La Desobediencia Civil después de la Segunda Guerra Mundial

Capítulo 16 de “Breve historia de la Noviolencia”, Jesús Castañar Pérez.

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Después de la Segunda Guerra Mundial, ya en los años 50 y 60, se vivieron importantes campañas noviolentas en diferentes partes del mundo, como las campañas por los derechos civiles de los afroamericanos llevadas a cabo por Martin Luther King en los Estados Unidos o por las de mejora de condiciones laborales de los latinos por el chicano Cesar Chávez en el mismo país, o por las mejoras sociales por Danilo Dolci en Sicilia o Saul Alinsky en Estados Unidos, o la teoría de la liberación noviolenta de Adolfo Pérez Esquivel en Latinoamérica, la fracasada campaña contra la discriminación tamil de Chelvanayakam en la entonces llamada Ceilán y ahora Sri Lanka, o por la independencia de Zambia por Kenneth Kaunda y la de Ghana por Kwane Nkrumah.

De todas estas acciones, aunque la mayoría de ellas exitosas y capaces de transformar profundamente las realidades en las que se llevaron a cabo, las campañas impulsadas por el Movimiento de Derechos Civiles de Martin Luther King, son sin duda las más conocidas, como por ejemplo el boicot a los autobuses por segregación racista en los asientos en Montgomery, la Marcha sobre Washintong por el Trabajo y la Libertad (1963) (en la cual King pronunció el famoso discurso “I have a Dream”) que culminaron en la promulgación de la Ley de los Derechos Civiles y Ley del Derecho al Voto. Hay que decir, no obstante, que no es tan conocida la aportación que realizó a la teoría de la acción noviolenta, más concretamente en el campo de la acción directa noviolenta. King más que un teórico fue un habilísimo orador, acostumbrado al púlpito de las iglesias protestantes, y sus aportaciones teóricas derivan de la necesidad de legitimar sus campañas noviolentas. El pastor afroamericano entendía la acción directa noviolenta como una forma de forzar la negociación cuando el oponente, situado en una posición de poder, se niega a ello. Este planteamiento renovó el planteamiento que de la acción noviolenta se había hecho desde movimientos sociales, pues se había usado este método desde que las sufragistas popularizaran la resistencia pasiva, y sirvió para que se usara en masa como pequeñas y puntuales formas de desobediencia civil al alcance de cualquier movimiento. La firmeza en los principios de King y sus motivaciones religiosas hace que deba de ser ubicado dentro de la corriente holística, con posturas muy cercanas a las de Gandhi o Tolstoi. El éxito de su movimiento sacando a la luz las contradicciones sociales en el país que lideraba el bloque capitalista, su brillantez mediática y lo tristemente sonado de su asesinato dieron a su pensamiento la suficiente resonancia como para eclipsar al resto de figuras arriba mencionadas, así como para inspirar nuevos movimientos noviolentos.

También en esos años, en la Argelia de 1961, por entonces todavía colonia francesa, varios generales iniciaron un golpe de Estado para protestar contra las negociaciones que con los independentistas estaba entablando el presidente De Gaulle. La respuesta de no colaboración que obtuvieron por parte de la población francesa llevó al fracaso de los militares y encauzó el camino de la independencia argelina. Años más tarde en la soviética Europa del Este, se vivió un claro ejemplo de efectividad noviolenta: la resistencia de la sociedad checoslovaca a la invasión soviética, en la llamada Primavera de Praga en 1968. En esta acción de resistencia espontánea se idearon muchos trucos de picaresca (como cambiar las direcciones de los carteles indicadores para confundir al invasor) que entorpecieron sino imposibilitaron al ejército rojo cumplir sus objetivos, pero fracasó por la rendición de los líderes políticos checos retenidos en Moscú, que pidieron a los y las activistas que cesaran las movilizaciones. Igualmente en los años setenta, aunque eclipsado mediáticamente por el terrorismo guerrillero de la OLP, en Palestina se fue fraguando un sistema de resistencia noviolenta basado en el concepto de “sumud”, firmeza que supondría la base para la posterior masificación de la misma durante la Primera Intifada en los ochenta.

