Las críticas a la teoría del poder de Sharp

Capítulo 18 de “Breve historia de la Noviolencia”, Jesús Castañar Pérez.

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Sharp se centra, por tanto, en el desafío al Estado mediante la negativa de la obediencia, por lo que describe al poder con forma de estructuras organizadas jerárquicamente de forma piramidal. Cuando responde a la pregunta de por qué la gente obedece responde cándidamente que por hábito, miedo a sanciones, obligación moral, interés propio, identificación psicológica con el gobernante, indiferencia o ausencia de autoconfianza.58. Para él, todas estas formas de poder dependen de la obediencia y cooperación, pero estas son para él algo individual y voluntarista, por lo que bastaría con la retirada voluntaria del consentimiento para desafiar al poder. Sin embargo, tal y como ha señalado Brian Martín59, Sharp no tiene en cuenta la complejidad política de estructuras como el capitalismo, el nacionalismo, el patriarcado o la burocracia, sistemas de poder todos ellos que no encajan en el esquema de gobernante gobernado, sino que utilizan formas sutiles de lograr la aquiescencia de todas las personas que participan en ellos. Martin recogía así las aportaciones críticas a la propia teoría del poder que en los años 70 hicieron autores como Hannah Arendt, Norbert Elias, Michel Foucault o Pierre Bourdieu, que se fijaron en los procesos por los cuales los individuos interiorizan las pautas de comportamiento del orden social.

La separación entre consentimiento y coerción también aparecía en la obra de Hannah Arendt, la cual al usar un concepto normativo de poder basado en la tradición grecoromana clásica, que ella denominaba republicana, y llegó a afirmar que el poder debía ser consensuado para ser tal, es decir, para ser legítimo. La autora de “Los Orígenes del Totalitarismo” distinguía entre el poder, que emanaba del consenso y consentimiento de un grupo de personas y la dominación, que se basa en el ejercicio de la violencia, y se estructura jerárquicamente. Esto la llevaba a considerar que “la violencia puede siempre destruir al poder; del cañón de un arma brotan órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder”60. En realidad, su postura es una radicalización de las ideas de los teóricos del consentimiento de los años sesenta que hemos nombrado más arriba, pues al redefinir el concepto pretendía establecer una crítica feroz a la violencia como fundamento del poder para así establecer una teoría de la democracia que la renovara radicalmente, eliminando su fundamentación en el monopolio de la violencia legítima.

Si consideráramos el hecho de que, en realidad, el poder no necesita ser legítimo para constituirse como tal, como bien le hubiera dicho Hobbes, ya que mediante la coerción puede establecer una relación de mando-obediencia, su argumento pierde fuerza, pues en realidad lo que pretendía al eliminar la violencia como fuente del poder y enfatizar que el poder que emanaba de la violencia no podía ser legítimo. Esto permite explicarnos por qué rechazó como fuente del poder precisamente la que había sido considerada hasta entonces como la única fuente de poder: la violencia.

Su aportación sería importantísima porque llamó muy acertada y coherentemente la atención sobre la otra fuente de poder, el consenso, que hasta entonces había quedado algo relegada a un papel secundario si es que se le había tenido en cuenta. Sin embargo, lo realmente interesante de la concepción del poder en Arendt es que desaparece la dicotomía que establece una diferencia ostensible entre los dominantes y los dominados, si no que cada persona colabora en cierta medida con el consenso establecido independientemente del grado de participación que haya tenido en la elaboración del mismo.

Desde el punto de vista del consentimiento, no existiría, por tanto, una dicotomía entre dominantes y dominados, sino que todas las personas colaborarían en mayor o menor medida con el consenso que legitima la dominación.

Por otro lado, saliéndose de la perspectiva dominante en su tiempo, Norbert Elias concebía la sociedad como un tejido cambiante y móvil de múltiples interdependencias que vinculan recíprocamente a los individuos, de modo que el poder sería una posición estructural asociada a las relaciones de interdependencia, de forma que se tiene poder sobre alguien en la medida en que depende de otros que no dependen de ese alguien. Elias denominó “configuración” a las formas específicas que ligan a unos individuos con otros, en las que se dan interdependencias inconscientes en condiciones de asimetría o desigualdad. Así pues, a pesar de ser relaciones desiguales constriñen a todos, Elias señalaba que incluso el abosolutista Rey Sol veía delimitado su campo de acción por estas configuraciones. De este modo las configuraciones (es decir, el tejido de interdependencias) proporcionan el margen de acción pero a la vez imponen los límites a la libertad de elección.

Igualmente Michel Foucault también consideraba el poder como una relación de fuerzas, pero se centró por el contrario en lo que él denominaba la “microfísica” del poder, expresiones de procesos anónimos que conducen a la vigilancia, castigo y sanción de conductas que se desvían de la norma. De este modo señaló los procesos de normalización disciplinaria por los cuales el poder produce verdad, mediante la producción de saber y la definición de lo que se considera como “normal”, que se identifica con el orden social dominante y legitima por tanto la propia dominación.

