Elecciones en el estado de emergencia permanente (Francia)

Últimamente Francia está proporcionando numerosos titulares a los medios de comunicación, que nos dan la impresión de que éste está sumido en una espiral de violencia marcada por una sucesión de atentados terroristas, a cada cual más espectacular y más espantoso, protagonizados por el Islam político. Todo apunta a que el país galo seguirá estando de actualidad este año, en 2017, aunque solo sea por las elecciones presidenciales que se aproximan y en las que, como viene siendo habitual en las distintas citas electorales que están teniendo lugar en Europa en los últimos años, la extrema derecha obtendrá mucho protagonismo. Pero cabe echar de menos en esos mismos titulares algunos hechos no tan sombríos como son las numerosas luchas populares y resistencias colectivas que han florecido en dicho territorio en el mismo periodo. Baste mencionar aquí y ahora, dos de, a nuestro parecer, las más importantes: el movimiento contra la reforma laboral (Loi Travail) de la primavera pasada, y el proliferamiento como setas de las ZAD (Zonas A Defender) en defensa del territorio frente a grandes proyectos de infraestructuras1.

La preocupación por estos acontecimientos, pero también el hecho de haber entrado personalmente en contacto en el último año con algunas de las luchas mencionadas, quizás sean algunas de las principales motivaciones que nos han llevado a dar a conocer este libro por nuestros lares. Se trata en realidad de dos entrevistas a Mathieu Rigouste. La primera de ellas se realizó en octubre de 2015, destinada a ser publicada en una revista griega. La segunda data de abril de 2016 y fue realizada por Niet!éditions , quienes publicaron a su vez ambas entrevistas en formato de libro, el cual nos hemos encargado de traducir al castellano. Mathieu Rigouste se nos presenta como “un investigador independiente, muy vinculado a las luchas populares, que utiliza las ciencias sociales para dotar de herramientas a los movimientos de emancipación”. Buena parte de sus publicaciones giran en torno a la cuestión de los orígenes coloniales de las políticas securitarias. Estas entrevistas nos parecen importantes precisamente porque abordan muchos de los temas de la actualidad francesa que mencionábamos, pero interesantes sobre todo por el enfoque que adopta Mathieu en sus análisis de dicha realidad. Unos análisis que convergen en abordar el tema principal del libro como es el fenómeno del capitalismo securitario y todo lo que gira en torno a él. Aunque, ciertamente, la entrevista está centrada a la realidad específica del Estado francés, creemos que no deja de ser interesante en la medida en que toca aspectos que son globales y que, por ende, también nos conciernen: la militarización de la sociedad, el aumento del control social y la represión, el racismo institucionalizado, el perfeccionamiento del armamento y de la tecnología de vigilancia, el negocio de las cárceles y de la guerra, etc.

Sería ingenuo pensar que porque el Estado español no haya tenido tantas excusas para dar cancha abierta a toda la represión que se deriva de un "estado de emergencia" como el que hay instalado en Francia desde hace ya más de un año, estemos al margen de la militarización creciente de nuestra sociedad. El negocio de la seguridad no entiende de fronteras —aunque irónicamente invierta en ellas y las fomente— y en todos lados se está normalizando la presencia de cada vez más dispositivos tecnológicos y policiales para garantizar la seguridad ciudadana así como la habilitación de funciones civiles al cuerpo militar en lo cotidiano. Cabe señalar que dicho proceso no sucede en "reacción a", sino que es de carácter preventivo, responde a una planificación. Los responsables de esta premeditación suelen aprovechar acontecimientos más o menos inesperados, como son los atentados terroristas, que se mediatizan al exceso, para legitimar la aplicación de nuevas medidas securitarias ante el baremo de opinión democrático. En relación con ello no podemos dejar de referirnos al libro Ejércitos en las calles (Editorial Bardo, 2010) que analiza el inquietante informe Urban operations in the year 2020 de la OTAN, en el cual se explica cómo los gobiernos y sus ejércitos se están adaptando y preparando para hacer la guerra en las ciudades de su propio territorio, contra un hipotético enemigo interior. El contenido de este libro nos confirma que ese enemigo interior hace tiempo que existe, o mejor dicho, que ha sido fabricado, y que la guerra ya se está llevando a cabo. Los 10.000 militares desplegados en estos momentos en las urbes francesas son la evidencia más palpable de ello. En el caso del Estado español, cabe recordar que, desde febrero de 2010, a nivel legislativo, los militares tienen el rango de "agentes de la autoridad" en situaciones de emergencia pudiendo hacer las mismas funciones que la policía. La emergencia es susceptible de ser activada por una amplia gama de motivos; medioambientales, actos ilícitos y violentos, terrorismo…, como de hecho ocurrió en diciembre de 2010, cuando el Gobierno de Zapatero decretó el estado de alarma y los militares tomaron los aeropuertos2.

