Carta de despedida al caseto solitario

Carta de despedida al caseto solitario

¡Adiós caseto solitario! Así fuiste bautizado hace 7 años por la persona que decidió abrir tu tapia y habitar tus muros vacíos. Te digo adiós porque hoy he sido desalojado. Una anécdota insignificante frente los grandes aconteceres del devenir de la humanidad. Un minúsculo anexo en el gran movimiento de okupación. Un pequeño capítulo en la historia reciente de la okupación de viviendas en Cantabria. Pero por pequeño que sea, alguien tiene que escribirlo, para que no caiga en el olvido.

Un viejo caseto de aperos abandonado en medio de un bardal. Sin duda un lugar poco atractivo, pero no dejaban de ser cuatro paredes y un techo bajo el que poder vivir. Un palacio para D, la persona que, tras explorar detenidamente la zona, decidió dar el paso y romper la tapia de ladrillos que bloqueaba la puerta. En su interior, mobiliario y restos carbonizados de objetos y enseres de antiguos habitantes que habían pasado por allí. Un poco de limpieza y unas capas de pintura camuflarían tal desastre. El riesgo de okupar un edificio es que alguien te denuncie a la policía o que aparezcan los dueños. Pero la discreción de D. hizo que su entrada pasara desapercibida. También influyó para bien la ubicación: un caseto solitario rodeado de praos y vacas.

Al año siguiente tomó el relevo M. quien adecentó un poco más el lugar y comenzó a quitar zarzas de la finca, de cara a disfrutar de un trozo de verde en el que tomar el sol y poner 4 plantas. Al poco tiempo se sumó B-B., una gata experimentada en la okupación de casas. ¿El agua? Había que ir hasta el manantial más cercano para disponer de ella. ¿Cocinar? Con leña recogida en el mar, que de paso servía para calentar un poco la habitación… Un estilo de vida rústico que llevaba M. y que incluso fue documentado en la serie-documental “la cabra tira al monte”.

Y entonces llegué yo. Y fue un poco como “el gran salto adelante” de Mao. Un primer arreglo de un tejado plagado de goteras nos permitió habilitar la planta de arriba del caseto. Nos cargamos definitivamente la tapia y pusimos una puerta de verdad de la buena (se acabó el entrar agachados). Y entonces fue como gritar por las 4 esquinas “oye, estamos aquí”. Y sin embargó, no pasó nada. Así que seguimos adelante, empezando a cultivar una huerta que se ampliaría en años sucesivos y plantando árboles autóctonos. Y vueltas que da la vida, M. se marchó junto con B-B, tras dos años de convivencia con sus más y sus menos. Pero al poco tiempo llegaron B. junto con su perro C. Ya éramos 3 los habitantes de este peculiar lugar que se abría cada vez más al exterior. No podemos dejar así de mencionar a nuestras vecinas, que nos han apoyado fuertemente en todo momento y que recordaremos con cariño.

No todo fueron buenos momentos en el caseto, como cuando las ratas y ratones nos invadieron y amenazaron con adueñarse del lugar. Por lo que hubo que recurrir a la ayuda de J, una gata que pronto reveló ser una experta cazadora. Pero agradecimos estar aquí durante el confinamiento, escuchando las sirenas de los coches de la policía y ambulancias en la lejanía.

El último año en el caseto fue una etapa en solitario para mí. Quizás era la maldición del caseto solitario, que no toleraba muy bien las convivencias, de ahí quizás su nombre, que resultó ser un poco profético. Pero el problema de okupar solo es que te sientes vulnerable cuando te van a desalojar. Y eso es lo que ha pasado. A principios de este verano vinieron los legítimos dueños del caseto (del que se habían desinteresado durante más de 20 años) y me hicieron una oferta de esas que no puedes rechazar. Así que, por mi integridad física, he tenido que marcharme. Pierdo un hogar, pierdo una huerta, pero me quedo con los buenos recuerdos, el compañerismo, los aprendizajes y la experiencia de okupar en Cantabria. Cerramos un capítulo, pero el libro no se ha acabado.

Contraportada del Boletín Briega en papel nº27 Octubre 2021