Posteriormente, en una línea postestructuralista, el francés Pierre Bourdieu consideraría al poder como resultado de hábitos (relaciones preexistentes que dejan una impronta social sobre la personalidad) culturales que se superponen a los económicos, de forma que entre los dos explican su reproducción social a través del tiempo. Así, si combinamos la teoría de las configuraciones de Elias con la teoría de los habitus de Bourdieu obtenemos que se puede definir al hábito como un producto de diferentes configuraciones en cuyo seno actúa el sujeto.

El descuido de estos aspectos hace que Sharp no tenga en cuenta el principal problema al que se enfrentan la mayoría de los movimientos noviolentos, que es nada más y nada menos cómo movilizar a las masas. Sharp por el contrario, por su concepción voluntarista del consentimiento, parte siempre de una situación en la que las masas ya están movilizadas.

En realidad lo que tiene en mente son formas de derrocar dictaduras y sistemas opresivos que gozan de poca o ninguna legitimidad entre sus súbditos. Por el contrario, desde los llamados movimientos antisistémicos, se trata de luchar contra las injusticias existentes en sistemas democráticos en los que, debido a la desinformación existente en los procesos de formación de consensos políticos, se cuenta con gran respaldo de buena parte de sus ciudadanos y ciudadanas. Es por eso que la tarea de estos movimientos tiene un gran componente de contrainformación de forma que la llamada “guerrilla de la comunicación” (obviada por Sharp) cobra especial importancia ante la desigual capacidad de producción de noticias y opiniones.

También habría que tener en cuenta que estas reflexiones sobre la creación social del consentimiento (o consenso, o normalización) restan importancia a la coerción como forma de poder porque se han diseñado teniendo en mente sociedades postindustriales en los que, sin duda, los procesos de coerción han sido sustituidos por procesos de construcción de consenso. En cualquier caso, no habría que perder la pista en todo momento de que cada sociedad es única, y las relaciones de poder que se dan presentan una proporción de coerción y consentimiento determinada y, sobre, todo, que estas no son homogéneas, sino que se distribuyen de diferente manera en los estratos de población. En este sentido debemos aceptar como válida la propuesta de Carl Joaquim Friedrich de considerar que el poder “es en cierta medida una posesión, y también en cierta medida, una relación”61 refiriéndose con ello a que el poder coercitivo institucionalizado es una posesión y el poder consensual una relación de forma que ambas se encuentras presentes en toda forma política.

De este modo, Sharp puede explicar acertadamente el funcionamiento de la acción noviolenta y su teoría encaja perfectamente en situaciones extremas tales como dictaduras, guerra o genocidio, pero no entra a analizar cómo se establece el consenso en torno al cual se otorga o se niega el consentimiento, aspecto en el que más se habían detenido a analizar autores de la corriente holísitica. El problema principal es que sin saberlo está utilizando una teoría de la acción unidimensional, en la que sólo se centra en aspectos instrumentales de la acción y olvida el papel de los aspectos simbólicos. Tan sólo confiere un desarrollo secundario a lo que denomina Jiu Jitsu político, o como ganarse a terceras partes, pues para Sharp el poder siempre es contingente y precario y requiere trabajarse la cooperación y manipulación de lo que denomina “locis de poder potencialmente antagonistas”.

El olvido de los aspectos comunicativos de la acción le lleva a no tener en cuenta además la aplicación de técnicas de acción noviolentas en sistemas democráticos en las que se utiliza más bien como parte de una “guerrilla de comunicación”. En estos contextos se trata de aprovechar más la dimensión simbólica de la acción para generar un debate en la sociedad que permita transformar la injusticia que se está denunciando, sin necesidad de que toda la sociedad participe en el proceso de retirar el apoyo al gobernante pues no es ese el fin perseguido. No obstante, a pesar de que el esquema de Sharp está diseñado para aplicarse a dictaduras y sistemas de poder que encajan más fácilmente en un esquema claro de división entre gobernantes y gobernados, la taxonomía y catalogación ha sido sumamente útil para activistas que operan en otros contextos donde existen sistemas de poder complejos.

De hecho, sus técnicas han sido ampliamente utilizadas en movimientos antisistémicos de países democráticos, aunque sus esfuerzos se hayan dirigido hacia dotar herramientas para activistas demócratas en dictaduras.

 

Notas

58 Sharp, Gene: “The politics of nonviolent action” Porter Sargent Publishers 3 volúmenes. Boston 2000 (primera edición de 1973) págs 16-24.

59 Brian Martin: “Gene Sharp’s Theory of Power” Review Essay Journal of Peace Research, vol. 26, no. 2, 1989, pp. 213-22

60 Arendt:, Hannah: “La Crisis de la República”. Madrid Taurus 1973. pág 155

61 Friedrich opus cit pag 183,