Perspectivas de la Noviolencia ante el nuevo milenio

Capítulo 20 de “Breve historia de la Noviolencia”, Jesús Castañar Pérez.

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Hay que señalar que en los años ochenta, cuando los objetores españoles empezaban a lanzar sus campañas de desobediencia civil, en el mundo abundaban los movimientos noviolentos. En Argentina las Madres de la Plaza de Mayo luchaban contra los militares y su herencia, en Chile un movimiento ciudadano lograba derrocar a Pinochet, en diferentes países Brigadas Internacionales de Paz ponían en marcha programas de acompañamientos a defensores de derechos humanos, amenazados por paramilitares o guerrillas; en Palestina la Primera Intifada, inspirada por Mubarak Awad, fundador de Nonviolence International y basada en acciones de desobediencia civil, abría paso a un periodo de esperanza que alimentaban también objetores y activistas israelíes; en Latinoamérica algunos indígenas paeces colombianos fundaban el Comité Indígena Regional del Cauca, CRIC, que influiría notablemente que los indígenas abandonaran la lucha armada y apostaban por la noviolencia; el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra MST en Brasil ocupaba tierras; en Filipinas la acción llamada Poder Popular “People Power” derrocaba al dictador Ferdinand Marcos (aunque el mismo tipo de acción fracasaba en China un año después en la plaza de Tiananmen); en Myanmar (Birmania) Aung San Suu Kyi lideraba un movimiento contra la Junta Militar y movimientos como Solidaridad en Polonia ponían en jaque al bloque comunista, que finalmente caía en 1989.

En la década de los noventa, cuando los objetores del MOC se transformaron en insumisos y se vivía unos años de transición a veces llamados de “posguerra fría”, empezaron a surgir comunidades rurales noviolentas en muchas zonas de conflicto de Colombia, Uganda, Mozambique o Filipinas, a la par que en mitad del conflicto Yugoslavo se creaba un amplio movimiento antiguerra, liderado por las Mujeres de Negro de Belgrado, y poco después de la guerra surgía un movimiento noviolento independentista noviolento en Kosovo (aunque finalmente acabaría controlado por el brazo armado ELK) y una acción popular logró derrocar a Milosevic en Serbia. Con el cambio de milenio se reactivaría de nuevo la Intifada palestina, en la que la intensificación de la violencia de la ocupación ha generado nuevas formas de acción noviolenta por parte de organizaciones palestinas, israelíes e internacionales. Igualmente en Europa Oriental las llamadas Revoluciones de Colores acabarían con los excesos autoritarios de los dirigentes de algunas ex-repúblicas soviéticas.

Pero lo más preponderante de la entrada del siglo XXI ha sido el cambio en el horizonte político surgido tras el atentado del 11- S, en 2001, que ha posibilitado un nuevo paradigma en el ámbito de las relaciones internacionales, agotado el del enfrentamiento en bloques de la Guerra Fría. A este paradigma se le podría denominar como de “guerra contra el terrorismo” por la preponderancia de la guerra asimétrica en la legitimación de la política exterior militar de las grandes potencias del Norte. Estas siguen defendiendo sus intereses económicos mediante la consolidación de relaciones comerciales asimétricas en las que cobran mayor importancia las operaciones militares bajo bandera de la ONU o de la OTAN con dos excusas de difícil credibilidad: garantizar la seguridad interna, y llevar ayuda humanitaria. De esta manera se trata de cambiar la imagen del ejército para que se olvide que, desde un punto de vista social, esta institución es un pozo sin fondo en el que se malversan porcentajes muy amplios de los PIBs nacionales que luego, en realidad, no se emplean para esas supuestas misiones benignas con las que se justifican (sin ir más lejos, en el ejército español esta sólo ascienden a un 1% de su presupuesto), sino para otorgar contratos con fabricantes y comerciantes de armas que se enriquecen en las sombras con el dinero público de los países que se creen democratizados y superiores a aquellos otros a los que llevan la civilización.

Así pues, con la creación del enemigo “terrorista” se crean las sensaciones de inseguridad que legitiman políticas de seguridad pública absurdas que reparten contratos entre un círculo reducido cada vez más ansioso de poder. En el otro lado, grupos armados que pretenden ganar apoyo público entre los desposeídos del sistema atentando contra los poderosos porque, en realidad, no cuentan con el consenso suficiente para movilizar toda una población contra ellos. Ambos antagonistas se necesitan mutuamente para legitimar sus propias estructuras de poder, que en ambos casos se orientan hacia sus propios intereses, muy lejos de la refinada retórica que legitima la violencia que ejercen desde ambas partes.