El negocio de la seguridad va viento en popa en un mundo dónde se multiplican los conflictos armados y aumenta la migración que se deriva —en gran parte— de ellos. Son muchos los que han probado y denunciado el lucro que hay detrás de la construcción y gestión de muros, fronteras, campos, prisiones, etc. Es un negocio redondo que —simplificando mucho— se resume en: vender armas para que haya guerras, las cuales provocan flujos migratorios que hay que controlar con fronteras y gestionar "humanitariamente" mediante campos militarizados, ONG y otras organizaciones de todo tipo. Movimientos de población que, por otro lado, pueden convenir según se requiera de más o menos mano de obra barata. Un negocio que se está beneficiando además de los “avances” tecnológicos de las últimas décadas. Podemos mencionar por ejemplo el proyecto de fronteras inteligentes smartborders, que consiste en la creación de un sistema de entrada/salida y de un programa de registro de viajeros. Según las palabras de algún burócrata de la UE, se trata de una iniciativa que tiene como objetivo “mejorar la gestión de las fronteras exteriores de los Estados miembros de Shengen, la lucha contra la inmigración irregular y proporcionar información sobre visado caducado, así como facilitar los cruces fronterizos para viajeros frecuentes previamente evaluados nacionales de terceros países”. En otras palabras, permeabilizar los flujos del turismo de la mercancía, sin dejar de impedir el refuerzo del control sobre los flujos de personas que no responde a perfiles tan cómodos, complacientes y rentables para el capital. Las smartborders empezaron a funcionar en 2013, pero han tomado un nuevo impulso tras los recientes ataques en París, con otros cinco nuevos Estados utilizando su programa, entre ellos España.

Se trata además de un negocio que se alimenta del vínculo entre la gestión del orden urbano, la gestión de los flujos migratorios en las fronteras y la innovación militar. Indra, una empresa semipública, se dedica al desarrollo y la venta de simuladores de escenas de conflicto bélico para militares al tiempo que lidera el sistema de smartborders y proyectos de smartcity, como por ejemplo el de la ciudad de Santander3. Simplemente con estudiar la actividad de esta multinacional española podemos hacer un recorrido desde la fabricación de guerras externas, pasando por los sistemas de contención de las migraciones y el perfeccionamiento en la gestión del orden urbano a través de las nuevas tecnologías. Es fácil ver las conexiones entre esos ámbitos, y que una sola empresa los englobe a todos con su actividad no es casualidad. Pero Indra no es una única responsable. Otras muchas empresas participan del reparto del pastel como Ferrovial Agroman, Telefónica o Atos, por poner algunos ejemplos. Los procesos de gentrificación que actualmente se están dando en gran parte de las ciudades del planeta están facilitando el control de la población a través de la mejora de la gestión urbana. Se integra al ciudadano en esa gestión y se le hace partícipe, directa o indirectamente, de la expulsión de las clases más improductivas de sus barrios. La gentrificación es otra de las caras del negocio de la seguridad. Los procesos de ingeniería de transformación barrial necesitan de dispositivos similares a los empleados en el control fronterizo. La policía aplica la contrainsurgencia como método preventivo para que esos procesos de remodelación urbana se produzcan sin altercados y, en última instancia, sale a la calle como demostración de fuerza para acallar estallidos sociales. Es cierto que no es tan fácil encontrar militares armados hasta los dientes con total naturalidad por las calles Barcelona, Madrid o Santander como sí lo es en las de Burdeos, Calais o Lyon. Tampoco nos atreveríamos a decir que existen aquí "endo-colonias" tan herméticas y reacias a la presencia policial y la intervención del Estado, como son las banlieues, con varias generaciones de hijos de migrantes que se suceden en ellas. Las diferencias se entienden si tenemos en cuenta las distintas trayectorias históricas y culturales. Sin embargo, aquí y allí, la creciente militarización y las posibilidades de negocio para la industria securitaria son parecidas.

