Entrevista a Miguel Amorós acerca del pasado movimiento obrero asambleario

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 Ínsula Libertalia.- ¿A qué se conoce -a grandes rasgos- como movimiento obrero autónomo? (En qué años surge, cuáles son las características de esa clase obrera en comparación con la precedente)
Miguel Amorós.- El movimiento obrero autónomo o asambleario es la manifestación histórica del proletariado independiente en la década de los setenta. Así se designaba la lucha que adopta formas organizativas genuinas de clase, formas que le permiten una intervención directa y colectiva, sin mediación de autoridades, partidos o burocracias sindicales. Es la forma pura de la lucha de clases.
En España surge, o mejor resurge, alrededor de 1970, con las primeras huelgas de trabajadores fabriles decididas en asambleas y coordinadas por comités elegidos en ellas. Actúan contra el enemigo de clase al margen de las instituciones oficiales y de las organizaciones separadas que se atribuyen una representatividad espuria. Lo que caracteriza las luchas de clase son precisamente la asamblea como máximo órgano de poder obrero y el control de los delegados electos. Nadie puede negociar el convenio o tan siquiera hablar en nombre de los trabajadores si no ha sido elegido y mandatado por ellos. Ahí radica precisamente la diferencia.
I.L.- ¿Cómo se articula?
M.A.- La articulación asamblea-comité negociador es fundamental a nivel de taller o fábrica. La asamblea de delegados de fábrica y la coordinadora de rama son el escalón inmediatamente superior, el que permite la extensión de las luchas y la movilización general. Hasta 1970, más o menos, las luchas eran dirigidas por individuos obrando en el marco de la organización vertical interclasista de la dictadura, sin verdadera representatividad.
I.L.- ¿En qué valores se reconoce el movimiento?
M.A.- Los valores típicos de la autonomía obrera son el compañerismo, la solidaridad y la unidad. Como los mosqueteros: todos para uno, uno para todos. Todo diálogo y decisión dentro de la asamblea, nada fuera de ella.
I.L.- ¿En qué conflictos obreros/huelgas de esta época es donde aparece por primera vez esta organización autónoma de clase, superando la organización vertical? (¿Landaben en 1970?, ¿Huelga construcción en Granada?…).
M.A.- Es difícil precisar la “primera”, pues no se dispone de una información exhaustiva y detallada de las huelgas, dado que tanto la autoridad vertical como las de la oposición que pretendía sustituirla ninguneaban y silenciaban ese tipo de datos. En todo caso no fue la huelga de la construcción de Granada, planteada dentro de la Central Nacional Sindicalista. Landaben es un polígono industrial, no una fábrica. Podemos señalar la huelga de Authi (Pamplona) en marzo de 1970 y la de Harry Walker (Barcelona), entre diciembre de 1970 y febrero de 1971, como dos de las primeras con más repercusión.
I.L.- Importancia de la teoría y prácticas consejistas y otras influencias sobre el movimiento (mayo francés o cualquier otra…).
M.A.- Ese tipo de influencias se dieron un poco después, sobre todo a partir de 1971, a medida que las ideas de autogestión, ocupación, acción directa y consejos obreros se abrían camino en los lugares de trabajo de la mano de grupos obreros independientes, opuestos al reformismo de los católicos y estalinistas, los eternos aspirantes a interlocutores con la patronal y la jerarquía vertical. Por esas fechas, todos eran autodidactas, pues la formación dependía mucho de las lecturas adecuadas (historia del movimiento obrero y de la revolución social, experiencias militantes, trabajos teóricos de autores socialistas, etc.) y éstas no eran fáciles de conseguir. Todo dependía del esfuerzo que cada militante ponía en su formación. I.L.- Papel que jugaron los grupos autónomos armados (y su relación con el movimiento obrero asambleario).
M.A.- Los grupos armados no jugaron ningún papel en la marcha de las asambleas obreras. Cierto que trataron algunas veces de colaborar con ellas mediante actos de sabotaje a favor de la huelga o con donativos a la caja de resistencia producto de las expropiaciones, pero la distancia entre los huelguistas y dichos grupos era enorme. Jamás un grupo armado condicionó una lucha, y nunca ninguna actividad armada fue decidida en una asamblea. Eran realidades paralelas. Hubo casos en los que fue necesario organizar piquetes de defensa o ejercer alguna forma de violencia justificada, y entonces si que cabe atribuir la responsabilidad a las asambleas, pero eso era algo muy diferente, obedecía a una necesidad precisa sentida desde dentro, a una táctica en suma, no un servicio ofrecido desde fuera.
I.L.- Cuándo se considera que se cierra el período de la autonomía obrera y por qué.
M.A.- Los Pactos de la Moncloa de septiembre de 1977 hicieron público lo que apenas permanecía oculto desde más de un año antes: la alianza entre todas las clases y partidos contra el proletariado autónomo. El periodo se cierra en enero de 1978, cuando se celebran las primeras elecciones sindicales del post franquismo, lo que no significa la desaparición inmediata y total de las asambleas. Pero en la práctica supondrá el final del asambleismo como norma, una disminución drástica de la conflictividad, y en poco tiempo, el fin del menor atisbo de acción directa. La opción de la CNT como solución alternativa se mostrará rápidamente ineficaz. La desafiliación será masiva tras su V Congreso. En adelante, la representación obrera correrá a cargo de aparatos sindicales sin más poder que el que quieran concederle las nuevas autoridades políticas y los viejos intereses de la clase dominante. Poco después, en 1979, el Estatuto de los Trabajadores `plasmará jurídicamente en ese acuerdo todos los aspectos más antiobreros,, especialmente los que coarten el derecho a la huelga y supriman la autonomía. La clase obrera no reaccionará de forma contundente y masiva, sellando su fin como clase “para sí”, es decir, como clase independiente.
I.L.- ¿Quieres añadir algo más?
M.A.- Simplemente, quiero indicar que el movimiento asambleario se da sobre todo en las fábricas. Los obreros industriales jugaron un papel central en la guerra social de los setenta y a su actitud estrictamente laboralista del final cabe achacar la resignación que siguió al abandono de cualquier perspectiva revolucionaria. En la década siguiente, con la reestructuración y terciarización de la economía, perderían toda centralidad. Los empleados, funcionarios y trabajadores de servicios que los superaron en número carecían de conciencia de clase. En lo sucesivo ya no podrá hablarse propiamente de lucha de clases sino de “movimientos sociales”, con menor solidez y conciencia histórica, que no lograrán recomponer un nuevo sujeto revolucionario.
Fuente: Kaosenlared