Entrevista a John Gibler cuando se van a cumplir 4 años de la desapación de 43 estudiantes en Ayotzinapa

El mandato del presidente Peña Nieto está llegando a su fin y sobre él quedará siempre la memoria del terror, la mancha de un hecho sangriento que, por si sólo, cuenta todo el horror que azota a un país desde hace varias décadas: Ayotzinapa. El 16 de septiembre de 2014, varios buses con estudiantes de una escuela normal del Estado de Guerrero salieron desde Ayotzinapa con rumbo a la capital mexicana. 43 de ellos nunca llegaron. Desaparecieron. Casi cuatro años después, la guerra de narrativas para explicar esas desapariciones forzadas enfrentan aún al relato oficialista con el de los familiares de los estudiantes, el de los defensores de los Derechos Humanos, las evidencias científicas aportadas por expertos y  los integrantes del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), encargados de investigar que ocurrió con los 43 normalistas de Ayotzinapa. La verdad quedó sepultada en la inverosímil barrera que el Estado interpuso ante los investigadores. En el informe final presentado en abril de 2016, el GIEI acusó al Gobierno mexicano de haber dilatado, obstruido y bloqueado el trabajo de los investigadores. También en 2016 -febrero– el Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF, aportó datos científicos decisivos sobre esas desapariciones que desmienten totalmente la tesis del Estado. El Equipo Argentino demostró en un informe de 350 páginas que los cuerpos de los 43 estudiantes no fueron quemados en el basurero de Cocula ( tesis oficial). Los argentinos Mercedes Doretti y Miguel Nieva formaron parte del equipo de forenses y peritos que trabajaron en el exhaustivo informe donde se destacan las irregularidades de la investigación oficialista. Hasta el mismo Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) expresó su “preocupación” por las conclusiones a las que llegó la investigación interna de la Procuraduría General de la República (PGR) sobre las anomalías constatadas en la investigación del caso Ayotzinapa. A lo largo de las 608 páginas del informe final, el GIEI no sólo puso en tela de juicio la versión oficial de la matanza, sino la integridad del Estado mexicano. 

La noche de Iguala sigue sumida en las sombras. No están los cuerpos de los estudiantes, ni tampoco la verdad global. John Gibler se ha aproximado como pocos hacia esa noche que se tragó 43 vidas. Este periodista norteamericano reside en México desde hace muchos. Ha escrito varios libros (Morir en México (Editorial Oveja Negra), México Rebelde (Debate), Tzompaxtle, La Fuga de un guerrillero (Tusquets editores) y es también el autor de una de las investigaciones más exhaustivas sobre Ayotzinapa. Publicada en la Argentina con el título Una historia Oral de la Infamia. Los ataques a los normalistas de Ayotzinapa (Tinta Limón Ediciones), la investigación de John Gibler es un relato denso de lo real, una demostración implacable de las interacciones entre actores públicos y crimen organizado que condujeron a la desaparición de los estudiantes. En esta entrevista con PáginaI12,  Gibler desenvuelve la trama de aquella noche obscura de México al tiempo que plasma dos hipótesis que explican lo ocurrido. En ambas queda en evidencia la “fusión” entre el Estado y las prácticas del narcotráfico. 

–Todo México se sigue preguntando dónde están los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. En su libro sobresale el papel cómplice del Estado. 

–Desde esa noche el Estado administró el terror. Y para hablar en términos concretos, cuando digo el Estado, hablo de policías municipales de tres municipios, de policías federales, de policías estatales y también de procuradores del Ministerio Público, protección civil, gobernadores, alcaldes, senadores, el Presidente de la República, el Secretario de Defensa. Es decir, el Estado no como una entidad abstracta sino el Estado como una coordinación de fuerzas públicas de los tres niveles. Se coordinaron esa noche para atacar, para matar, para desaparecer y, desde entonces, se han coordinado para mentir, obstaculizar, desprestigiar, menospreciar a las familias y hacer imposible encontrar a los estudiantes y, por consiguiente, la verdad. Sigue siendo hasta el día de hoy un operativo estatal con dos etapas: una etapa material que corresponde a los ataques, y una etapa administrativa legal. 

–¿Cuál es el porqué de Ayotzinapa ?