En el Estado español, el conflicto social tampoco tiene la envergadura de sucesos como la revuelta de los banlieusards de 2005 o las Zonas a Defender (ZAD)4. Ni la realidad de un campamento de refugiados al margen de la tutela institucional, como el recientemente desalojado en Calais, popularmente conocido como "la jungla". Quizás por ello, de momento existen menos pretextos para desarrollar tácticas de contrainsurgencia a nivel interno como las que se están dando en el país vecino. Caso aparte el de Euskal Herria, territorio convertido desde hace décadas en zona de excepción y dónde las fuerzas represivas se han empleado a fondo. El caso reciente de Altsasua nos demuestra que la Guardia Civil todavía tiene los medios para sitiar literalmente un pueblo de un día para otro y, peor aún, que la ciudadanía lo aplauda fervientemente. Sin embargo, en los últimos tiempos hemos visto cómo, habiendo desaparecido ETA, los cuerpos de policía y el aparato jurídico-político del Estado, contando con la fiel complicidad de los medios de comunicación, han redirigido sus labores a fabricar y neutralizar otro tipo de enemigo interior, ya sean titiriteros, tuiteros o "peligrosos" anarco-terroristas. Recordamos también cómo se han sucedido en los últimos años una serie de operaciones policiales en las que más de cincuenta personas han sido detenidas y algunas encarceladas preventinamente bajo toda una serie de acusaciones más o menos rocambolescas, todas ellas relacionadas con el movimiento libertario. En realidad, estas operaciones, aparte de que sirven para reprimir y acallar a las pocas personas que todavía se rebelan, son un medio para transmitir miedo e inseguridad a la población. El fin último es poder vender con facilidad la prevención y que la gente pida a gritos más seguridad y más control.

Pero el gran enemigo de nuestros tiempos es sin duda el islamista, que tiene además la característica de servir a las autoridades tanto de enemigo interior como de enemigo exterior. Basta con cruzar en autostop Francia para encontrar algo común entre todos los conductores y pasajeros de los automóviles dispuestos a parar y recogerte. Es el miedo a la figura del fundamentalista islámico. “En estos tiempos es raro que la gente pare para recoger a autoestopistas..., hay mucha desconfianza” suelen decir. Bajo el estado de emergencia, la paranoia, la desconfianza y el miedo están a la orden del día. Un estado de ánimo que responde a los sucesivos atentados pero que también ha sido inculcado intencionalmente desde el poder y desde los medios de comunicación a la sociedad francesa. Miedo al extranjero, al migrante de barrio, al joven encapuchado, miedo a todo aquello que tenga que ver con lo musulmán o lo árabe. Un miedo que es utilizado por el Estado para lanzar sus invasiones militares fuera de sus fronteras, en África y Asia, y proteger los intereses de las corporaciones francesas. Un miedo que es utilizado dentro de las fronteras para reforzar el aparato represivo del Estado, para perfeccionar la maquinaria de vigilancia y control de la sociedad. Un miedo al que se apela para justificar y legitimar las expulsiones de los migrantes de sus campamentos en Calais, al tiempo que se construyen campos de concentración militarizados destinados a "acoger" a los refugiados y se cierran fronteras.

La islamofobia está englobada en el racismo institucional, que es otro de los aspectos estrechamente relacionados con el negocio de la seguridad. Este se materializa en los CIE, las leyes de extranjería, las redadas racistas, las deportaciones, así como en los nuevos "campos de desradicalización" que están empezando a surgir en territorio francés. El racismo social, por su parte, es una consecuencia del racismo institucional. Éste ni mucho menos apareció con la crisis, como algunos análisis progresistas señalan, sino que siempre estuvo ahí (en los bares, en los centros educativos, en la cola del paro, en las calles, en las noticias…). Lo que sucede es que, en tiempos en los que cada vez más personas se ven excluidas forzosamente del trabajo asalariado, el discurso racista de a pie, latente siempre, se ve más legitimado y emerge con más fuerza. Se encuentra en la persona migrante un chivo expiatorio. En tiempos de (falsa) bonanza económica, el migrante todavía tenía la posibilidad de ser respetado, siempre que tuviese un empleo y tragase sin rechistar con las condiciones que le están reservadas. El racismo se manifestaba así a través de la apertura de las fronteras a una mano de obra barata y servicial destinada a realizar los peores trabajos. Ese racismo ya no tiene el mismo espacio. Su carácter condicional, chantajista, políticamente correcto, cínico y paternalista se ha echado a un lado para dar paso a otro de carácter más directo, agresivo y explícito. El que antes era tolerado se nos presenta ahora como alguien que viene de fuera y no se integra, parásito de ayudas sociales y criminal. Pasa a ser parte del enemigo interior al que hay que combatir. La otra cara de la moneda la forman aquellos que se encuentran al otro lado de los muros y las alambradas y que están amenazando con cruzarlas. La llegada de migrantes es una amenaza que se equipara casi a las hordas de los bárbaros que, de acuerdo con el imaginario popular, acabaron con el Imperio Romano. Así, que no nos extrañe que haya periodistas que no se sonrojen al escribir cosas como “30.000 inmigrantes aguardan en Marruecos para saltar a Ceuta y Melilla”5.

