La televisión no va a salvarnos

Rabia, compartimos rabia. Y desesperanza. Como si todo el trabajo que realizamos día a día, para tratar de hacer valer las experiencias biográficas, para mostrar lo que nos hacen sufrir las condiciones de vida que nos impone el capitalismo, para gritar que la vida es un problema común y que la soledad es un virus mortal, no sirviera de nada. Como si no se escuchasen nuestros gritos. Como si no se quisieran escuchar.

¿Es tan frágil nuestra lucha que un solo programa de televisión en prime-time puede destrozar nuestros esfuerzos para combatir la hegemonía del discurso biologicista (ese que reza que nuestro sufrimiento se produce porque es un problema individual, de origen biológico, una enfermedad, para toda la vida)?

El domingo vimos el programa de televisión “Salvados”, dedicado a hablar sobre depresión y nos quedamos atónitos. No entendemos cómo un equipo de periodistas que en otras ocasiones se ha mostrado crítico con las patrañas de ciertos sistemas de poder y las complicidades más diversas, ha podido abordar un tema tan importante y delicado como la salud mental sin problematizarlo en lo más mínimo y avalando de facto la asimilación de la depresión con una enfermedad biológica, las tramposas categorías diagnósticas del DSM, la reducción de la singularidad humana a unas dudosas estadísticas, e incluso la defensa de una práctica como el electroshock. En suma: la biblia biologicista al completo, con todas las miserias que ésta ha generado y sigue generando.

O quizás sí lo entendemos, y la rabia viene porque nos sentimos un poco ingenuos por esperar algo diferente de un medio de comunicación masivo, que no deja de reflejar, a la vez que alimenta, el discurso dominante (aunque no único), por más nefasto que sea.

Abordar el tema de la salud mental tal y como se ha hecho -y con la enorme responsabilidad de una audiencia tan amplia- nos parece muy dañino. Nos hace sentir que menos de una hora de discurso hegemónico echa por tierra gran parte del trabajo de información, difusión, desestigmatización, problematización, que colectivos de personas psiquiatrizadas, profesionales de la salud mental, familiares y periodistas serios vienen, venimos, haciendo desde hace décadas. Nos preocupa que las personas que estén atravesando situaciones difíciles en este momento entiendan que la propuesta de explicación que aparece en el programa es una verdad, la única verdad,  y acaben, como muchas otras personas, demasiadas, perdidas entre fármacos de por vida, “tratamientos” coercitivos y entreguen toda su autonomía al sistema de salud mental.

Nos hemos revuelto, pero lo hemos compartido. Hemos puesto nuestra rabia en común. Somos muchas las personas que luchamos por arrebatar la hegemonía a este discurso. Y no estamos solas.

Con algo más de reposo, pensamos que, en lugar de destapar las contradicciones implícitas en el discurso hegemónico sobre el sufrimiento psíquico, como habríamos esperado, Salvados ha acabado destapando sus propias contradicciones:

¿En serio, Salvados, no teníais acceso a más información? ¿En serio no sabéis que hace años, en este país y en otros, muchas personas se están organizando precisamente para construir de forma colectiva otro discurso para contraponer a la falsa ecuación “depresión = cerebro roto”?

¿En serio no os habéis planteado contraponer al monodiscurso del psiquiatra Enric Álvarez, defensor del mantra biologicista, y al de la psicóloga Rosa Baños, que complementa el primero en el terreno psicoterapéutico sin contradecirlo en nada, la voz de otros profesionales, críticos con esta visión, que por suerte los hay, y cada vez más? ¿De verdad no os habéis sentido empujados, en calidad de periodistas, a problematizar una lectura del malestar psíquico que, como no podéis no saber, está muy lejos de estar demostrada científicamente y se encuentra cada vez más cuestionada, incluso dentro del mundo psiquiátrico?

¿En serio podéis hablar de depresión y tratamiento sin nombrar en ningún momento la industria farmacéutica y sus enormes implicaciones en la construcción del discurso hegemónico sobre el sufrimiento psíquico y en la red de poder y dinero que de él se desprende?

¿De verdad podéis escuchar e incluir en el programa aquello de “… por tener un brote de ansiedad, atarte… es muy desagradable”, sin hacer ninguna mención al extendido uso de la contención mecánica y de las luchas que se llevan a cabo, en el estado español y en otros, para ponerle fin una vez por todas?

¿En serio podéis incluir una referencia a la teoría de la transmisión genética de la depresión, que como sabréis carece de cualquier fundamento científico, sin problematizarla a través de otro discurso, otro relato?

¿De verdad al nombrar diagnósticos como el déficit de atención (con o sin hiperactividad: TDA o TDAH) no os sentís impelidos a hacer mención, al menos de pasada, a las muchas críticas que el furor diagnóstico al que asistimos hace décadas ha recibido y sigue recibiendo, y al hecho, creemos que bastante relevante, de que para varios profesionales un supuesto trastorno llamado TDAH, tratado con anfetaminas incluso en niños muy pequeños, sencillamente, no existe?

¿De verdad podéis avalar (porque al no enmarcarlas en ningún debate las estáis avalando sin más) afirmaciones como “La depresión no tiene nada que ver con la tristeza”, “No es un tema existencial”, o, parafraseando: “Morir de depresión a raíz de un suicidio es lo mismo que morirse de cáncer”?

Y por último:

¿De verdad podéis hacerle publicidad al electroshock? (tanto al clásico como a su versión más refinada e higiénica, la llamada “estimulación cerebral profunda”)

Lo repetimos: ¿De verdad podéis hacerle publicidad al electroshock?

¿De verdad?

A la vez que expresamos nuestro desconcierto por la forma acrítica y sumisa con la que se ha abordado el tema de la depresión desde el programa, queremos transmitir a los participantes “sufrientes” todo nuestro respeto y solidaridad: respeto por sus decisiones sobre sí mismos -algo totalmente personal que nadie, jamás, tiene derecho a impugnar-; respeto por su relato, auténtico y emocionante, sobre su propio malestar; respeto por las respuestas que cada uno de ellos ha encontrado, como pudo, allí donde pudo.

Apaguemos la televisión. Sigamos gritando. Tomemos otros espacios. Sigamos organizando nuestra rabia. Esto ya lo sabíamos desde hace tiempo: la televisión no va a “salvarnos”. The revolution won’t be televised.