Un nuevo estudio confirma que los alimentos genéticamente modificados dañan los órganos.

Un nuevo estudio publicado en el diario Environmental Sciences Europe analizó los efectos del consumo de maíz y frijol de soya en el organismo de ratones. Y tras correlacionar la información extraída en 19 estudios previos sobre animales encontraron que el 9% de los parámetros que se midieron, incluyendo bioquímica sanguínea y de orina, peso de órganos, e histopatiología (análisis microscópicos) estaban significativamente alterados entre los animales que habían sido alimentados con productos genéticamente modificados.
Los órganos que más afectados resultaron luego de ingerir periódicamente alimentos genéticamente modificados fueron el hígado y los riñones, ambos encargados de filtrar las impurezas de las sustancias que entran a nuestro organismo, por lo cual ante la presencia de intoxicación alimenticia son los que reaccionan más notablemente. En el caso de los ratones que se utilizaron dentro del estudio los riñones del 43.5% de los machos evidenciaban serios trastornos mientras que el hígado del 30.8% de las hembras también lo manifestó.
“Una gran cantidad de datos convergentes indicó que los problemas en el hígado y en los riñones son consecuencias directas de una dieta con alimento genéticamente modificado. Otros órganos también pueden ser afectados como el corazón, el bazo, y las células de la sangre” afirmaron los autores del estudio.
Los investigadores a cargo del estudio eligieron como alimento a utilizar la soya y el maíz ya que estos dos cultivos representan el 83% de los alimentos genéticamente modificados que se comercializan y que actualmente son consumidos por miles de millones de personas alrededor del mundo. Tras la investigación también quedó demostrado el por qué la mayoría de los estudios que se llevan a campo en este mercado para definir si los alimentos GM obtendrán la autorización para comercializarse, por cierto muchos de los cuales son financiado por las propias corporaciones que dominan este mercado, y al parecer la clave esta en el tiempo de medición de los efectos. Generalmente los estudios monitorean a los animales, de manera intencional, durante plazos muy cortos y de esta forma no se permite que los efectos negativos en sus organismos florezcan.
La industria limita los estudios a un máximo de noventa días (y muchos de ellos ni siquiera alcanzan un mes de duración). Este tipo de estudios puede fácilmente dejar de detectar muchas de las consecuencias significativas que tienen los alimentos GM en el organismo de los animales que se utilizan. Por ejemplo, en el caso de los pesticidas, ha sido comprobado que algunos de los males que provocan a la salud se traspasan de generación en generación y en ocasiones pueden detectarse hasta después de décadas de haberlos ingerido periódicamente. En el caso de una sustancia conocida como DES (diethylstilbestrol) se confirmó que “induce cáncer en los genitales femeninos, entre otros problemas, solo en la segunda generación”. Pero aún considerando esta experiencia con los pesticidas, y por alguna misteriosa razón, los organismos y autoridades encargadas de evaluar los efectos directos de los alimentos genéticamente modificados no exigen estudios que analicen en plazos mayores a 90 días las consecuencias. “Es imposible en solo 13 semanas concluir sobre un tipo de patología inducida por alimentos GM y si es una patología mayor o menor. Por esta razón es necesario prolongar las pruebas que se hacen en los estudios”.
El estudio completo en formato digital está disponible en: http://www.enveurope.com/content/23/1/10