Class Dojo: ¿El Gran Hermano en las aulas?

"Tenía usted que vivir –y en esto el hábito se convertía en un instinto– con la seguridad de que cualquier sonido emitido por usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movimientos serían observados". Y retransmitidos, le faltó añadir a Orwell. Durante años hemos sentido escalofríos al leer las páginas de 1984, creyendo que mirábamos por el retrovisor la distopía de aquella Europa asolada por los totalitarismos.
La asfixia de la vigilancia continua ha dejado también su huella en mil y un relatos escolares que recogen, casi siempre desde el dolor, el testimonio de quienes sufrieron en sus propias carnes los estragos de una pelea constante por hacerse con el favor del maestro, por acercarse a los primeros puestos de la clase, por recibir algún premio o escapar a los castigos. Tiempos de miedo y obediencia, de silencios cómplices y rebeldías violentas. Cuántas veces la frustración y la rabia acababan por cebarse con aquellos o aquellas que resultaban ser los favoritos, aunque fuera a su pesar.
Inevitable este doble recuerdo al tener noticia de una exitosa aplicación que triunfa en EE UU. Uno de cada tres colegios utiliza allí la aplicación Class Dojo según el New York Times. La cifra podría ser mayor: uno de cada dos, según la propia empresa. Recientemente hemos tenido noticia de que Class Dojo se está extendiendo como la pólvora –sin asomo de voces críticas– también en España.
¿Qué es Class Dojo? Veamos lo que reza su publicidad: "Class Dojo ayuda a los profesores a mejorar la conducta en sus aulas rápida y fácilmente." ¿Cómo? Basta con crear un grupo clase y listar conductas: las buenas y las malas. Las primeras permiten sumar positivos; las segundas, negativos. Los positivos se canjean por recompensas. Y hay un diploma para el mejor. Así, se nos asegura, los estudiantes se motivan. La vieja pedagogía del palo y la zanahoria revestida del brillo de las tabletas. "Aulas más felices", concluyen.
Lo alarmante no es tanto que las empresas del sector estén aguzando el ingenio para ver cómo sacar tajada de un mercado –el de la educación– que se adivina tan lucrativo como el de la venta de armas. Lo sobrecogedor es que les estemos comprando semejante munición. Una munición que dispara al corazón mismo de lo que entendemos debiera ser el proceso educativo. Ya no hace falta conocer a los chavales, dialogar con ellos, saber qué problemas biográficos o académicos llevan a cuestas y estudiar cómo se les puede echar una mano. Este método es mucho más expeditivo: si no cumplen con las normas se les penaliza. Ya se encargarán ellos solitos de enmendarse.
El escenario, sin duda, es propicio: la masificación de las aulas, el aumento de la carga lectiva de los docentes, la sobrecarga de los programas, etc. dificulta extraordinariamente hacer el seguimiento individual que cada chico o chica requiere; dificulta también la creación de un clima afectivo y de respeto que favorezca los aprendizajes que realmente importan; imposibilita la búsqueda de alternativas a los modelos tradicionales de evaluar, tan centrados siempre en la calificación individual.
Aplicaciones como esta lavan la conciencia de los docentes y, mucho nos tememos, también de las familias. Padres y madres ahogados en unos horarios laborales que no les dejan respiro; padres y madres que del colegio o instituto apenas conocen otra cosa que el volumen de los deberes o las fechas de los exámenes. Sin tiempo ni oportunidades para charlar con calma con los profes, sin tiempos ni fuerzas a veces siquiera para conversar con sus hijos e hijas, necesitan creer que con tener acceso a estos informes "estarán al corriente." Y en vez de unirnos para cambiar unas condiciones que en el adentro y en el afuera nos convierten en autómatas rehenes de consignas ajenas, acabamos por sucumbir al espejismo tecnológico.
Espejismo magníficado porque aparece vinculado en los buscadores de internet a términos como "innovación", "gamificación" (esto es, aplicación del juego a contextos no lúdicos), e incluso a "protagonismo activo del alumnado". Un protagonismo perverso por cuanto se limita a la posibilidad que niños y niñas tienen de elegir su avatar –un monstruo de vivos colores– y, en el ¿mejor? de los casos, a participar en la selección de conductas premiadas o penalizadas, creando así una ilusión de democracia que no es sino domesticación consentida y entusiasta.
Una alarma más. No sabemos qué se hará con esos registros, con unos informes individualizados que dibujan una fotografía más que precisa de los hábitos y conductas de cada uno de los estudiantes, refractados por el particular prisma de su profesor. Y es que aunque la empresa se compromete a no vender los datos, sí reconoce que "podrán mostrar anuncios a los usuarios basados en parte en la información de su identificación personal”. La doble distopía del siglo XX –el control absoluto y el entretenimiento perpetuo–, pasados por el filtro del capitalismo más voraz.
El desembarco de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en las escuelas tiene, sin duda, mucho bueno que aportar. Pero necesitamos hoy más que nunca de unos educadores –docentes y familias– que se pregunten acerca del horizonte al que apuntan unas herramientas u otras. Y esta no nos gusta un pelo.
Extraído del Periódico Diagonal