En este contexto, los movimientos noviolentos, se configuran como la única fuerza capaz de romper esta dinámica al establecer formas de acción política que crean cauces de participación horizontal que tienen en cuenta aspectos tanto instrumentales como simbólicos de la acción social. En el caso de los movimientos pequeños, éstos no tendrán el mismo impacto mediático inicial que los movimientos que optan por la lucha armada (eufemismo de izquierdas para encubrir la realidad del asesinato), pero merced al uso de las nuevas tecnologías de la comunicación pueden establecer redes de apoyo mutuo a nivel global. Por poner un ejemplo, un grupo de campesinos de cualquier país del Sur que opte por la elaboración de proyectos de vida noviolentos pueden recibir apoyo de grupos ecologistas, pacifistas, indigenistas, antifascistas, solidarios o feministas del otro lado del mundo, crear foros para compartir experiencias y estrategias con movimientos similares de su continente y, sobre todo, lanzar su mensaje hacia el poder opresor contra el que se enfrentan dotándose de un poder de negociación equiparable a su firmeza en la lucha por la justicia (y no a la capacidad de ejercer la violencia). Lógicamente, los poderosos tratarán de deslegitimar estos movimientos, criminalizándolos en cuanto les sea posible, convirtiéndolos en terroristas ante la opinión pública cuando las leyes que ellos mismos dictan se lo permita, como está pasando ya en Colombia o Palestina, donde se ensayan formas cada vez más perversas de “guerra contra el terrorismo” que serán exportadas al resto del mundo cuando los miedos inventados lo permitan.

Igualmente la insurgencia, en forma de milicias, guerrillas, comandos o cédulas, se enfrentará a estos movimientos, que les roban legitimidad y compiten por el apoyo de las masas, sin el que no pueden funcionar en última instancia. El contexto de cada conflicto marcará el tipo de relación existente entre grupos armados insurgentes y grupos noviolentos. Si se sigue el modelo colombiano, en el que las FARC o el ELN no han dudado en asesinar líderes campesinos, podemos encontrar un escenario en el que la lucha noviolenta se desvincule totalmente de las luchas armadas y sufra igualmente la represión de estas. Si se sigue el modelo palestino, en el que la población articula movimientos paralelos a la lucha armada, tendremos un escenario en la que ésta sufrirá las consecuencias de la represión colectiva por las acciones violentas de varios grupos armados. Ninguno de los caminos es fácil.

Por lo tanto, las estrategias de movimientos noviolentos, en cualquier caso, dependerán en buena medida de las circunstancias especiales de cada lugar, pero, en general, se puede decir que, dados los medios actuales, estos podrán llegar a controlar los factores instrumentales y simbólicos por ellos controlables. De igual modo, los estados y estructuras de poder a la que estos se enfrentan podrán controlar los factores instrumentales y simbólicos a su disposición. Si ambos actores juegan sus cartas acertadamente nunca podrán derrotarse mutuamente y el conflictos se alargará en el tiempo, hasta que se visibilice claramente quién emplea y quien no emplea la violencia, factor que podrá hacer cambiar la posición de terceras partes presentes en el conflicto. De este modo, es probable en estos casos el problema pase a plantearse en el ámbito de las alianzas internacionales, donde a largo plazo saldrán a la luz las intenciones ocultas de los implicados y las redes de apoyo establecidas hagan cambiar la política de alianzas.

Si queremos ser optimistas podemos pensar que, dado que los ciudadanos tienen ya los medios legítimos y efectivos para luchar contra la tiranía, esta tiene los días contados, tan sólo faltaría saber si son años, decenas, siglos o milenios lo que tardan en caer, pues esto dependerá de la capacidad de los movimientos para organizarse Si queremos ser pesimistas, podemos pensar que la necesidad de amplios consensos sociales necesarios para poder poner en marcha proyectos noviolentos de tal envergadura que puedan realmente cambiar el sistema son imposibilitados por la fuerza del paradigma dominante, dotado de herramientas para silenciar disidencias.. Sabemos que las sociedades posmodernas anulan la capacidad de movilización de sus ciudadanos, conformes con votar a aquellos que les aseguren más parte del pastel, pero nadie sabe hacia donde pueden evolucionar las tendencias de la cultura política del futuro. Desde luego, los medios ya están a nuestro alcance y es una cuestión de carácter personal el creer que se abre una nueva era más optimista o no. Yo prefiero pensar que sí, eso me permite continuar la lucha con más ánimo.