María José Bravo del Barrio. 1980

La tarde del 8 de mayo de 1980, María José Bravo del Barrio, 16 años, va con su novio Francisco Javier Rueda por el barrio de Loyola, en la margen izquierda del río Urumea, frente a los cuarteles que albergan al Regimiento de Infantería Ligera "Tercio Viejo de Sicilia" nº 67. Están haciendo unas gestiones y hablan, quizás, del futuro. Un grupo les sale al paso. Al parecer les confunden con dos jóvenes vinculados al mundo abertzale. Golpean a Francisco Javier en la cabeza y le provocan una fractura del hueso craneal y hundimiento del parietal derecho, dejándolo sin sentido. María José correrá peor suerte. Es violada y asesinada a golpes en la cabeza. No es un acto de violencia gratuita. La violencia cotiza al alza en el mercado del terror y María José paga el precio del ser mujer. El fascismo siempre ha considerado el cuerpo de la mujer un territorio que someter, un campo en el que sembrar el miedo y hacer crecer una derrota, una humillación colectiva.

Alguien encuentra a un Francisco Javier ensangrentado y desorientado y le lleva al hospital. Pregunta por su novia, apenas recuerda nada. Encontrarán el cuerpo de María José al día siguiente. El Batallón Vasco Español reivindica el asesinato. La policía se lleva la ropa de la joven para la investigación. La ropa desaparecerá sin mayores explicaciones. No habrá investigación, ni detenidos, ni juicio, ni indemnización a la familia. El padre de María José murió poco después sumido en una profunda depresión y su novio moriría unos años más tarde arrastrando las secuelas de la agresión.

 

* Contextualización de Contrahistoria

Durante aquellos años fue habitual utilizar el cuerpo de la mujer como campo de batalla, contándose por decenas los casos de violaciones de mujeres por parte de grupos de extrema derecha, en numerosas ocasiones incluso reivindicadas. Las denuncias de carácter sexual contra detenidas en comisarías y cuarteles también se multiplican. Al menos tres oleadas al respecto sacuden a Iruña en el 78, Rentería en el 79 y la propia Donostia en el 80, demostrando que la singular forma de ataque y amedrentamiento contra las mujeres formaba parte de una estrategia. Además, en la mayor parte de los casos no hubo ninguna investigación oficial, tan solo uno de aquellos casos vio como dos guardias civiles involucrados en una de estas violaciones eran obligados a dejar el cuerpo.
Otro episodio oscuro de aquella Transición que hoy parece sigue conviniendo mantener en las sombras.