestas de acción noviolenta y su llamada a la huelga general para parar la guerra se pueden considerar, sin duda alguna, como antecedentes prácticos de la corriente pragmática de las teorías de la noviolencia en las que la efectividad de los métodos noviolentos es el fundamento de la acción.
A pesar de la efervescencia de objetores cristianos y e internacionalistas, fue un intelectual, Bertrand Russell, que se vanagloriaba de no ser cristiano y que criticaba a religiosos, anarquistas, socialistas y comunistas con igual saña, el principal valedor ideológico de este movimiento de resistencia a la guerra, en un momento en el que el propio Gandhi, como veremos más adelante, colaboraba con el ejército británico. La inusitada actividad intelectual de este aristócrata británico en contra de la Gran Guerra le llevó a esbozar teorías de la no colaboración para defender la actitud de los objetores de conciencia británicos (y a perder su cátedra en Cambridge y dar con sus huesos en la cárcel). Sin embargo, sus ideas de la no colaboración no partían de un ideal pacifista, pues él nunca consideró que todas las guerras fueran injustas o toda la violencia ilegítima34, sino que, al igual que pensaba la mayor parte del movimiento obrero, era precisamente esa guerra la que era injusta (de hecho apoyó a los aliados en la Segunda Guerra Mundial) y sus posiciones noviolentas eran por tanto estratégicas y no filosóficas (holísticas). Paralelamente, en Francia, el dramaturgo Romain Rolland, al que se le reconocía con el premio Nobel en 1915, publicaba ese mismo año Por encima del conflicto (1915), un ensayo contra la guerra al que continuaría “A los pueblos asesinados (1917), y tras la guerra Los precursosres (1923). Rolland había publicado ya una biografía de Lev Tolstoi y la biografía que posteriormente, en 1924, publicara de un todavía joven Gandhi serviría para introducir este personaje en Occidente e inspirar a muchos activistas de la noviolencia. En Alemania Albert Einstein, en contacto con Russell y Rolland, también iniciaría una gran actividad pacifista de corte antimilitarista, que le llevaría más tarde a pregonar la objeción de conciencia, la desobediencia civil y el desarme unilateral como estrategias políticas. Sin embargo, tanto Einstein como Russel abandonaron posteriormente el pacifismo y apoyaron a los aliados contra el nazismo.
No fueron los objetores o los obreros los únicos movimientos que se tornaron hacia el pacifismo y el antimilitarismo, pues el incipiente movimiento feminista, volcado hasta entonces en luchas sufragistas también hubo de posicionarse ante la guerra, dando como resultado un nuevo cisma. Por un lado, las feministas moderadas que veían la incorporación de las mujeres a las fábricas de armas como algo positivo para su lucha de emancipación, y por otro, las que se tornaron hacia posiciones pacifistas iniciando el largo vínculo, no exento de rivalidades, que ha existido entre antimilitarismo y feminismo. Y dicho sea que tiene sentido que fuera precisamente por la oposición a la guerra la razón por la que algunos sectores de otros movimientos sociales se aproximaran a la noviolencia, puesto que en ese momento se visualizaba claramente que era precisamente la violencia el problema contra el que luchaban. De este modo se conformó un movimiento internacional de resistencia a la guerra en el que pervivían los valores internacionalistas del movimiento obrero, y se renovaban muchas de las doctrinas revolucionarias de éste, dando un nuevo sentido al antimilitarismo tradicional del anarquismo al conectarlo con la noviolencia hasta entonces patrimonio de activistas cristianos. Poco después de acabar la guerra, en 1919, se fundó, desde un punto de vista cristiano (encuadrado en la corriente holística), el Movimiento Internacional para la Reconciliación MIR o International Felowship for Recontiliation IFOR. Pero no fue la única plataforma internacional, pues tal como veremos más detenidamente, también se fundaron en esa época, aunque desde un perspectiva anarcopacifista (en muchos casos judíos, socialistas, feministas y anarquistas que se separaron de IFOR), la Internacional de Resistentes a la Guerra IRG o War Resisters International WRI o su sección norteamericana War Resisters League WRL.
Todas estas organizaciones siguen funcionando en la actualidad, lo cual es un indicador de la importancia de estos movimientos.
Fue, por tanto, este ambiente de efervescente pacifismo de posguerra el contexto en el que recaló la traducción del término no-violencia efectuada por Gandhi ya en la India, ayudándole a dotarse de una identidad propia, fundando toda una línea de pensamiento que vamos a denominar corriente estratégica en las teorías de la noviolencia.
 

Notas
32 Herman Noordegraaf: "The anarchopacifist of Bart de Ligt" en Peter Brock y Thomas P. Socknat (Ed) "Challenge to mars. Essays on pacifism from 1918 to
1945". University of Toronto Press inc. Toronto. Buffalo, London. 1999 pag. 93.
33 George Wooddcock e Ivan Avakumovic: “El Principe Anarquista”. Ediciones Júcar 1975 pags 343
34 Bertrand Russell “Resumen autobiográfico” escrito en 1956 y publicado en castellano en Bertrand Russell “Antología”. Siglo XXI. Madrid 1972 pag 295 y 296.