Las puertas del Cabildo de arriba: el vértigo del ladrillo

El Cabildo de Arriba es un laberinto de puertas cerradas que dan a solares tapiados, una sucesión de vacíos y silencios, de inquilinos que se fueron y propietarios ilocalizables pese a que muchos de ellos sean tan pocos. Te asomas a un escaparate de un antiguo comercio, lo que fue el bajo de un inmueble y a través de los cristales rotos te asomas a un solar vallado, lleno de maleza, y sientes la misma sensación que a pocos metros de un acantilado sin vistas bonitas. Es el vértigo del ladrillo.

De pequeño, el nombre de esa zona daba miedo. Era un sitio que asociabas a delincuencia, había medios que hasta lo llamaban el “barrio chino”. Era una calle en la que los geógrafos dicen que se da una “especialización funcional” que, en este caso, era la función del sexo.

Existe una explicación, que me dio una vez la persona que más sabe de Santander, nacido en el Cabildo, el historiador y escritor José Ramón Saiz Viadero: en la zona había una vieja cárcel y las mujeres de los presos se desplazaban cerca de sus maridos, y el rechazo social les llevaba a trabajar en lo prácticamente único en lo que podían trabajar.

Y aunque algún amigo acabó allí tras una larga noche, ya nada es lo que era y se puede andar por allí, mirando los rótulos que ahora son retro de bares como el ‘Sube o baja’ y ‘Las muñecas’.

Vacíos, tapiados y sin uso, porque la “especialización funcional” se fue desplazando, se les vinieron encima los años y la competencia, y hoy quienes todavía viven allí son mujeres mayores, tienen perros que se asustan de peluches y van al bar de al lado a ver la novela. Están en casa y cuando el dueño ve que hay gente de fuera del barrio les pide que bajen el tono, que hay visita.

La primera vez que fui al Parlamento de Cantabria (que está de camino, casi al lado), estando de prácticas a cubrir un pleno que de aquella me parecía súper importante, atajé por la calle San Pedro. Aceleré el paso y miré de reojo a la esquina.

No pasó nada porque ese no era el problema del Cabildo. No de los que iban de paso, ni de los que vivían, que sí que tenían que sufrir otros problemas de convivencia. Plazas oscuras, jeringuillas, ruido de noche. Pero hubo un momento en que esos problemas de convivencia se trasladaron a los edificios. En los pisos en los que no vivía nada se oían ruidos de pasos y puertas abiertas. Los grandes propietarios no hacían reparaciones en las viviendas.

Hace más de diez, incluso más de quince años, que recorrí el Cabildo de Arriba acompañado de vecinos. La asociación comenzó a moverse y a intentar que los medios conociéramos su barrio. Recorrimos con las cámaras de la tele local en la que trabaja entonces –propiedad de un constructor en plena era de la burbuja–. Estaba sucio, había yonkis, había solares abandonados en los que se mezclaban maleza y basuras. Yo mismo no le di importancia. Todavía no se hablaba de gentrificación, quedaba tiempo para que se usara el término mobbing inmobiliario. No había pasado Marbella, ni la crisis, ni la explosión de pensamiento crítico que fue el 15M no habíamos aprendido a pensar mal de todo por la explosión de la corrupción. Y por eso solo veía suciedad, abandono, pero no nos preguntábamos quién estaba comprando solares, quién se iba a beneficiar de todo ese bosque de cráteres.

“Les van a caer las piedras al Ayuntamiento”. La frase, muy expresiva, la dijo la presidenta de la asociación de vecinos del Cabildo de Arriba. Fue una directiva cañera. Montaron una manifestación extra muros el año en que se conmemoraba el 250 aniversario de la declaración de Santander como ciudad. “250 años de abandono”, con el logo de la conmemoración. Pero consiguieron que se callaran. De hecho, siempre pareció que todos los esfuerzos iban dirigidos en ese sentido.

El día que se cayó el Cabildo yo no trabajaba. Otros sí.  Podría contar anécdotas de que era mi primera guardia en la agencia y sonaron los teléfonos de golpe y las vueltas que da la vida después, pero no era yo. Fue el derrumbe de un edificio como consecuencia de las obras en el de al lado, con licencia de obra menor pero que se convirtió en una remodelación total, muy agresiva y sin las medidas adecuadas. Fallecieron tres personas. Recuerdo que hubo noticias en prensa que señalaron a las víctimas. Tiempo después, cuando los focos se apartaron, reconstruí aquella noche con sus familiares, la angustia que pasaron porque hubo momentos en que se hablaba de una cuarta victima. Y las secuelas que sufrieron durante años.

A partir de ahí, empezó su Máster en Urbanismo. Se aprobaron planes sucesivos de rehabilitación, proyectos de plazas, de ascensores, infografías, en una sopa de letras (ARI, ARU, ARCU…) que se fue atascando en la burocracia, y al final, lo más concreto que quedó fue un cambio de aceras que acabó haciendo la empresa de siempre, y un par de proyectos privados que aspiraban a dinero público por levantar sus beneficios sobre los restos del abandono.

-“Ya. Tú en lo que eres especialista es en el Cabildo”. Eso me lo dijeron una vez, desde las cercanías del poder, a modo de reproche porque alguien consideraba que contribuía a que salieran demasiadas informaciones sobre este barrio. Yo siempre pensaba que eran demasiado pocas. Y realmente lo fueron.

-Recuerdo que quería contarlo. Cuando te caes por los barrancos gritas. Pero en el Cabildo, se produjo el derrumbe y al problema del vacío se le sumó el problema del silencio.

El silencio tiene muchos caminos. Uno de ellos es la hostilidad del poder. Recuerdo que un político de la oposición, tras el derrumbe, entonó un mea culpa, suyo y colectivo, por el abandono del Cabildo, y fue recibido con una desproporcionada reacción desde el equipo de Gobierno del PP, acusándole de pretender aprovechar políticamente una tragedia. Desde el primer momento anunciaron que se personarían como acusación en el proceso judicial. Cuando eres parte de un proceso, accedes al sumario y puedes leerlo. Pero luego llegó el juicio y no estuvieron como acusación. Estuvieron solos las víctimas y la asociación, sin ninguna institución que les respaldara. Hubo silencios clamorosos, como el de una asociación vecinal que pasó de ser muy combativa a estar muy callada, por una política municipal de palo y zanahoria que hizo que en el peor momento del barrio no hubiera reivindicación. Y está el silencio de la intimidación: cuando otra presidenta de la asociación de vecinos subió el tono de voz, presentó escritos y pidió reuniones, recibió en su negocio particular, el kiosco del barrio, la visita del poder, con sus escoltas y parafernalia. Dimitió.

Tal vez el peor fuera el silencio de los medios. Te lo decían los vecinos por el barrio –porque cuando vas al Parlamento pasas por el barrio y te asalta el mundo real– que no salían. El tema nunca estuvo en la agenda. Por eso había que cambiar la agenda.

Tuvieron que pasar más años, más víctimas del urbanismo –porque hay que decirlo así, víctimas del urbanismo–, el regreso a las calles y una ciénaga de corrupción para que el urbanismo empezara a asomarse al primer plano, para que nos empezáramos a plantear que si hay víctimas es que hay beneficiarios y que si alguien pierde, es porque alguien gana. Porque si algo aprendimos en el Cabildo, es que lo que tú haces tiene consecuencias sobre tus vecinos.

(Extracto de ‘Expulsados. Santander, la transición urbanística pendiente’, libro sobre las víctimas del urbanismo. Puedes apoyarlo aquí)