–Justamente, el porqué no lo sabemos. A través de todos esos operativos nos condenan a la especulación. Especulemos, preguntemos y sigamos especulando. Puede ser que, sin saberlo, los estudiantes se subieron a un bus donde había un gran cargamento de opio destinado al mercado norteamericano, donde desde hace unos diez años hay una expansión impresionante del mercado de la heroína. Tal vez esa sea la causa por la cual tenían que recuperar ese bus a cualquier precio. Y tal vez también quienes recuperaron el cargamento sintieron que tenían que dar un mensaje múltiple: no nos tocan. Pero también es un mensaje del Estado hacia los movimientos de resistencia de este país: ustedes están destinados a la muerte y a la desaparición. En esta especulación que planteo hay un doble filo de narco y contrainsurgencia. Hay muchas dudas y detalles que nos llevan a hacernos estas preguntas de una forma sería. El hecho de que no sólo desaparecieron los estudiantes sino también el bus. El llamado quinto bus no se encuentra. El Estado no sólo nunca lo entregó sino que, además, falsificó otro bus y lo presentó. Al final, los investigadores se dieron cuenta. También hay dinámicas en los ataques. Fue un operativo en el que colaboraron varios cuerpos policiales. Recurrieron a la telefonía, a la comunicación por radio. O sea, está presente toda la lógica de un operativo y no de un desmadre. Hubo órdenes. Eso aparece en la lógica de los ataques. Primero paran a los estudiantes, no los matan, los paran. Luego de que transcurriera más de una hora empiezan a llevarlos. Eso me dice a mi que hubo dos órdenes: primero, párenlos. Mientras los tienen parados esperan la orden siguiente. Y cuando llega la otra orden  les indican que los lleven a algún lado y que levanten los micros. Esos son los hechos. Los únicos que actuaron como si se estuvieran en un Estado de derecho fueron los estudiantes. Se plantaron bajo una lógica jurídica cuando se dieron cuenta al principio de que había habido un crimen. Creyeron que había un Estado que no mata sino que investiga. ¿Y quien vino por ellos ?. No fue el ministerio público, ni ningún representante de la ley. Llegaron hombres armados, vestidos de civil y encapuchados, que abrieron fuego sobre la gente y, para empezar, mataron a dos estudiantes. Allí desapareció Julio César Mondragón Fontes. Al día siguiente lo encontraron mutilado y torturado. La sacaron la cara y los ojos. Ese es el lenguaje del Estado. El Estado y los medios oficiales masivos tachan a los estudiantes de vándalos, de radicales y de mini guerrilleros. Sin embargo, cuando las cosas se pusieron de vida o muerte, los estudiantes fueron los únicos que arriesgaron sus vidas para resguardar una escena de crimen. 

–El oficialismo judicial y político, apoyado por medios de una irresponsabilidad que roza la barbarie, activaron una campaña de desprestigio monumental contra los actores exteriores de la investigación posterior como el grupo de Antropología forense que vino de la Argentina y hasta contra la misma comisión del GIEI. Debe haber algo muy fuerte que se quiere tapar para llegar a esos niveles. 

–Sabemos que fue el Estado y que ellos se están protegiendo a si mismos. Yo veo concretamente dos posibilidades de verdad. Una, que ya mencionamos: sin saberlo, los estudiantes se subieron a un micro donde había un cargamento de drogas. Vino la orden primero de pararlos y luego de castigarlos. La segunda posibilidad es que se trató de un acto contrainsurgente, premeditado, montado para que parezca otra cosa, para que parezca narco, pero que fue un golpe contundente contra uno de los bastiones de resistencia radical de este país. 

–Hay que resaltar que, contrariamente a lo que se piensa, México es un país profunda y radicalmente rebelde, insumiso, que ha sabido proteger su fabulosa cultura pese a todos los intentos de borrarla

–México es un país que nace de una invasión y de una resistencia. Y esas fuerzas están vivas hasta el día de hoy. El mito dice que llegaron los españoles, invadieron y conquistaron. Y no. Ahí está el error. Los españoles llegaron, invadieron, colonizaron, oprimieron, pero nunca alcanzaron la hegemonía. Es un país con raíces de rebelión, de resistencia y de insurgencia igual de profundas que las raíces de las instituciones, de la llamada modernidad y del México tomado por fuerzas europeas y de Occidente. Ese combate sigue latente. Y hay fuerzas muy visibles y organizadas como el Ejército zapatista de Liberación Nacional, como la sección 22 del sindicato de trabajadores de la Educación, como la Escuela Normal de Ayotzinapa, que es la más aguerrida porque de ahí salieron dos guerrilleros muy famosos de GIEI de los 60 y 70, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Cuando vino el ex presidente Vicente Fox (2000-2006) dijo “voy a resolver el problema de Chiapas en 15 minutos”. Pero el Congreso tumbó el proyecto de ley sobre la autonomía indígena. Una vez más, aquí, los zapatistas demostraron que creían en el Estado de derecho pero fueron traicionados. Hicieron una maniobra para someter a un más a los indígenas. Es ahí cuando los zapatistas dijeron “nosotros vamos a hacer lo que acordaron sin pedirles permisos”. Así nació la autonomía en Chiapas, los caracoles, etc. También, durante Fox, se da la huelga de los maestros en Oaxaca, donde llegaron a controlar la capital y el mismo Estado en una insurgencia no armada. Cuando llega el presidente Calderón (2006-2012) intentó acabar con todos esos movimientos militarizando el país bajo el pretexto de una guerra contra el narcotráfico que no existe, que él inventa y que luego sí va a existir. Luego viene Peña Nieto y él mantiene esa guerra sin el discurso de la guerra. Y ahí llega Ayotzinapa. Es un ciclo continuo de acciones, de división y de terror de Estado y de represión de los movimientos más profundos de resistencia de este país. Esa es la lógica. 

–A través de Ayotzinapa se ve también una convergencia entre el Estado y el crimen organizado. 

–Efectivamente, en cualquiera de las dos especulaciones que se elijan para explicar lo que pasó en Ayotzinapa se ve que ya se han fusionado las prácticas del Estado con la supuesta guerra del narco. Todo lo que en los años  80 y 90 era lo folclórico del narco ya es parte del Estado. Siempre ha habido una relación profunda entre Estado y narco. Ahora no, ahora hay una fusión. Son como dos empresas que después de competir durante muchos años y tener intereses en común terminaron fusionándose. Eso es lo que se vio en las calles de Iguala la noche que ocurrió lo de Ayotzinapa: la fusión entre el Estado y el narco. Matar es buen negocio, la desaparición forzada es un negocio. Se lucra con el terror.