En Occidente, en cambio, en plena Guerra Fría, fueron las campañas contra las armas nucleares y la oposición a la guerra de Vietnam en los Estados Unidos las iniciativas que volvieron a sacar a la luz pública el debate sobre la legitimidad de la desobediencia civil y la acción noviolenta, sobre todo tras la extensión de su uso merced al éxito político de Martin Luther King y la gran resonancia que alcanzó. De este modo se redefinió el concepto debido a los esfuerzos por legitimar estas campañas en las que participaron muchas veces intelectuales de la talla de Bertrand Russell (ya anciano), Erich Fromm, Noam Chomsky, Howard Zinn, Edward Palmer Thompson o Peter Singer. Bertrand Russell como hemos visto, ya había apoyado la objeción de conciencia durante la Primera Guerra Mundial, y volvió al activismo pacifista mediante acciones y campañas antinucleares tras la Segunda (volvió a pisar la cárcel con más de ochenta años). El historiador E.P Thompson fundó junto a Russel la Campaña por el Desarme Nuclear (CND) y con su concepto de “exterminismo” describió perfectamente la paranoia de la época de Guerra Fría en la que vivía. El psicólogo Eric Fromm, el historiador Howard Zinn y el lingüista Noam Chomsky, todos de conocido renombre en sus respectivos campos, apoyaron a los objetores de conciencia y acciones del movimiento contra la guerra de Vietnam en los Estados Unidos, mientras que el biólogo Peter Singer participó desde el movimiento de liberación animal. A la vez, Greenpeace, fundada en Vancouver, Canadá, en 1971, empezaba a hacer espectaculares acciones directas noviolentas renovando por completo el movimiento ecologista e inspirando nuevas formas de acción a todos los movimientos sociales.

Se vivía, por tanto, una redefinición continua del concepto mismo de desobediencia civil para incluir o excluir las diferentes acciones que estos y otros movimientos iban haciendo en su praxis política. Ya nos se discutía por tanto sobre la legitimidad o no de la desobediencia civil, sino que se había llegado ya al consenso tácito de que la desobediencia civil era una forma legítima de acción ciudadana, lo que hacía que el debata se trasladara consecuentemente a la consideración de sí ciertas formas de acción directa noviolenta que implicaban desobediencia se podían considerar o no como desobediencia civil, con la idea de saber si eran legítimas o no. De este modo el concepto desobediencia civil pasó a discutirse ya no sólo entre activistas que buscaban la legitimación de sus actos de desobediencia, sino entre teóricos que integraban el concepto dentro de sus teorías de la democracia.

El primero en establecer una definición académica fue Bedau en 196153, pero fue principalmente a través de John Rawls54 y Junger Habermas55 con los que el concepto se dotó de legitimidad académica al incluirlo ambos en sus teorías generales sobre la democracia. Ambos autores fueron importantes teóricos de las ciencias sociales, Rawls fue el principal exponente del llamado pluralismo político, una de las corrientes principales de la ciencia política, y Habermas de la llamada teoría crítica, o segunda generación de la Escuela de Frankfurt, una corriente que en ese momento estaba revolucionando las ciencias sociales. De este modo, después de la aportación de este término, cualquier teoría sobre la democracia, académica o no, debe incluir un posicionamiento acerca de la legitimidad o no de la desobediencia civil y sobre todo, de los límites de ésta. Desde luego era una consecuencia lógica de contemplar el poder bajo la doble dimensión de mandato y obediencia, pues necesariamente implica la posibilidad de una desobediencia legítima.. Además estas aportaciones ayudaron a establecer una definición más o menos canónica del concepto de desobediencia civil, quedando establecida como una forma de acción política en la que se transgrede conscientemente la ley de forma pública, colectiva y sin violencia con el propósito de generar un cambio político y asumiendo las consecuencias legales derivadas de ello. La clave, por lo tanto, está en que es un acto consciente, colectivo, sin violencia, político, y en el que se asume la represión.

Curiosamente esta definición excluiría muchos actos de objeción de conciencia considerados como tal usualmente, incluso el acto de Thoreau que dio origen al concepto, al ser al fin y al cabo éste un acto individual. De hecho el propio Rawls distinguió precisamente entre la objeción de conciencia y la desobediencia civil señalando que mientras que la última es un acto colectivo y político que busca la transformación social, la primera es un acto individual que busca la coherencia personal.

De este modo, desde los propios movimientos de objeción de conciencia, se han hecho necesarias algunas fórmulas para designar al objetor que participa en una campaña de desobediencia civil cuyo fin es un cambio político. Hemos visto cómo en la primera guerra mundial los objetores que en el Reino Unido rechazaron por estos motivos el servicio civil fueron denominados “absolutists”, posteriormente en Estados Unidos durante la guerra de Vietnam fueron denominados “total objectors”, mientras que en la España de los 90 o la Chile del nuevo milenio se optó por recuperar el término que Tolstoi había creado precisamente para diferenciar la objeción individual de la política: “insumisos”.

Notas

53 Bedau: “On Civil Disobedience”, publicado en The Journal of Philosophy, vol. 58, 1961 , pp. 653-661.

54 Rawls,John: “A theory of Justice”, , Belknap Harvard, Massachussets 1971 pags 363 – 391

55 Habermas, Jürgen: “La desobediencia civil. Piedra de toque del Estado democrático de Derecho”, en Escritos políticos, Península, Barcelona, 1987