Otra de las consecuencias de todo ello tiene que ver con el auge de la extrema derecha y de la violencia racista. Podemos poner algunos ejemplos como el ataque a la mezquita de Zabalgama en Vitoria por parte de unos nazis, o el ataque a la mezquita de la M30 en Madrid, donde los nazis de Hogar Social Madrid lanzaron bengalas y botes de humo. Unas acciones que no serían tan preocupantes si no tuviéramos la impresión de que, a pesar de tener como autoría a cuatro desgraciados, tienen un respaldo social mayor del que pensamos. Si nos fijamos en el camino que han tomado otros países, la violencia fascista deja de ser anecdótica: los asesinatos de Amanecer Dorado en Grecia, los cócteles molotov lanzados a viviendas de migrantes en Francia, las barricadas en territorio italiano para impedir el paso de autobuses con personas refugiadas, la creación en Polonia de patrullas paramilitares para custodiar la actividad social de los barrios… Por no hablar del ascenso electoral de partidos de extrema derecha de todo tipo en numerosos países como Hungría, Austria, Holanda, Grecia, Alemania, etc. Desde el establishment se nos dice “¡cuidado, qué viene el lobo!", pero se les olvida rápidamente recordar cómo y quiénes han creado las condiciones idóneas para la llegada de ese lobo. En cualquier caso, parece que la única estrategia que se le ocurre a los partidos tradicionales para evitar dicha amenaza —léase amenaza para sus intereses, es decir, perder escaños y cuotas de poder— es endurecer su discurso racista y adoptar nuevas medidas de control y represión. Sea cual sea el camino que tome este proceso del auge de la extrema derecha, parece que llegan buenos tiempos para la industria de la seguridad. Mientras tanto, vemos que desde los Estados Unidos ya está llegando un nuevo encargo de muro… ¡Jugosos beneficios!

Todas estas cuestiones que hemos abordado, y otras tantas que se nos quedan en la cabeza, nos han sido inspiradas por la lectura de las entrevistas que siguen a continuación. Una inspiración que se ha visto alimentada de otras lecturas, vivencias y experiencias personales. Este prologo puede aparecer ante el lector como una sucesión de confusas y pesimistas ideas, y quizás tenga algo de eso. Pero también tiene una parte de desahogo. Hemos aprovechado este espacio para expresar lo que pensamos sobre algunas de las injusticias actuales que se dan en el mundo, para evidenciar la existencia de esas injusticias y para mostrar quiénes son los que las causan. Si el miedo es el motor del negocio de la seguridad, el miedo es también lo que nos ha motivado a expresarnos. Tenemos miedo a que nuestros barrios se llenen de cámaras de vigilancia, miedo cada vez que nos cruzamos con un coche de policía y miedo a la propaganda nazi que infesta las calles. Pero sobre todo, tenemos miedo a permanecer pasivos ante todo ello, a no plantarle cara a ese feo mundo. Existe una salida, o por lo menos un intento de salida, que pasa por el camino de las resistencias colectivas que citábamos al principio. Por esas y por la de otras tantas que se están dando a lo largo y ancho del globo y las cuales, si escarbamos un poco, podemos tomarlas como fuentes de inspiración. No queremos decir con ello que haya que copiar literalmente procesos emancipatorios como el de Rojava, el de los pueblos indígenas de México, o el de los habitantes de la ZAD de Notre-Dame-des-Landes. Pero sí inspirarnos en sus principios: igualdad, libertad, autonomía, organización horizontal, apoyo mutuo, solidaridad, respeto a la tierra y a todos sus habitantes,entre otros, y tratar de convertirlos en realidad allá donde vayamos.

Santander, enero de 2017

1 Para más información sobre las Zonas A Defender, véase el libro Collectif Mauvaise Troupe: Defender la ZAD, Constellations, 2016. y el fanzine ¿Qué es la ZAD? disponible en zad.nadir.org

2 Sobre este tema, recomendamos la lectura del fanzine Ellos están en guerra ¿Y nosotros? de Moishe Shpindler.

3 Sobre la smartcity véase Jordi Borja: Smart cities, negocio, poder y ciudadanía, 7 de septiembre de 2015.

4 La revuelta francesa de 2005 es narrada y analizada en el fanzine de Gavroche: La revuelta de los banlieusards, y en el libro de Alèssi Dell´Umbria: ¿Chusma? A propósito de la quiebra del vínculo social, el final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia y sus últimas manifestaciones, Pepitas de calabaza, 2009.

5 Portada de El País del 16 de febrero de 2014.